¡Ojo Cuidado! Esta entrada está plagada de spoilers de la película Triangle y seguramente no quieras leerla sin haberla visto antes.
Ante la existencia motivada por un aparente caos absoluto que media todo en el mundo sólo nos queda abrazar el carácter absurdo del mismo; el hombre debe convertirse en mediación de éste absurdo. El caso más perentorio es el de la muerte donde, ante la imposibilidad de su aceptación, sólo podemos refugiarnos en el hecho de intentar siempre huir de ella, o incluso revertirla, aun cuando sea imposible una trascendencia física aparente. ¿Cual sería entonces la labor del hombre con respecto del mundo? El rebelarse como una entidad que intenta vivir, y traer a la vida, de la forma más prolongada en el tiempo que le sea a éste posible. Esta entidad camusiana no acepta el absurdo sino que se mimetiza en él; es el héroe Sísifo huyendo del destino que le es dado.
Triangle, excelente película de Christopher Smith, se articula precisamente en esta huida circular de la realidad tangencial que nos somete con yugo de acero. La protagonista, Jess, es una joven madre de un niño con autismo que se escapa un día con unos amigos en un viaje en barco que, progresivamente, se hará más incómodo por las inclemencias del clima pero también de su propio ánimo; finalmente su barco se hundirá con funestos resultados siempre rescatados in extremis por un crucero. Desde la (falsa) calma se irá moviendo Jess aturdida hacia el futuro caos que se irá originando lentamente hasta concluir en el suicidio del asesino de todos los supervivientes del naufragio. Lejos de acabar se manifiesta lo que hay de caótico en el mundo al ver como a lo lejos se encuentra el barco con todos sus amigos vivos, con ella incluida entre ellos; se convierte en la otra de los otros en la disociación de estar en sí como una entidad ajena de sí. Así iremos viendo como se desarrollan aspectos que quedaban desdichos y como todo se va hilando en un cada vez más creciente absurdo hasta el final: el eterno retorno de lo mismo.
Jess es la heroína que buscando evitar la muerte, el absurdo más grande de la existencia humana, se codifica como una revolución de una sola persona en contra de un destino brutal que una y otra vez le demuestra lo infructuoso de sus hazañas. De éste modo Jess se convierte en Sísifo al soportar los infinitos embates del universo, pero no por los embates en sí mismos sino por la elección de seguir haciendo siempre lo mismo; el castigo divino se da por no aceptar la inevitabilidad de la inacción. Pero nada nos dice que realmente no pueda quebrar ese momentum infinito, siempre queda la fe en que el mundo acabe por apreciar la poética de la proeza del hombre contra el universo.
Por eso embarcan en el barco Eolo, padre de Sísifo, después de una terrible tormenta. He ahí que caiga siempre en una absurda tarea, sisífica, en la cual justo al acabar prudentemente con ella todo vuelve a comenzar inevitablemente, que siempre acabe en el eterno retorno de lo mismo, por culpa de unas alas que la arrastran al Haces. Esa es la razón por la cual el taxista, ese Caronte doppelgänger de Camus que confía en que hará lo debido, la espera imperturbable una y otra vez para conducirla hasta su destino; hasta su castigo del que jamás podrá escapar. Como el penitente que hace algo indigno que revive en su memoria cada instante, paso por paso, de lo que hizo mal, Jess rememora cada instante, paso por paso, de lo que hizo mal. Y es inevitable porque, aunque el mundo sea absurdo, nosotros podemos seguir adelante e incluso intentar seguir desafiando a la muerte, al absurdo o al caos, pero lo que nunca podremos hacer es volver atrás para impedir lo que ya hicimos. Porque viajar en el tiempo es imposible; porque todo viaje implica un nuevo camino. He ahí que el mito de Sísifo/Jess no sea a causa de haber desafiado a la muerte, sino que lo es por causa de haber desafiado al tiempo; por haberse dejado caer en la culpabilidad ciega del hombre.
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