El humor es la condición de perversidad intelectual que nos desvela aquello que estaba oculto tras el intento de alcanzar nuestro objetivo; literaliza en su conformación desdibujada las consecuencias del fracaso. En tales lares deberíamos considerar a Jardiel Poncela como un auténtico maestro, tanto por su fracaso vital ‑posicionarse en el bando equivocado en la guerra civil- como también por ser uno de los más extraordinarios genios del humor que ha nacido en la abrasiva piel de toro. Él, siempre partiendo de la premisa del fracaso absoluto, se va moviendo como pez en el agua gracias al enlazar inmisericorde toda clase de momentos humorísticos que se van dibujando, finalmente, sobre la misma suposición: el fracaso de la lógica. Cualquier otra clase de fracaso ‑del amor, de forma particular, pero también de la religión o la fisicalidad por poner otros ejemplos- se ve minimizado ante el mundo de decisiones absurdas, incluso completamente ilógicas, con las que tiñen el mundo sus personajes. He ahí que el abordar la figura de la entidad lógica, siempre consciente de la situación en el mundo, sea un punto inadecuado en el discurso de Poncela sino es desde la perspectiva del contraste, ¿o no?
En “Las novísimas aventuras de Sherlock Holmes” nos propone una insospechada resurrección del detective más famoso de la literatura el cual coincidirá casualmente con el propio Poncela en Londres, haciendo de éste su nuevo ayudante. La hiper-racionalidad de Sherlock Holmes, su tendencia hacia una justificación racional mediante la deducción de todo suceso, se ve retratada generalmente como una sapiencia que siempre roza los aspectos sobrenaturales; un saber enciclopédico que se mimetiza con la abstracción de lo puramente fantástico. Y es ahí donde entra en juego Poncela al hacer de esta sapiencia un ejercicio de humor retorcido. Convirtiendo su enciclopedismo en una pura sátira gruesa toda deducción del detective parte de unas observaciones dudosas, incluso técnicamente ruinosas, que sin embargo mediante unas desviadas presunciones lógicas le llevan a resolver sus peculiares casos. Esto sumado con la parodia de ciertos detalles propios del personaje, como el uso ‑y aquí abuso- de la cocaína, nos da una parodia sublime del hombre del 221B de Barker Street: el reflejo diametralmente opuesto de Poncela; el hombre que alcanza el humor no por un fracaso de la lógica sino a causa del fracaso por hipertrofia de la lógica.
He ahí la magia de Poncela que, respetando siempre la figura del personaje, lo retuerce, caricaturiza y deforma hasta el punto de convertirlo en una parodia absurda de sí pero que, sin embargo, sigue siendo perfectamente él. Por ello el final del libro sólo podía ser el mayor fracaso de toda lógica posible, el paradigma de todo absurdo de la realidad humana como representación: el culpable de los asesinatos es el último hombre que queda en pie, aunque éste sea imposible que los cometiera. El post-humor mató a la estrella del stand-up, pero lo hizo hipertrofiando.
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