la censura como acto terrorista

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Todas las gran­des his­to­rias em­pie­zan con una apues­ta y la ca­za de un le­pre­chaunt. No es de ex­tra­ñar que cuan­do se le cap­tu­re se la­men­te y nos cul­pe de que aho­ra los te­rro­ris­tas con­se­gui­rán ata­car con éxi­to el mun­do de fan­ta­sía del que pro­ce­de. Así es co­mo Kyle, Stan, Kenny y Butters aca­ban en Imaginolandia.

Por ca­sua­li­dad los chi­cos de South Park se en­cuen­tran con el al­cal­de de Imaginolandia, el cual les lle­va allí pa­ra que co­noz­can su pro­pia ima­gi­na­ción. La ca­tás­tro­fe se ave­ci­na y unos te­rro­ris­tas is­lá­mi­cos arra­san con gran par­te de la ima­gi­na­ción, ha­cién­do­se con el po­der en el lu­gar pa­ra ata­car Occidente. Mientras Stan y Kyle con­si­guen huir, Butters se que­da atrás te­nien­do que se­guir con vi­da en Imaginolandia. A la vuel­ta, en el mun­do real, Cartman exi­ge por con­tra­to que Kyle le prac­ti­que se­xo oral al ha­ber­se de­mos­tra­do la exis­ten­cia de los duen­des. Así se ini­cia es­te via­je ini­ciá­ti­co don­de el ver­da­de­ro hé­roe de la his­to­ria es el eterno se­cun­da­rio Butters. Aquí Butters se con­vier­te en el úni­co ca­paz de sal­var a la ima­gi­na­ción mien­tras sus ami­gos Stan y Kyle in­ten­tan ayu­dar­le des­de la reali­dad al prin­ci­pio, en Imaginolandia des­pués, a pe­sar de la opo­si­ción ba­sa­da en el egoís­mo y la im­be­ci­li­dad de Cartman y el gobierno. 

Así du­ran­te to­do el ca­pí­tu­lo de­fi­nen la ima­gi­na­ción co­mo nues­tro pun­to más frá­gil, nues­tro flan­co dé­bil pa­ra ser ata­ca­do por los te­rro­ris­tas is­lá­mi­cos. Esto no es ba­la­dí y es el ver­da­de­ro eje cen­tral de to­da la his­to­ria sub­ya­cen­te, la ma­yor vic­to­ria del te­rro­ris­mo es el pá­ni­co que con­lle­va el con­trol cul­tu­ral de oc­ci­den­te. El li­te­ra­li­za­do ata­que te­rro­ris­ta pue­de ser cual­quier oca­sión en que un gru­po de in­to­le­ran­tes exi­gen la cen­su­ra in­me­dia­ta, gri­to en cie­lo, de al­gu­na cla­se de pro­duc­to cul­tu­ral. El ver­da­de­ro ac­to te­rro­ris­ta con­tra la ima­gi­na­ción es la so­fla­ma que exi­ge el ce­se in­me­dia­to de una ac­ti­vi­dad ha­cien­do uso del te­rror, exi­gir la eli­mi­na­ción del mun­do de lo que no nos gus­ta. Y en el mo­men­to que los or­ga­nis­mos gu­ber­na­men­ta­les ce­den y apli­can la cen­su­ra, o en el ca­so del ca­pí­tu­lo lan­zan una bom­ba ató­mi­ca, se es­tá ce­dien­do al odio de los ce­ga­dos. La cul­tu­ra, la ima­gi­na­ción, es un en­te vi­vo, es al­go que per­du­ra al pro­pio crea­dor o con­su­mi­dor ya que se per­pe­tua co­mo una idea, co­mo un con­cep­to, pa­ra la eter­ni­dad. La cen­su­ra es el ase­si­na­to de la ima­gi­na­ción y la libertad.

En la gue­rra del te­rror el ce­der al chan­ta­je so­lo de­ja co­mo re­sul­ta­do las rui­nas de un nue­vo erial en lo que an­tes era el ver­gel de la hu­ma­ni­dad. El pa­raí­so no se pier­de por la des­obe­dien­cia, por el pen­sar por uno mis­mo, sino por la acep­ta­ción de lo que quie­nes so­lo sa­ben mi­rar su om­bli­go quie­ren pa­ra el mun­do. Imaginación sin ce­su­ra, li­ber­tad sin terror.

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