Televisión, de Los Medios
Para un grueso obsceno de la población la mayor y más cercana fuente de relaciones sociales se data ante la televisión. En un mundo capitalista donde el trabajo monopoliza la mayor parte de fuerzas productivas el estatismo que confiere la televisión produce que esta sea preferible sobre otras formas de ocio o de la comunicación con otras entidades próximas como familiares o amigos. La televisión se produce entonces como una antitésis de lo que se exige a los humanos en sus horas de labor productiva: La Televisión ‑entendámosla, ya veremos después por qué, como una entidad ontológicamente cargada; como un objeto- produce actos donde ella produce todo en favor de la recepción de un contenido dado por parte de un sujeto desvanecido; las relaciones se invierten ya que el trabajador, el que genera contenidos en el mundo, es ahora quien de hecho recibe esos contenidos, sólo que de otra clase. Es por ello que la relación que tiene el individuo medio está, prácticamente por definición, desproblematizada.
La relación que se sostiene con la televisión es la misma que se produce entre cual par de objetos, sólo que de un modo subrepticio. Cuando el televidente medio se dispone a perder el tiempo de forma significativa conmuta su relación con el medio (televisivo-social) a través de una serie de disposiciones propias que imitan las, porque de hecho son, relaciones sociales con otros individuos de su misma categoría ontológico-existencial. De éste modo nuestro televidente ficcional preferirá, por pura elección racional, la presencia de un programa de televisión que ya conoce antes que uno que no, lo cual no deja de ser un comportamiento mimético de la preferencia ante la presencia de amigos que de desconocidos. El rango de atención que nuestro diégetico objeto de estudio produce se mueve siempre entre las preferencias particulares del momento de ponerse ante la tele ‑que, como suponemos, es en sus momentos de ocio, prepondera en el proceso de no pensar- y las preferencias dadas de forma absoluta; la elección de un programa de televisión sobre otro es la misma que la elección de ver a una persona sobre otra, depende de quien nos caiga mejor pero también de con quien prefiramos estar ese rato específico de nuestra vida.
Es por ello que toda selección de como relacionarse con la televisión es siempre dependiente de los individuos que ante ella se sitúan. Esto, que parece una obviedad, se entiende mejor cuando intentamos pensar en las relaciones que practicamos con respecto de la televisión y, especialmente, de su discurso. Si un programa de televisión sigue ahí es porque el televidente tiene una relación cordial, ontológicamente adecuada, con los afectos producidos por ese programa en particular; el televidente perpetua las relaciones existenciales, la condición de entidad viva, de los programas generados en el medio televisivo. O, lo que es lo mismo, si Sálvame se perpetua y no programas de divulgación científica es porque la gente así lo prefiere.
Por supuesto sería extremadamente sencillo acusar a la gente de una culpabilidad total de cuanto se emite en televisión pero esto, además de tramposo, sería caer en una total ignorancia de como se comportan los medios. Los medios crean un contexto donde se interrelacionan los individuos y, por tanto, donde se generan los afectos. Lo que hemos de tener en cuenta es que el espectador llega al medio televisivo a través de una infinidad de mediaciones anteriores que repercuten en su capacidad de mantener una relación estable, lógica y distante con la televisión. Así, si el espectador medio es una persona de clase media-baja que pasa haciendo labores productivas de ocho a diez horas al día fuera de casa, cuando llega a casa la pretensión de nuestro objeto (de estudio) no es seguir produciendo (información) a través de un uso intelectivo de la televisión, sino que su interés radicará necesariamente en evadirse de lo que le parece una vida vaciada de cualquier tipo de significación; la relación de las personas con la televisión es eminentemente nihilista porque está mediada por las formas de producción de capital existentes: cuando llega a casa el trabajador medio no desea producir capital intelectual para beneficio propio.
Aunque tendamos a pensar lo contrario la televisión, los programas de televisión, nos observa en la misma medida, si no más, que nosotros la observamos a ella. En tanto objeto con el que nos encontramos en un medio dado el programa de televisión no sólo nos devuelve nuestro reflejo, sino que tal configuración del ser es mutua. Si nuestras relaciones disposicionales en ese medio, si los afectos que producimos, son de un ocio improductivo basado en la desregulación de la producción de capital intelectual entonces los programas de televisión se amoldarán a esta idea generada; el medio, la televisión, es el espacio donde programas y personas, dos tipos de objetos que se relacionan, confluyen y se cambian a través de sus disposiciones afectivas. Es por ello que la televisión no es mala (ni buena) per sé, sino que lo es en medida de que relaciones afectivas deciden definir en ella las conformaciones de producción del hombre.
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