Comes A Light / We Can’t, de Marlon Dean Clift
Aparecida originariamente en A Place in the Sun aproximadamente sobre el mes de Abril del año pasado y re-escrita para éste blog.
El acto catedralicio es aquello que, por definición, se define como una base impositiva inaprensible a través de la cual se conforma un futuro culto pervertidor de la esencia misma de éste; el auténtico tema del carácter catedralicio no es tanto aquél, el gesto en sí mismo y lo que éste abarca, como la extensión misma del hecho, la inabarcabilidad del deseo que dio origen a una hazaña más grande que uno mismo. De éste modo el acto catedralicio sería aquél que consigue conformarse como un Todo a través de la cual poder ser una génesis singular de algo que no es lógico para nadie que no sea nosotros mismos. He ahí la necesidad de hablar de la bipolaridad operante en el seno de Comes A Light / We Can’t pues, al compartir base cuando son diametralmente diferentes, se sitúan entre el punto exacto que delimita la síntesis y la dicotomía clásica de Platón; el acto catedralicio es un acto de amor profundo e inaccesible desde su unilateralidad.
En Comes A Light nos encontramos un tema íntimo, un lienzo expresionista pintado con pequeñas y dulces pinceladas, como mirando hacia el infinito las olas restallan amantes bajo los pies del acantilado ante el cual estamos abotargados. Todo se conforma en una masa compacta, alucinada, de una exquisita irrealidad en la cual podríamos ver tanto el amor acercarse como la luz de un neón, como el fulgor tililante y tímido de un LED, mostrándose de repente fulminante con el fulgurante color de las olas del mar cuando restallan contra las afiladas rocas de los desfiladeros. La ternura que desprende en conjunto con su aparente sencillez desprende la serenidad que sólo puede dar el saberse protegido por aquello que se ama es la aceptación de la luz, sea cual sea el origen de ésta, en el seno de uno mismo. Y es por ello que Could We?, en tanto nexo común entre ambos temas encontramos, funcionaría como un delicado tema que aborda ese extraño punto de aceptación del amor. Con la misma base reducida a su mínima expresión crea un lazo común que ata los destinos de ambos mundos: el pasar del ser yo al ser nosotros transita aquí en el más profundo de los misterios, en un bajo errante tras las tintineantes estrellas de electrónico berilio. Con esto Marlon Dean Clift fusiona el entendimiento tácito a priori de su comprensión profunda; convine en que el amor, todo acto amoroso, se hace no desde una lógica meditada mediada por la razón si no en el caos profundo de su carácter irracional.
Pero incluso la perfecta síntesis que practica Could We? palidece ante la majestuosidad casi épica que encontramos en We Can’t. En esta nos encontramos como la instrumentación sobrevuela libre en el mar infinito que supone la base mientras la batería, como las olas restallando en ese límite de lo cognoscible, nos marca el propio devenir del mundo. Donde antes encontrábamos una luz tenue, observada desde el romanticismo, aquí nos encontramos la luz cegadora y aventurera que es buscada con tesón, el viaje que no es sino el metódico trabajo donde todo es apilado de forma aparentemente caótica para desatar el violentado encuentro tras ese cegador instante. Pero, como en el poema Ítaca de Kavafis, según nos acercamos al final, la luz se diluye para dejarnos paso a la única realidad posible: toda luz, como todo amor, es sólo el camino en el cual discurrimos en él y no su final. Por ello no podemos pretender esperar siempre el final, ver lo que nos depara el final para ver en contexto lo que ocurre, sino que siempre todo cuanto ocurre acontece en el acontecimiento; la única interpretación posible en el amor se debe dar en la locura, en el caos general en el que nace éste mismo, pues fuera de él sólo queda un vacío perpetuo donde la razón se convierte, de nuevo, en soberana.
El gran logro de esta síntesis, que encuentra su origen en esa base común que hemos resaltado tan insistentemente, está en darnos las dos caras de la moneda del amor que son, en último término, la misma. El punto de encuentro del amor, Comes A Light, nos inunda de un modo obsceno arrastrándonos hacia la tierna necesidad de él mientras, sin embargo, We Can’t, el viaje en el éste, se convierte en el turbulento tránsito hacia la pasión interior en la cual el final es sólo un momento del viaje donde todo se calma para perderse, porque nunca se prescinde del amor sin prescindir de su pasado. Y es que las obras catedralicias lo son por ser capaces de crear la síntesis de un momento especular de la realidad, una síntesis amorosa perfecta, que no puede ser representada si no es en su humana imposibilidad de ser pensadas.
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