No existe traición posible en la traducción, ya que toda traducción es siempre una reescritura de lo mismo. No se trata de volcar las palabras exactas en sentido literal en otro idioma diferente del original —entendiendo por «idioma» no «lenguaje natural», sino «idioma»; traducir palabras en imágenes o sentimientos en palabras es tan difícil o más que traducir entre dos lenguajes naturales cualquiera — , ni siquiera buscar referentes equivalentes intentando respetar los matices culturales que podrían perderse en el trasvase, sino algo mucho más complejo: transformar las ideas de fondo. Traducir es pasar a través de la forma, descubrir las ideas que articulan el discurso y darles nueva vida puliendo lo innecesario y realzando aquello que resulta más significativo. Toda traducción es, en suma, una labor creativa, ingrata y compleja por definición, en tanto hace necesario saber sintetizar lo esencial y desprenderse de lo inútil. El buen traductor no es sólo traductor, es un artista.
En el caso de la traducción audiovisual, específicamente en la creación de videoclips, lo importante es descubrir como traducir lo que se nos da con sonidos en forma de imágenes sin depender de la música. El buen videoclip es el que, incluso sin sonido o en un idioma que no conocemos, tiene una narrativa coherente. Ese es el caso de Bae Bae de BIGBANG. Incluso sin saber ni una sola palabra de coreano es posible desentrañar el significado de la canción, ya no por el ritmo o las diferentes inflexiones musicales, que también, sino por la excelente traducción en imágenes que hacen de la idea central de la misma: la evolución de la sexualidad a lo largo de una vida. Personal o de pareja.
G‑Dragon representa la adolescencia, el momento de autodescubrimiento. Encerrado en un cuarto donde sólo hay maniquíes de mujeres, además de esculturas de pechos y traseros, todo lo que puede hacer es dar vueltas de un lugar a otro volviéndose loco, quizás dando algún azote sibilino por ahí; no es casual que empiece aferrado al otro lado de una verja justo antes de encontrarse allí encerrado, ya que la metáfora es bastante evidente: es el despertar sexual de un muchacho. Lo único que tiene en mente al principio es el deseo, el sexo, las hormonas dando un golpe de estado sobre su cuerpo. Su aspecto juvenil, la mochila al hombro y su desconcierto muestra esa etapa vital como el principio, el momento en que siempre se está excitado y con ganas de tener sexo. Con cualquiera, en cualquier momento. Es el deseo puro personificado, el despertar sexual adolescente como punto de partida.
Al menos, hasta que llega alguien especial. La luz resulta cegadora, de ahí que tenga que usar gafas de sol —ya que la belleza de la chica es excesiva a sus ojos, le resulta imposible mirarla directamente sin algo que medie entre ambos — , para después ver entre barrotes el rostro de una escultura de la virgen y, en última instancia, la virgen misma dentro del cuarto siendo adorada por G‑Dragon, el cual pasa a ignorar los maniquíes que hasta entonces le hacían perder la cabeza. Pasar del picaflor hacia el amor, del descubrimiento onanista hacia el involucrarse con otra persona de forma profunda, es el primer acto de Bae Bae. Un acto cuasirreligioso. ¿Por qué una virgen y por qué todavía una estatua? Porque es objeto de adoración, no es todavía amor, que implica reciprocidad por ambas partes. Es el deseo unilateral de un hombre fascinado, aunque todavía desconoce si esa fascinación es recíproca; es la posibilidad del amor, pero no todavía el amor en sí mismo.
Taeyang representa el comienzo del amor, el momento del descubrimiento de la reciprocidad de los sentimientos. Aquí hay dos símbolos principales: el caballo y los cerezos en flor, lo masculino y lo femenino. Mientras van a caballo, que es un símbolo del despertar sexual —o de represión, si seguimos la interpretación de Sigmund Freud—, los cerezos florecen a su paso, que es un símbolo del comienzo de algo nuevo y también del amor romántico; la relación está comenzando, existe una reciprocidad en sus sentimientos y no sólo se desean, sino que existe algo más profundo. Desearían poder parar el tiempo, permanecer toda la eternidad juntos. No necesitan mirar, nunca les vemos mirándose el uno al otro por más que sí les veamos besándose, porque están demasiado ocupados cabalgando sobre su deseo, ese sentimiento profundo y complejo que están viviendo.
Del mismo modo, como símbolo auxiliar, tenemos también el molino. El molino que mueve sus aspas significa el tránsito, el movimiento, la vida como acción, y cuando se prende fuego, adquiere otro simbolismo bastante evidente: la pasión que consume la vida, el amor como regidor de la vida por más que la vida siga siendo la misma.
