puedo ver más allá de tu belleza

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En oca­sio­nes al­go ya lo he­mos vi­vi­do y, en oca­sio­nes aun más es­pe­cia­les, ya he­mos co­no­ci­do a al­guien. Esas per­so­nas úni­cas y es­pe­cia­les sa­be­mos que han es­ta­do siem­pre atra­ve­san­do nues­tra vi­da, si­len­cio­sas pe­ro evi­den­tes. Y es lo que ve­mos en Two Times You de Marlon Dean Clift.

Con un de­li­ca­do y su­til piano so­bre una ba­se ce­les­tial la voz so­bre­vue­la pa­cien­te a me­dio ca­mino en­tre los ada­li­des del jazz más ar­mo­nio­so y am­bien­tal. El re­sul­ta­do, pre­cio­so, no ha­ce más que en­fa­ti­zar la be­lle­za in­ter­na de la pro­pia can­ción. El des­tino, una chi­ca, al­go que ya he­mos vi­vi­do pe­ro sa­be­mos que, así, es­tá bien y que po­dría­mos vi­vir siem­pre a la luz de sus cá­li­dos ojos. Las trom­pe­tas, co­mo las du­das, co­mo el tiem­po, nos ha­cen plan­tear­nos y pen­sar que hay de cier­to en es­te oní­ri­co e ideal cuen­to de ha­das don­de nun­ca po­de­mos sa­ber con cer­te­za que es lo que sentimos.

Mientras las úl­ti­mas no­tas se eva­po­ran en el ai­re so­lo que­da la cer­te­za de que no po­de­mos huir de la sin ra­zón de nues­tro des­tino. Sea el des­tino, sea so­lo una chi­ca lo im­por­tan­te es lo que nos ha­ce sen­tir. El amor o el infinito.

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