¿Qué estarías dispuesto a hacer para salvar el planeta Tierra? Esta pregunta que parece insustancial no lo es tanto cuando se descubre como una de las paradojas más subversivas que se pueden formular en el seno de una sociedad sin conciencia ecológica. Aunque cualquiera podría ver la importancia de defender el planeta de una invasión alienígena, zombi o de cualquier otra representación alegórica del terror de Lo Otro ‑generalmente, del terror de lo que puede destruir el status quo imperante- casi nadie podría admitir esa misma importancia de defensa en favor de la destrucción por nosotros mismos; las acciones destructivas de los demás son malévolas pero las nuestras son desarrollo. Es por eso que la película de culto “¡Salvar al planeta Tierra!” (aka Jigureul jikyeora!) de Joon-Hwan Jang se presenta como una necesaria perspectiva desde el otro lado el tema de la destrucción del mundo.
El joven Byeong-gu es un ufólogo aficionado que vive en mitad de las montañas con su novia viviendo de la fabricación de maniquís artesanales y de la apicultura, además de tener una insana afición por secuestrar personas, que sospecha que son alienígenas, con el fin de torturarlas para conocer sus planes secretos de invasión. Todo se complicará de forma desorbitada cuando secuestra al presidente de una compañía Química ante la sospecha de que es una avanzadilla que tendrá que convocar al Príncipe de Andrómeda el día de eclipse lunar para que invada la Tierra. En éste tour de force que combina sin reparos terror, torture porn, sci-fi, humor, drama, romance, thriller y todos los géneros que alguna vez el hombre haya cultivado en cualquiera de sus formas los personajes se van entrecruzando entretejiendo una historia de confusión, mentiras y ufología. Mientras el infame detective Lee buscará al secuestrador para restituir su posición, el novato inspector Cho intentará ascender de la mano de su héroe caído; todo lo anterior mientras la novia de Byeong decide irse lejos de él para cumplir su sueño de ser equilibrista profesional.
Todas sus vidas se cruzan y entrecruzan como por casualidad en una confluencia perfecta de lo que supone la vida: una superposición perpetua de situaciones, medios, contextos y personas siempre en perpetuo cambio. Es por eso que el tono de la película siempre va derivando (y delirando) entre todos los diferentes géneros imaginables, aun partiendo de un plantel de personajes muy reducido, pues su aspiración última es representar, precisamente, como es la vida ordinaria en sus aspectos más extraordinarios. Es por eso que, para concebir la idea de por qué hay razón alguna para salvar el planeta Tierra, hay que vanagloriar y sistematizar en imágenes cual es la idea de vida que se da en éste planeta; en tanto la excepcionalidad del planeta Tierra no es tanto la existencia de vida como la existencia de vida inteligente es lógico que su investigación sea parte connatural a la decisión de su perpetuación. Que sería, precisamente, el mensaje final: ¿merece la humanidad, y por extensión la Tierra, ser salvada?
De éste modo si la representación de todo lo que se ve ‑desde la tragedia hasta el amor, pasando por el humor y todos los humores humanos (representados, a su vez, en los diferentes géneros cinematográficos abordados) que vamos viendo desfilar en la película- decide cual es la situación del mundo en tanto los humanos son sus habitantes más influyentes entonces hay otra perspectiva a abordar: el de la Tierra como hogar de sus habitantes. Por ello la película también debería leerse desde una segunda perspectiva, igual de interesante, donde la humanidad ya no se juzga por la sistematización de sus acciones comunes ‑algo, por otra parte, eminentemente humano- sino por el trato que dan a su hogar; se juzga a los hombres por la higiene que mantienen en el mundo. De éste modo la elección de Byeong-gu contra el presidente de una industria química no es casual pues esconde toda clase de prejuicios basados en la destrucción sistemática que hace su empresa al arrojar vertidos tóxicos en los lugares más inadecuados. De éste modo la crítica que se entreteje no es tanto anti-sistema como puramente ecologista, pues la auténtica salvación de la Tierra ‑y, por extensión, de la humanidad- pasa tanto por acabar con el invasor exterior como con acabar con el psicópata interior; la humanidad debe defenderse de los parásitos carentes de toda conciencia de grupo.
El retrato de familia de la humanidad que se hace constantemente a lo largo de la película se fundamenta no en la idea de que la humanidad no tiene salvación, ni mucho menos, sino precisamente en que sólo la humanidad puede parar su propia auto-destrucción. De éste modo nos debemos concienciar de que, juzgándonos desde nuestros propios criterios, si nuestra extinción llegara por haber destruido nosotros el planeta Tierra, entonces, nuestra extinción era un hecho justo y necesario. Y, por eso, será mejor que comencemos a aprender a defendermos de los enemigos de nuestro interior como lo hacemos de los enemigos del exterior. No existe salvación que no pase por la auto-consciencia del acto de la salvación.
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