T.O.P representa la madurez del deseo, el momento donde la relación se ha convertido en algo serio y adulto sin abandonar la diversión juvenil. Comenzando con una enorme orquídea, flor por excelencia de la sexualidad humana, la acumulación de simbología sexual es patente a lo largo de todo el segmento. Desde la jeringuilla que arroja alguna clase de líquido blanco esparcido tanto por las orquídeas como sobre la chica, hasta el tránsito de T.O.P a lo largo de un pasillo de orquídeas —o lo que es lo mismo, su tránsito por un útero eyaculando— pasando porque la vagina sea considerada, en términos simbólicos, una flor, el significado no podría ser más evidente. Tampoco es sutil la imagen de las plantas carnívoras cerrando sus mandíbulas, más una referencia a la vagina contrayéndose por el orgasmo que a la vagina dentata, para concluir el juego metafórico que asume la flor como símbolo principal.
El final resulta, si cabe, incluso menos sutil. Con la cara de los protagonistas en éxtasis, haciendo cortes del rostro de uno al otro antes de hacer un último corte a la imagen de un bebé llorando, queda claro que hablamos sobre la reproducción. Es todo el tránsito hacia la madurez del amor, el momento en que aún existe el sexo recreativo, pero también la posibilidad de tener hijos o buscar formas más serenas y profundas de mostrarse su afecto, ahondando en aquello que tienen, o pueden llegar a tener, en común. En este caso, un hijo.
Daesung representa la pasión encauzada, el momento en que el amor se convierte en algo sereno y constitutivo de nuestra existencia. En tanto en este segmento se repite el estribillo, la dirección lógica a tomar sería encauzarlo en paralelo con el segmento de Taeyang: donde aquel tenía por elemento primordial el fuego, aquí será el agua. El agua es un símbolo ctónico, femenino por extensión, y de ahí parte la premisa básica del relato. Él, perdido en una isla, ella, emergiendo desde el agua, es la definición exacta del deseo: lo único que espera es que ella siga siendo ella, que nunca cambie, que con los años siga siendo su compañera. Es el deseo encauzado como un encuentro sosegado, tranquilo, donde todo fluye de forma natural sin necesidad de grandes aspavientos; es el amor convirtiéndose en algo menos apasionado, menos furioso —de ahí el tránsito del fuego, un símbolo de pasión, al agua, un símbolo de deseo — , pero también más cálido, cercano y pleno.
El amor ha devenido aquí en algo próximo, algo que no requiere urgencia, sino el sosegado encuentro connatural al tiempo transcurrido. No hay prisas, sabe y quiere que esa muchacha siga siendo la misma de siempre, como siempre ha sido, por eso está siempre esperándola. No es nunca más un incendio, sino un océano, de deseo.
Seungri representa el final, el momento en que el amor o el deseo no es suficiente para mantener al lado a la otra persona. Los planos se cierran, las escenas se vuelven vaporosas, pierden el color. Es la vejez, el momento donde el agua se evapora y lo que queda es el rastro del fuego, haciendo del humo su símbolo principal. Todo se va esfumando lentamente, como la orquídea de T.O.P se va marchitando inexorablemente, al tiempo que Seungri no es capaz de mantener los ojos abiertos mucho tiempo: están muriendo, si es que ella no ha muerto ya. Todo se acaba y no existe ninguna posibilidad salvo rendirse ante la evidencia de su propia mortandad. El deseo se acabó. Se podría interpretar tanto como que ella ha cambiado y es ahora otra persona o que ha muerto, en cuyo caso él debe convertirse en otra persona o morir junto con ella; en cualquier caso, es la pasión apagándose ante una imposibilidad.
En cualquier caso, no debería considerarse que sea el abandono consciente de la pasión en vida. En tanto seungri muere claramente al final de su segmento, la interpretación más coherente con el conjunto sería la muerte física como frontera última para el deseo, el sexo y el amor. Es necesario estar vivos para amar, aunque no necesariamente para ser amados: ella desaparece, pero él sigue amándola incluso entonces. Sólo dejamos de sentir cuando estamos muertos.
Al final, BIGBANG se reencuentran en la luna. Los símbolos aquí son más sutiles, pero repiten lo mismo: la luna llena como símbolo de plenitud cíclica y sexualidad, el arroz arrojado como metáfora de la eyaculación —algo bastante apropiado, ya que existe un cuento coreano según el cual los pasteles de arroz chocando entre sí, como ocurre en un momento dado en el vídeo, suenan como una pareja follando— y la luna en sí misma como lugar estéril, tierra muerta. Todos los del grupo han fallecido. Después de una vida plena han ido a parar a la nada, al vacío, pero son felices en tanto han podido tener vidas plenas, completas, llenas de sentimientos correspondidos, o de pasteles de arroz si se prefiere, con aquellas personas que amaban de verdad.
Bae Bae no trata del amor o del sexo, sino de cómo el deseo confiere sentido a nuestra existencia. Nacemos por ninguna razón en específico, salvo quizás el amor de dos personas, e igual que dejaremos el mundo, lo único que podemos dejar atrás es una cosa: el recuerdo de nuestro paso en el mundo, nuestra capacidad para amar y haber sido amados. De ahí todos los símbolos cíclicos, nacimiento incluido, en una suerte de traducción imposible del sentido del hombre ante la muerte. Porque no somos nada si, una vez nos vayamos del mundo, no hay nada ni nadie para recordarnos.
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