The Man with the Iron Fists, de RZA
Ante la ausencia de mitos tangibles como tal, en el presente tendemos a mitificar a aquellos que alcanzan cierto grado de popularidad en su campo como método para erigir modelos de comportamiento a imitar; toda cultura crea sus propios mitos para poder transmitir sus conocimientos básicos con facilidad. Partiendo de esta premisa podríamos entender que, por ejemplo, la cultura del hip-hop crea una mitología particular esgrimida a través de diferentes personajes, actos y dioses que confieren un cierto horizonte de sentido para aquellos que se acercan a ella: la guerra entre la costa este y oeste, el gangsta como código de honor, Tupac Shakur como héroe-martir nacido de una dulce muerte, DJ Kool Herc como Dios padre —lo cual formaría una genealogía completa: desde su primitivo hijo Afrika Bambaataa hasta sus rebeldes nietos hijos de los dioses contemporáneos N.W.A y Ice‑T— y Kanye West en el papel de díscolo dios emigrante hacia panteones más lujuriosos. Toda cultura que se pretenda como tal erige su propio panteón mitológico a través del cual se entiende, de una forma indirecta, un horizonte de sentido que se da como evidente sólo para aquellos iniciados en los secretos de la cultura; la labor de la mitología, de la mitologización, es, aun hoy, comunicar la verdad subyacente a la comunidad.
En toda esta mitologización el arte tiene un papel determinante, pues a través de él se pueden comunicar de una forma eficiente las formas particulares defendidas en la cultura; el arte es siempre un reflejo de la existencia particular de aquellos que la producen. Es por eso que una película de RZA, uno de los actuales altos sacerdotes de la cultura negra más próxima al hip-hop, nunca será simplemente una película, sino que necesariamente será el reflejo fidedigno de las enseñanzas actuales que en determinada cultura, la suya, se propugnan como la forma de vida ideal. El hecho de que RZA sea el héroe de la película no es baladí, pues ya desde esa misma premisa nos refleja un mensaje particular: yo soy vuestro mesías, aquel al que debéis imitar para ser alguien relevante en nuestra cultura; la importancia del amor y la fidelidad al compañero —y, por extensión, la venganza como leit motiv esencial de los actos — , la ley del silencio de no rebelar los actos de cualquier otro y la forja del compañerismo a través de la batalla, son hechos consustanciales a la cultura del hip-hop desde su misma génesis, pero aquí se ven personificadas como actos reales en la ficción que encarna RZA en su cuerpo mismo (ahora forrado en puños de metal).
The Man with the Iron Fists no es más que la consecución lógica de alguien que se sabe un mito, una luz guía de los jóvenes dentro de una cultura determinada, y por ello se ve en la obligación de hacer un tratado de las buenas costumbres revestido de entretenimiento. Pero esto no es algo nuevo, pues al fin y al cabo es lo que lleva haciendo la humanidad desde los cantos épicos de la antigüedad — todo lo que ocurre en la película son el reflejo de una cierta idea de existencia auténtica dentro del horizonte de sentido de una cultura, de un idioma, de una comunidad, determinada. Aquí RZA se erige a sí mismo carne del mundo, la verdad invariable de una existencia que merece ser vivida, a través de una serie de valores que encarna como contraposición a unos enemigos que se muestran como los más viles posibles; no sólo dan un reflejo de lo positivo, sino también de lo negativo en su vertiente activa (la traición por parte del clan de los tigres) pero también en la pasiva (el hecho de que RZA se desentienda de la lucha, que no tome partido cuando debería, por el hecho de ganar dinero); hay unos rivales que son abyectos desde su propia génesis, pero incluso el héroe acaba viéndose castigado precisamente por caer en una abyección fruto de su propio inmovilismo.
