My First HEAVY METAL in TOKYO 2012, de Babymetal
Supongamos por un momento que toda síntesis de los contrarios es, en una aspectualización universal, como una posibilidad tangible, ¿qué ocurriría? Bajo este proceso podríamos afirmar que puede producirse una relación dialéctica entre cual par de contrarios, por disimiles o irreconciliables que estos se nos presenten, al presentarlos en el orden teórico adecuado; todo par, aun cuando contradictorio, sería reductible en su síntesis a un único elemento polarizador. ¿Podríamos entonces, no sé, hacer una síntesis entre el j‑pop y el heavy metal? A priori, si respetamos nuestras propias premisas y por absurdo que suena tal combinación, sí; bajo la pista de una posibilidad como esta Rak Zombie ‑y no olviden catar su esplendoroso blog, Demonomania Nation- nos hizo mirar el abismo a través de un vídeo cuyo nombre responde por My First HEAVY METAL in TOKYO 2012.
Un grupo de tres lolitas esplendorosas, quizás demasiado jóvenes para el canon occidental -habemus pederastia, quizás no para la iglesia- que responden a nuestras súplicas con una combinación aparentemente ideal de j‑pop y heavy metal. La síntesis musical sería lo más parecido a mezclar las AKB48 con una versión descafeinada de Gallhammer en la cual se contonean un grupo de preadolescentes soltando gorgoritos entre bailes de ParaPara y exagerados headbangings; la combinación, en lo meramente musical, funciona bien por su carácter unificador que se da en la combinación entre un sonido de metal rebajado y la sustitución de las trazas melódicas por melodías de puro j‑pop. Es por ello que, afirmar que esta síntesis monstruosa resulta en un triunfo estocástico pero esplendoroso en los tiempos del todo vale, no sería descabellado afirmar que su síntesis roza la perfección en sus códigos. Pero el problema es que lo que funciona a la perfección en su carácter exclusivamente musical, por el perfecto cuidado que se hace de la combinación de sonidos, produce una contradicción severa en los códigos estéticos que preconizan: intentan abrazar dos estéticas antagónicas que no sólo es imposible que, estéticamente, se combinen sino que se diluyen entre sí.
Este conflicto estético nace de la pretensión de fusionar el principio básico de lo p0p japonés, lo kawaii, lo mono, lo adorable, con una estética fundacional del heavy metal no basado tanto en una hipotética rudeza u oscuridad, por otra parte inexistente en el fan promedio del género, si no en la auténtica condición subrepticia del mismo: un desaforado carácter no tanto machista como catalizador de un ego desmedido; el fan medio del heavy metal, y prácticamente el ser humano medio, es una persona con graves problemas de ego que conllevan una visión distorsionada de los demás. Bajo esta perspectiva lo kawaii, lo mono y adorable, no cabe en la circunscripción propia del heavy metal como tal porque de hecho anularía el hipotético carácter oscuro, falso pero presente como una patina de auto-defensa, actuando en favor de un cambio canónico desde lo kawaii, desde la belleza infantil que esconde algo oscuro detrás de sí misma, hacia lo que, por decirlo en palabras llanas, podríamos definirlo como un zorreo adorable; esta fusión pretende subrayar el carácter kawaii de las chicas con un carácter violento, de afirmación de los cánones del género que invaden, para su conformación: no es que dejen de ser kawaii, es que pretenden ser kawaii y zorritas oscuras.
Esto se dilucida rápidamente tanto de la estética como, si es que a estas alturas hace falta subrayar esta clase de cosas, de la declaración de intenciones que supone la frase Their sign is not what you know as «Devil Horns». It is their original «Fox Sign»; si el heavy medio debe alabar el carácter satánico de los músicos de su género, que es lo que simbolizan los devil horns, con respecto de las Babymetal, en tanto mujeres, deben alabar su carácter de zorras (infernales), que es lo que nos transmite el fox sign. Se rebaja el carácter esencial de la mujer al no reconocerla como un igual, porque de hecho no es una igual en tanto sintetiza lo puro (el heavy metal) con lo impuro (el j‑pop).
Pero si esta síntesis ya resulta fallida en un ámbito, llamémosle estético-social, también falla en sus términos estéticos per sé: en tanto entidades kawaii no se puede extraer su condición oscura o adulta que anida en sí de forma directa sin descomponer tal condición. Cuando decimos que algo es kawaii estamos diciendo que es adorable como un cachorro, un niño o una chica bonita como sólo puede serlo con unos rasgos entre lo femenino y lo infantil; lo kawaii alude necesariamente al carácter oculto de la belleza subrepticia, no basada en cánones de Lo Bello, totalmente ajenos del mundo masculino como del mundo adulto. En tanto se intenta llevar a las Babymetal, y de hecho se las arroja, en un campo que es eminentemente masculino y pseudo-adulto, el de la visión de la sexualización masculina de los objetos identitarios femeninos, entonces se pierde todo carácter de kawaii pues se ha desvelado la condición siniestra, de potencialidad sensual, que se encontraba de forma subrepticia dentro de sí. Es por ello que, en tanto caracterizadas en un contexto que oblitera en su desvelamiento toda condición de kawaiicidad.
Retomando la pregunta del principio, ¿sería posible hacer una síntesis de cualquier condición de pares contrarios existentes en el mundo? No, porque esta sólo podrá realizarse en tanto una de las condiciones no anule la otra condición para interponerse como condición única. Es por ello que aunque musicalmente podamos afirmar que se puede fusionar el j‑pop con el heavy metal en ningún caso esta combinación sería perfecta hasta que la condición de anulación de lo femenino y lo infantil del segundo no permita, en último término, que lo kawaii sea auténticamente satánico. Pues sólo en la aceptación de la diferencia radical se encuentra la llave de la síntesis verdadera.
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