Una guerra civil es siempre por definición una lucha fratricida, la división en dos bandos dentro del mismo país hace que lo que antes eran familiares y amigos en demasiadas ocasiones se enfrente por unos ideales que ellos no eligieron. Así da comienzo Civil Wars con una lucha por el futuro de los superhéroes.
Después de un accidente en un colegio con 60 niños muertos por culpa del reality show de los Nuevos Guerreros al intentar capturar a Nitro. A raíz de esto se precipitara todo hacia un acta de registro que obligara a los superhéroes a hacer publica su identidad con Iron Man a la cabeza. Sin embargo algunos de los superhéroes no estarán dispuestos a aceptar esta situación, según ellos, de totalitarismo y se opondrán frontalmente ante la ley con el Capitán América como líder.
La historia que empieza de un modo prometedor pronto va derivando hacia caminos abruptos. El lector desde el principio se siente afín a uno de los bandos mientras con el paso del tiempo Mark Millar nos insiste en desarticular las bondades de ambos a base de alianzas indebidas, muertes y fanatismos. Con todo esto lejos de provocar un nihilismo estéril nos intenta enseñar con cierto cinismo ambos lados de la lucha, una lucha donde no importa quien tenga razón o cuan nobles sean las intenciones de cada uno, siempre recurrirán a todos los medios necesarios para alcanzar su fin. Y el lector al final, con asombro, no podrá posicionarse de ninguno de los lados, solo el fanático se posicionara y clamara por su bando. Ya sea el fanático de la conspiración o el fanático de la continuidad en el cómic ya que, como en Civil War, solo los fanáticos son los que no son capaces de ver lo maniqueo de su guerra. Si el fin justifica los medios, arrasemos Manhattan.
Y es que las victorias pírricas son otro tipo de derrotas.
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