Sex Is Zero, de Yoon Je-kyoon
La relación de las personas con el sexo siempre parte de una consideración limitada e irresponsable de lo que este supone. Esto es así no tanto por el neto desconocimiento del mismo ‑que también, aun cuando sea algo que caracteriza más ciertas épocas pasadas- como el hecho de la mercantilización constante del deseo, sea éste en sus formas eminentemente sexuales o no. La gente está obsesionada con el sexo no porque tengan ningún interés real y constante por él, sino porque se dictamina que eso es lo normal; una sexualidad consumista, basada en la interpelación constante a conformaciones mercantiles, es la base del control de un flujo de los deseos. Es por ello que el interés radical que pueda caer sobre el sexo está mediado por la necesidad constante de ser una mímesis de nuestras relaciones con los demás objetos, tenemos sexo del mismo modo que acudimos a la tienda a comprar: no compramos lo que queremos, sino lo que podemos y lo que nos exigen que compremos.
Si una comedia de universidad, como la obra de Yoon Je-kyoon que nos ocupa, consigue sintetizar bien estas formas de mercantilización de la sexualidad ‑y, por extensión, de todas las relaciones humanas- es debido al hecho de su capacidad para crear un ambiente profusamente mercantil. A través de un profuso uso del humor podemos ver como todos los personajes que se nos van presentando en la historia, sin excepción, cimientan sus vidas sobre ciertos cánones y, especialmente, estereotipos de las condiciones sexuales normalizadas. Desde el pajero obseso sin límite capaz de cualquier cosa por conseguir un mínimo contacto sexual hasta la frigidez extrema que pasa por cogernos toda la noche de la mano y nada más todas las facetas del consumo se ven representadas a través de sus articulaciones en las formas sexuales: todos los personajes viven para consumir (y consumar) sus diferentes conformaciones sexuales.
Bajo esta premisa se presupondría que, si estamos en una lógica capitalista, el sexo sería algo tan sencillo como agruparse con respecto de las personas que mejor encajen con nuestras pretensiones mercantilistas, como consumidor sólo tengo que elegir el producto que vaya más con mis preferencias particulares. La problemática es que en el mercado, el medio donde se perpetúan las relaciones mercantiles, siempre hay una intermediación en las relaciones entre los agentes-objeto; el consumidor no escoge el producto que más le beneficia sino aquel que le venden como mejor para él. Si Eun-hyo, la chica protagonista, elige a Sung-ok como el candidato ideal para vivir un romance no es por su adecuación según unos cánones propios del deseo ‑los cuales son, necesariamente, condicionados por una visión propia de lo que se supone lo ideal con respecto para uno mismo- sino por como se supone que así debe ser según los cánones del mercado. En una reveladora conversación ella afirma que el es guapo y tiene dinero, lo cual es bueno, y ella está buena y es guapa por lo que es lo suficientemente buena para él con lo que nos demuestran que, en el mercado, no se habla nunca de amor ni de deseo, sino que se habla exclusivamente de adecuación impositiva externa de los sujetos; vales sólo en la medida que un Standard’s & Poor sentimental decide que vales.
En semejante mundo un personaje como el encantador Eun-shik es poco menos que una lacra social ya que es, en definitiva, un producto defectuoso. Hombre de buen corazón pero de ideas estúpidas con resultados desastrosos, su incapacidad para ver lo que pasa delante de sus narices y el carecer del don de la oportunidad hacen que una y otra vez quede humillado antes su amada, Eun-hyo, que ve en él nada más que apenas sí un amigo cercano. En términos mercantilistas el mismo se sabotea porque no sólo no entra en el canon, sino que además insiste en mantener unas prácticas sociales que, en cualquier caso, no hacen sino reforzar la idea entre los demás de que es un pervertido cuando no un perfecto idiota. Esto produce que la imagen de él se devalúe sistemáticamente, haciéndole perder valor, provocando que su objeto de deseo paulatinamente muestre un menor interés (sexual) en él; es válido como persona, quizás como amigo, pero nunca como canon de lo que es admisible en el mercado sentimental.
¿Cual es el punto de interés aquí? Que Eun-shik, más por accidente que de un modo consciente, no hace más que arrojarse hacia sus deseos de una forma completamente pura. Cuando arranca a cantar en el karaoke mientras otro liga con la que debería ser su chica, cuando le compra el anillo que ella misma anhela o cuando es capaz de sacrificarse acompañándola al hospital después de un rechazo humillante no lo hace por pagafantismo o incompetencia social, lo hace porque así lo desea de facto. Sus acciones nunca van encaminadas a maximizar los beneficios netos objetivos porque de hecho es imposible maximizar los beneficios netos objetivos, él sólo se dedica a perseguir sus objetos de deseo con la fuerza que sólo puede permitir la gloriosa inconsciencia de un hombre incapaz de hilar dos pensamientos semi-lógicos seguidos. Y es precisamente esto lo que distingue Sex Is Zero de otras posibles boutades de colegiado como American Pie: donde James Levenstein y sus compañeros son meramente idiotas que aceptan este mercantilismo sin rechistar, vanagloriándose de él en el proceso, Eun-shik se enfrenta a él como sólo el héroe trágicómico de la contemporaneidad podría hacerlo, saltando por las ventana (hacia el objeto de su deseo) como única salida.
El triunfo final de Eun-shik al quedarse con Eun-hyo es la demostración empírica de esa imposibilidad neta de que existan unos cánones objetivos a través de los cuales definir cuales son las formas más adecuadas de maximizar los beneficios. Cuando Eun-hyo comprueba como el que pensaba como ideal y suficiente resultó ser un ente amoral que sólo pretendía maximizar beneficios ‑o, lo que es lo mismo, era un capitalista puro: trabaja por y para conseguir beneficios y nada más- descubrirá que la generosidad del auténtico hombre deseante, el que de verdad la ama con una profundidad digna de un cuento más auténtico que la vida, es la única forma de articular las relaciones sentimentales en el mundo de una forma saludable. Sólo encontrando la persona adecuada con quien confluyan en común nuestros deseos comunes puede germinar un amor profundo y desinteresado que no se base en cuan beneficioso es la unión de nuestras vidas con esa persona. Porque ni la economía puede ser racional, aunque así se pretenda, ni el amor entiende de beneficios.
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