Todos mis compañeros de clase querían ser marines espaciales calvos que portaran armas lo más grandes y destructivas posible para exterminar alguna clase de amenaza alienígena mientras se parapetaban en coberturas destruibles. Yo soy el chico raro de mi generación, ¿que te puede ofrecer un pobre ingeniero que no pueda aportar un musculitos calvo y descerebrado en una nave perdida en el espacio?
Así Isaac Clarke podría introducirnos a hablar del videojuego en el que es protagonista, Dead Space y la respuesta a su pregunta es terror ya que nos da el mejor survival horror de esta generación de consolas.
En Dead Space encarnamos a un ingeniero que, ademas de no saber usar armas, comprueba rápidamente como los rifles de sus compañeros no hacen nada a los monstruos de pesadillas que les atacan, los necromorfos. Isaac solo puede huir de sus enemigos hasta conseguir huir un ascensor encontrando allí la clave de su supervivencia, los necromorfos mueren al ser desmembrados. A partir de este punto, cortadora de plasma en mano, buscara los medios para poder salir de la trampa mortal que es el USG Ishimura.
Así el juego se articula en el miedo y en la brutalidad, no paramos de comprobar una y otra vez como todos los seres que desmembramos brutalmente eran antes seres humanos y que nosotros, ante el mínimo fallo o duda, podemos acabar siendo uno de ellos. Este miedo a ser Los Otros, el ente parasitario, se refuerza en los momentos que uno de estos seres nos consigue atacar con éxito varias veces y por fin, consigue desmembrarnos de un modo totalmente inmisericorde y bestial, del mismo modo que una y otra vez ejecutamos a sus compañeros. La única salida es ser El Otro, despojarse de humanidad y recrearse en el baño de sangre y extremidades volando por los aires.
Y al final, entre oníricos paseos en gravedad cero, el atronador sonido de la cortadora de plasma, los jadeos agobiantes, los latidos acelerados y el ritmo cambiante solo queda el espacio. Un espacio muerto, breve, intenso y en el que se goza sufriendo. Porque el infierno son los demás, porque El Otro somos nosotros.
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