
A veces no sabemos racionalizar lo que implica ser autor. No por el hecho de escribir alguien tiene esa condición, porque para ello ha de ser capaz de transmitir cierta forma de mirar el mundo que sea exclusivamente propia. Todo autor lo es por el hecho de ser capaz de comunicarse de un modo personal. En otras palabras, dado que nunca han existido dos personas diferentes que hayan vivido la misma vida ni tan siquiera las mismas experiencias exactas, la labor de todo artista es mostrar a los otros su particular forma de mirar al mundo. Esa es la diferencia entre el escritor mediocre y el autor: no ya la visión única —que se les presupone a ambos por el hecho de ser humanos — , sino la capacidad de articularla de forma efectiva.
David Cronenberg, en tanto autor, no necesita demostrar nada. Con casi cincuenta años de carrera en el cine, todo cuanto ha hecho, sea estrictamente realista o derivando hacia intersticios entre las desdichas de la tecnología y el terror destilado de forma más o menos explícita a través de los horrores de la carne, su coherencia interna está fuera de toda duda. También su personalidad. Pero, ¿qué ocurre con su debut (tardío) en la literatura? Que Consumidos se nos presenta, en primera instancia, como puro Cronenberg.


1. Aunque la mayoría preferirían poder olvidarlo por pura conveniencia, hubo un tiempo en que el cielo era rosa; no un tiempo pasado, un tiempo donde se podía respirar la noche durante el día. Aunque todos consigan olvidarlo, nosotros no olvidamos; la humanidad puede lanzarse al unísono a las vías del progreso, nosotros aún abrazamos los últimos estertores del día para imbuirnos en el congestionado rosa que aún titila en el mundo.
2. Amamos la violencia, la destrucción, el movimiento de obliteración. No tenemos cuitas, salvo los ríos de sangre y las vísceras recorriendo las calles; no tenemos órganos, sino cuerpos: no somos zombies, porque no encontramos alimento en la aniquilación ajena. En la autonegación del yo, de la vida, del mundo. Destruimos sólo para volver a crear, herimos sólo para sanar. 