¿Significa ésto que la película carezca de todo valor estético en tanto podría ser interpretado como una lectura épico-educativa? No, porque de hecho todo auténtico arte tiene esa condición: el mostrar como es el mundo, el ser, el paradigma de sentido por el cual nos movemos, en su propio tiempo. La hibridación que hace con elementos comunes al wuxia, que desarrollan una serie de ideas próximas a las desarrolladas a posteriori por el hip-hop, no sería entonces una mera curiosidad que ha hecho para poder erigir todo un culto a la hostia como realidad definitiva —que también, pero es sólo una consecuencia más de este hecho— sino, precisamente, como modo de erigir debido tributo a la cultura en la cual nace su propio modus vivendi.
Sin embargo aquí podría extrañarnos la preponderancia que tiene la cultura asiática sobre la cultura negra salvo, porque como ya hemos visto, ésta parte como un correlato lógico pretérito de la cual la cultura del hip-hop bebe mientras, a su vez, se desvincula de la cultura americana anterior de la cual es participe pero no camarada —lo cual se refleja en los otros dos protagonistas heroicos de la película: con Zen-Yi guarda una complicidad absoluta, hasta el punto que es él quien literaliza lo ocurrido al afirmar que he perdido un padre, pero he ganado un hermano; con Jack Knife guarda una complicidad delicada, basada en el hecho de saberlo como el aliado potencial que necesita, pero siempre en la distancia de saberlo como potencial enemigo en un futuro: entre ellos hay respeto, pero no amistad. Al circunscribir la cultura dominante en el interior de otra completamente ajena, pero aun en conflicto con al menos otra más, consigue reforzar los puntos de identidad propia en reflejo con los puntos símiles y disimiles de esas otras culturas.
En un horizonte completamente diferente, el puramente cinematográfico, RZA pierde (ligeramente) el hilo en algunas ocasiones por la celeridad en el montaje de algunas escenas de peleas además los cortes demasiado ajustados en otras pero, a su vez, demuestra tener una pericia más que constatable en los motivos de la producción y el montaje. ¿Qué tiene que ver esto con la película como mitología? Absolutamente todo, pues en la elección de un cierto ritmo pausado pero de ánimo cercano al del videoclip, se representa a la perfección tanto la evolución particular de los personajes como la cultura a la que están acostumbrados los receptores del mensaje: ellos ya nacen capacitados para hacer lo que tienen que hacer, pueden enfrentarse a sus enemigos desde el minuto uno, pero primero deben llegar hasta el lugar donde eso ocurrirá. Y ese llegar puede ser tanto físico como existencial; ellos ya han crecido capacitados para entender una imagen-tiempo mucho más acelerada. Es así donde el montaje, el mise en scène y el ritmo propio impreso en la película se conforman uno en reflejo de lo que ocurre en los personajes, permitiendo que el brusco cambio que se da en los personajes esté en consonancia con como se nos cuenta el mismo; los saltos precipitados, el ritmo cocinado con oficio para poder propiciar esos saltos desde largos planos generales hacia bruscos cambios en la velocidad, es exactamente la misma contemplación en el desarrollo del personaje de RZA: hasta que no sabe (y sabemos) cuales son sus prioridades existenciales, hasta que no se refuerza la idea particular de que es lo importante, no se puede dar el estallido que genera la vuelta o la destrucción de esas mismas prioridades.
Como conjunto armónico, perfectamente medido en su forma y fondo, todo se conjuga como acto común en la enseñanza de valores a través de un envoltorio atractivo y absolutamente contemporáneo a través del cual se puede leer con una claridad absoluta algo sobre la verdad actual de la existencia humana, lo cual sólo se consigue debido a la mitologización, necesaria y constante, de toda cultura. Por eso la película de RZA no es sólo una película rabiosamente divertida, pero tampoco es también sólo una pieza de educación en las formas del samurai del hip-hop, sino que es un pequeño pedazo de brillante arte; una joya poliédrica, extraña y compleja en su absoluta simplicidad, la literalización de todo aquello que cualquier buen conocedor del hip-hop ya conocía por sí mismo pero que él ha cristalizado en un reflejo completo en sí mismo.
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