Cuando hablamos de cosmos, con una tradición lingüística heredada in media res de la Grecia ática, entendemos de un sistema ordenado y armonioso en el cual se circunscribe una realidad auto-coordinada. En oposición al cosmos nos encontraríamos con el caso de la pólis (del griego πόλις) que sería la ciudad estado donde se establece el territorio humano; si el cosmos es lo salvaje e inhumano, la naturaleza bárbara alejada de toda noción humana, la pólis sería el ordenamiento estricto del ámbito de lo humano. Por supuesto este ordenamiento de la pólis deriva de una mímesis exacta del cosmos donde se origina un microcosmos que sería la sociedad civil, el ámbito político. En el trayecto el hombre, constituido ahora en conformación cultural, arrebata la noción de orden a la naturaleza para quebrarla en dos: el orden natural y el orden político. De éste modo nuestros referentes antiguos más directos, los griegos, originan un universo (cultural) dentro del universo (natural) donde aun habitamos. Por su parte, Don DeLillo, edifica un nuevo universo (naturalizado) dentro de ese universo heredado en su novela “Cosmópolis”.
A golpe de desestructuración nos narra como Eric Packer, un multimillonario asesor de inversiones de veintiocho primaveras, vive un día absurdamente frenético: apostará toda su fortuna contra la subida del yen y cruzará la ciudad entera en limusina para cortarse el pelo; para aniquilar todo cuanto hay de orden en el mundo. Entre medio, entre la génesis y el ocaso de éste estrambótico día, se encontrará con una infinidad de eventos que impedirán que pueda llegar con normalidad hasta su destino y, lo que es más importante, irá auto-destruyéndose lentamente en favor de la aplicación de su sistema financieron en busca del paralelismo que no alcanza a encontrar del porque del anómalo crecimiento del yen. La historia es, en definitiva, la búsqueda incansable del orden interno del cosmos.
Eric Packer, que jamás va más allá de los límites de su trabajo se pasará cada instante de la novela poniendo en práctica todas y cada una de las teorías que podrían desvencijar el último misterio de la construcción de su sistema: el yen. Desde su limusina, en una improvisada acumulación de carne en emulación de la muerte, jugando al baloncesto o reflexionando sobre el sexo siempre está perfeccionando un sistema que se rebela como siempre inexacto; jamás es capaz de edificar el paralelismo exacto, el cálculo matemático que se da en la naturaleza, que pueda circunscribirse al movimiento del yen. Y esto es así en tanto Eric, nuestro encantadoramente despreciable protagonista, todo lo realiza mediante la pura especulación de los hechos. Es por eso que no necesita tener sexo para tener sexo, o es capaz de experimentar el asesinato sin haber muerto, pues en tanto entidad político-cultural sufre la condición de que, en tanto presencia la realidad cultural equivalente, es capaz de dar por vivido el hecho natural en sí.
Porque, al final, toda la apreciación que se da en “Cosmópolis” no es una apreciación necesariamente estética: lo que vive el lector es una mímesis de lo que vive Eric Packer que es, a su vez, una mímesis de las vivencias reales de lo que supondría vivir lo que vive; a través de la reflexión, de la ficción/teorización del pensamiento, podemos experimentar los sucesos a través de su dimensión eminentemente estética. Es por eso que toda experiencia no pasa por estar en el lugar, en vivirla, tanto como en el hecho de observarla y saber teorizarla, interiorizarla, de la forma adecuada. La pólis que crea Eric a través de flujos informacionales de doble corte (naturales/culturales; oposición binaria interrelacionada) son una sistematización del cosmos que no da lugar a la política, realidad cultural humana primera, sino a una renaturalización a través de la estética; Eric tiene la misma relación con la economía o cualquier otra creación socio-cultural ‑y, por extensión, política- que cualquiera de nosotros con los hechos naturales.
El problema del ordenamiento del cosmos es que, tanto en experiencia perceptiva, es imposible conocer el auténtico orden del cosmos por dos motivos: el cosmos es consustancialmente grande para mapearlo en su totalidad y, aunque no lo sea, nunca podremos situarnos a nosotros mismos en ese mapa del cual somos parte. Es por ello que Eric se auto-destruye en búsqueda de la única pieza que falta para comprender porque el yen no funciona, el único dato que le falta por sublevar en éste mundo, y es incapaz de verlo porque la respuesta está en él mismo; porque el ojo no se puede mirar así mismo. Por eso la vida del sistematizador es una tragicomedia, pues es capaz de conocer todo cuanto rige el mundo salvo cual es su lugar en el mismo.
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