A veces no es suficiente con estar aquí. Con estar presente. El mero hecho de existir no nos convierte en nada especial, porque sólo nuestras acciones, el hecho de existir con alguna clase de propósito, es lo que dota de sentido a ese estar aquí. Estar en el mundo. Con los otros. Porque, en ocasiones, quienes más proclaman su presencia son, precisamente, quienes menos están.
Jonathan Safran Foer está muy presente en Aquí estoy. Eso es indiscutible. Está tan presente que, a lo largo de sus más de setecientas páginas, es imposible no notar que su presencia acaba fagocitándolo todo. No sólo porque su autobiografismo, su necesidad de señalar hasta la última pelusa que encuentra en su ombligo, acabe resultando asfixiante —y, contra todo pronóstico, muy interesante; igual que puede hacerse tedioso y excesivo, es imposible no disfrutar de su prosa, brillante y ágil — , sino también porque eso acaba redundando en su imposibilidad de observar nada de cuanto ocurre en el mundo que le rodea. Todo cuanto existe en la novela es Jonathan Safran Foer y cómo se ve el mundo mediado por la visión y necesidades personales de Jonathan Safran Foer.