yo soy yo y mis disposiciones

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Existen, al me­nos, tres cla­ses de in­de­fi­ni­ción se­xual. La pri­me­ra de ellas se­ría una bio­ló­gi­ca por la cual el su­je­to na­ce o evo­lu­cio­na de tal mo­do que su as­pec­to no se re­la­cio­na de un mo­do pre­cla­ro con el gé­ne­ro que se le su­po­ne. La se­gun­da pa­sa­ría por una dis­po­si­ción ideológica-sentimental en la cual sim­ple y lla­na­men­te, no nos sen­ti­mos de un gé­ne­ro en par­ti­cu­lar sino en los in­te­rreg­nos de am­bos. La ter­ce­ra y más ex­ten­di­da es la me­cá­ni­ca en la cual di­fu­mi­na­mos nues­tro gé­ne­ro a tra­vés de la téc­ni­ca. Gary Numan se si­túa en es­tas tres cla­ses al tiem­po en su más ex­ce­len­te tra­ba­jo, Replicas.

Para la ma­yo­ría Gary Numan no se­ría más que la su­ma del David Bowie de Low con los Kraftwerk de The Man Machine pe­ro eso se­ría que­dar­se ras­can­do la su­per­fi­cie más pe­ri­fé­ri­ca de to­do. Aunque ja­más lle­gó a co­no­cer el éxi­to de un mo­do bo­yan­te ‑ob­vian­do su nº1 con la ex­ce­len­te Are “Friends” Electric?- sí ori­gi­nó las tra­zas per­fec­tas pa­ra el con­si­guien­te synth­pop de los 80’s y lo que es más im­por­tan­te, cier­ta es­te­ti­za­ción del Industrial. Usuario con­ven­ci­do de ele­men­tos ana­ló­gi­cos co­mo su fiel Minimoog, de ele­men­tos eléc­tri­cos co­mo unas ex­ce­len­tes gui­ta­rras que acom­pa­ñan siem­pre en con­ta­dos mo­men­tos y el uso de pri­mi­ge­nias ba­te­rías di­gi­ta­les ve­mos co­mo Numan ja­más des­de­ñó nin­gún as­pec­to de la mú­si­ca por asen­ta­do o in­ci­pien­te que es­te fue­ra. Su so­ni­do es vi­ta­lis­ta, cí­cli­co, con al­gu­nos des­pun­tes ha­cia so­ni­dos más pro­pios del glitch ‑que per­mi­ti­rán el acer­ca­mien­to del in­dus­trial ha­cia él- con una voz sen­ci­lla, lim­pia, que se nos pre­sen­ta iró­ni­ca al dar­nos una vi­sión nihi­lis­ta ya no tan­to del fu­tu­ro, co­mo del pre­sen­te mis­mo. Así va mo­vién­do­se en­tre gé­ne­ros, en­tre ins­tru­men­tos, en­tre dis­cur­sos pa­ra lle­gar a dar­nos ese con­cep­to mu­si­cal úni­co que es Replicas que de­fi­ni­rá los 80’s tal y co­mo los conocemos.

Pero tam­bién es una obra con­cep­tual con­vul­sa y ex­tra­ña, ins­pi­ra­do de for­ma par­ti­cu­lar en ¿Sueñan los Robots con Ovejas Eléctricas? de Philip K. Dick, don­de nos na­rra co­mo en un fu­tu­ro no muy le­jano en una ciu­dad caó­ti­ca se mez­clan los hu­ma­nos con an­droi­des con piel hu­ma­na clo­na­da. Y es jus­to aquí don­de la hi­bri­da­ción en­tre los tres di­fe­ren­tes mo­dos de in­de­fe­ren­cia­ción se dan la mano. Los cy­borgs, en tan­to in­dis­tin­gui­bles de hu­ma­nos, no pue­den de­fi­nir­se en nin­gún tér­mino bio­ló­gi­co de gé­ne­ro, se­ría ab­sur­do que fue­ra en al­gún as­pec­to ideológico-sentimental y só­lo po­drían ser­lo en la apa­rien­cia. Así el cy­borg se de­fi­ne co­mo el en­te ab­so­lu­ta­men­te apa­ren­te, sin nin­gún as­pec­to que le ha­ga ser más allá de los ras­gos im­pe­ra­dos so­bre él por su crea­dor. Es, en úl­ti­ma ins­tan­cia, el hu­mano ab­so­lu­ta­men­te in­de­fi­ni­do por la ultra-definición sim­bó­li­ca, es la au­sen­cia de to­do ras­go hu­mano co­mo ido­la­tría de la ima­gen téc­ni­ca. De ahí que el fu­tu­ro que Numan nos pre­sen­ta sea ate­rra­dor, no só­lo que­dan arra­sa­das las di­co­to­mías que equi­li­bran la reali­dad del ser en tan­to hu­mano sino que sur­ge un en­te que só­lo es po­si­ble en tan­to es de­pen­dien­te de la téc­ni­ca y por tan­to, ca­ren­te de humanidad.

La iden­ti­dad se­xual co­mo elec­ción es só­lo po­si­ble en un en­te hu­mano mien­tras que por im­po­si­ción lle­ga, en su má­xi­mo es­plen­dor, en for­ma de cy­borgs de ima­gen ab­so­lu­ta­men­te hu­ma­na. Aun cuan­do la tec­no­lo­gía nos pue­da ha­cer com­ple­ta­men­te no­so­tros, nos pue­da de­fi­nir bio­ló­gi­ca­men­te co­mo nos sen­ti­mos en nues­tros as­pec­tos ideológicos-sentimentales la téc­ni­ca no crea, sino ma­qui­lla ‑y con ello destruye- la iden­ti­dad fác­ti­ca a tra­vés de la ima­gen. Y en los tiem­pos de la ido­la­tría a la evo­lu­ción, a la tec­no­lo­gía, ido­la­trar a quien abo­ga por los va­lo­res de la hu­ma­ni­dad fren­te a la tec­no­lo­gía, co­mo Numan, es un va­lor que cae en pi­ca­do. La tec­no­lo­gía os ha­rá es­cla­vos de su condición.

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