El amor por el misterio es algo tan connatural al hombre como el terror al mismo: detrás de aquello que no conocemos se puede esconder tanto la más terrible de las amenazas como la más agradable de las visiones; sólo el débil de espíritu rehuye la posibilidad de aventura que intercede el misterio en la realidad cotidiana. Por ello el desacerbado interés de J.J. Abrams ‑el cual nos demostró, muy convincentemente, en una magnífica charla del TED- no es, ni mucho menos, una rareza exclusiva de Abrams sino un hecho normalizado a todas las personas. Todos y cada uno de nosotros vivimos motivados a través de cajas misteriosas, aun cuando no lo sepamos.
Quizás el ejemplo más paradigmático se de en la presencia de la caja en nuestra vida común. La caja como objeto cotidiano sirve para almacenar cosas pero en tanto su condición necesaria, la de separar lo que hay dentro del afuera exterior, nos oculta la realidad patente que contiene dentro de sí; toda caja es misteriosa desde el momento que desvía nuestro pensamiento desde la mirada, desde un interior fáctico y visible, hasta la imaginación, la figuración de un interior posible e invisible a mis ojos. Pero no sólo la caja y la memoria o el conocimiento ‑el haber olvidado o no saber en absoluto que hay dentro- se sitúan como paradigmas de esta relación necesaria de caja=misterio, ya que es casi tan antiguo como la humanidad. El Sol es una caja misteriosa ‑vemos la luz que nos da, pero ahora bien no podemos ver como funciona- a la que se ha ido atribuyendo diferentes realidades según la capacidad de “abrir la caja” de su conocimiento, pero también cualquier soporte físico cultural, de los libros a los cd’s pasando por vinilos, DVD’s y todo lo que se les ocurra, es una gran caja misteriosa: oculta el auténtico mensaje cifrado que contiene dentro de sí entre unas tapas cerradas que, por sí mismas, sólo podemos intuir, imaginar, que contienen.
Pero limitar el misterio a la fisicalidad en sí, como hemos visto en el caso del Sol, es absurdo: una caja misteriosa es toda realidad cuyo contenido resulta intelectivamente imposible de dilucidar según la propia razón. De éste modo las demás personas trabajan como cajas misteriosas ‑pues suponemos que piensan de un modo determinado- pero también el amor ‑imaginamos que la relación amorosa es recíproca, o se dilucida en el mismo nivel amoroso- o, incluso, la caja misteriosa definitiva: la muerte como misterio irresoluble. Pero para ejemplificar las dos posibles posturas más comunes para dilucidar la resolución de la caja misteriosa no utilizaremos ejemplos banales cualquiera: acudiremos a la problemática principal de Descartes -¿como tengo la certeza de que estoy despierto?- para ver que respuesta nos da tanto él mismo como Wittgenstein.
En el caso de Descartes para la caja misteriosa más problemática de la modernidad, ¿como tengo la certeza de que estoy despierto y esto no es un sueño?, partirá de dotar a la caja de un simbolismo racional anterior a la caja misma: sólo si existe Dios puedo tener la certeza de que él no engañaría mis sentidos. De éste modo lo que hago es suponer una realidad inmanente ‑en éste caso Dios, pero bien podría ser un amigo o el creador de la caja en sí- para encontrar una justificación por el cual no tenga necesidad, o siquiera la posibilidad, de abrir la caja: vivir en el misterio, en la imposibilidad de saber si estoy despierto o vivo en sueño, es parte consustancial de la vida humana; no puedo tener certeza de nada y, por tanto, la caja sólo podría abrirla esa entidad primera. En esta teoría renuncio de saber nunca que hay dentro de la caja por imposibilidad de saberlo. Sin embargo Wittgenstein nos planteará que si tengo noción de que algo es sueño entonces es que en algún momento estuve despierto, por tanto no cabría preguntarse esto. Esta cuestión de filosofía terapéutica, como el mismo la denominaría, no sólo abre la caja misteriosa sino que plantea el hecho de que sólo puedo conocer el hecho de que una caja es misteriosa si previamente he tenido la caja abierta ergo sólo puedo saber que una caja es misteriosa abriendo la caja; Wittgenstein elude toda posibilidad del misterio en favor de la razón. Asumamos una concepción racional a priori (Descartes) o a posteriori (Wittgenstein) parece que la razón elimina cualquier posibilidad de misterio.
La razón quizás nos ayude a dilucidar que hay detrás del misterio pero, sin duda alguna, no hace ningún favor a las cajas misteriosas como objetos mágicos: anulan su capacidad de fascinación, no por la respuesta, como por el tratamiento sintomático de las mismas. De éste modo parece que las cajas mágicas se nos han quedado, de una vez, huérfanas de teoría pero, como no podría ser de otra manera, hay al menos un filósofo que justificaría nuestra visión mágica del mundo: Gilles Deleuze.
Según Deleuze cuando nos acercamos a la filosofía debemos actuar como haríamos cuando lo hacemos ante el arte, buscando un encuentro fortuito donde nos sintamos arrebatados. Así se crea una necesidad de verme implicado en una forma de arte, en un concepto o una idea, de poder sentir que eso no es simplemente un hecho cultural sino que es una parte consustancial de mí; es el instante donde descubro en lo otro una parte de mi propio ser. Este arrebato estético-conceptual está muy lejos del entendimiento de la razón pues, como nos afirmaría Deleuze, no trata de entender los argumentos o ser capaz de hacer un desglose crítico sobre los hechos: es cuestión de contagiarse con entusiasmo de los mismos. Este contagio nos hace crecer, hace que las ideas y las mentes se muevan imaginativamente hacia nuevos campos inexplorados por la razón: eso es una caja misteriosa. Ante esto nos diría Wittgenstein que él tiene la cura, como ya hemos visto, pero la cuestión es que no queremos ser racionales sino que queremos adoptar éste contagio como identidad propia; queremos vivir en ese misterio que nos permite hacer de la necesidad (del entendimiento del yo) virtud (a través de la creatividad).
Es por eso que J.J. Abrams, cualquier lector de esta disquisición o yo mismo nos sentimos fascinados por las cajas mágicas, ya que no son más que la posibilidad de sentir ese contagio automático que nos permite fantasear que habrá más allá de ellas. Por supuesto cuando esa caja mágica se contagia con un uso imaginativo de la razón es cuando encontraremos los frutos más ricos, aquello que consiga sacar el auténtico valor de la caja misteriosa creando una nueva caja misteriosa. Todo lo demás es la caja misteriosa de la historia.
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