Tabloid, de Errol Morris
El hecho de que el medio determina de forma dramática el como se sostiene, recibe y procesa un mensaje no es algo que pase desapercibido para un documentalista experimentado, con algún ligero devaneo por la ficción, como es Errol Morris. Si el medio es el mensaje, como tan lucidamente afirmaría Marshall McLuhan, entonces deberemos partir de que el análisis que pueda hacer Morris en su obra, aun cuando sea documental, jamás será inocente. Es por ello que toda obra se ve necesariamente mediada por las intenciones y conformaciones que le son propias al medio que se sostienen con cierta imposibilidad de escapar de las mismas. Y no sólo no pretende su inocencia, sino que busca ilustrar su mensaje a través del abuso de los mecanismos medios de los tabloides, fruto de su ferocísima crítica: el sensacionalismo.
A través de Joyce McKinney, víctima y verdugo del caso conocido popularmente como El violado mormón encadenado, va hilvanando una mirada hacia los tabloides en todo lo que hay en común entre estos y el género documental. Las versiones parciales de la historia, el no haber jamás interacción entre los personajes y el retrato de una (hipotética) fehaciente realidad. Junto a esto se da la inclusión ‑siempre con un punto malicioso, algo muy propio de Morris- de pequeños pop-ups de vividos colores u omisiones con cortes evidentes para amoldar el discurso; hace del medio documental una suerte de mímesis paródica del mensaje que transmiten los tabloides. Con ello pretende que la crítica se personalice no tanto al mostrar de una forma informativa el mal inherente de un medio específico ‑hecho sustancialmente inútil: el medio anula el mensaje contra el medio en sí- sino retratándolo con sus propias herramientas específicas.
El mensaje, de un modo tan avieso como poco ético, se diluye haciendo de todos los presentes extrañas bestias de feria que claman por un pedazo de atención; el medio, la forma de transmitir el mensaje, se convierte en un masaje. Con esto queremos decir que aunque el mensaje original pueda tener una significación dada, en este caso a través del medio sensacionalista, se transforma por culpa de medio en un masaje: se convierte algo con una utilidad dada (el informar) en algo primitivo, carente de valor y hecho sólo para el regocijo más esencial. Y, como el masaje, si se da mal, puede infligir un gran dolor.
Muy consciente de algo tan esencial de la teoría de los medios de comunicación la crítica brillante de Errol Morris en Tabloid se sustenta en hacer que se revierta el receptor del dolor de este mensaje al utilizar el medio del masaje, pero también enseñando la auténtica cara del masajista. Por ello tanto los protagonistas como los mormones o los periodistas de la prensa rosa quedan retratados siempre en gesticulaciones grotescas, animalizadas, haciendo comentarios inapropiados, cuando no absurdos o directamente ofensivos, con la intención clara de ir creando una imagen mental específica de sobre quien dirigir los afectos. Esto se vería fehacientemente en que, mientras Joyce McKinney siempre lleva asociadas unas connotaciones positivas (es hermosa, cree en el amor y Dios pero la vida le dio la espalda) con algunos defectos menores (una sobrevaloración de su aspecto), Peter Tory es retratado con una aspectualización de pura negatividad (es mezquino, haría cualquier cosa por el dinero y no duda en enfangar la memoria de cualquiera). O lo que es lo mismo: Errol Morris escribe retratos de personalidad literaria a través de un perfecto corta y pega de las imágenes captadas a través de su cámara.
El aceite de coco de ese masaje sería, precisamente, el saber manipular, deformar y escoger las imágenes que realzan ese masaje impío al distorsionar las imágenes de la realidad; hace más efectivo el masaje/mensaje inherente al medio. Es por ello que en Tabloid tenemos un retrato tan tramposo y mentiroso de los tabloides como lo son estos mismos al apropiarse de los códigos de su medio pero, ¿quién puede culpar al médico de diagnosticar la enfermedad representándola con quienes la viven? Nadie puede, pues nadie rechazará jamás un buen masaje. Con aceite de coco.
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