Hoy, y todos los días trabajo en servicios sociales donde han derivado todo nuestro presupuesto a la policía y solo quedamos un mago alcohólico y yo. Mi novia es una sucubo sádica y torturadora que es, además, mi jefa. Mi compañero de piso es un zombie que planea matarme mientras duermo para poder devorarme porque estoy tierno y sabroso. No hay nadie normal aquí, en Nueva York, todos están locos y yo también acabare como ellos. ADV.
En eso podríamos resumir la extraña vida de Mark Lilly, uno de los dos empleados de servicios sociales de Nueva York que se encarga de controlar el caos migratorio que supone la existencia de toda clase de monstruos y su integración en la sociedad. Siempre con un pie trabajando con su grupo de terapia a los cuales integrar en la sociedad con escaso éxito y con otro en los nuevos casos que van llegando y de los cuales tiene que ocuparse ya que su compañero jamas hace nada. Esto sumado a su turbulenta vida social con su novia sucubo sufriendo un periodo de celo, su compañero de piso llevándolo a una barbacoa familiar donde sus padres no saben que es zombie o su colega del trabajo animándole el suicidio para hacer un truco de magia resucitandole hace que su vida no sea para nada fácil ni convencional.
Pues todo ésto y mucho más conforma la serie de animación Ugly Americans, una impresionante cosmología de humor negro que entre monstruos contemporáneos y clásicos Mark Lilly debe intentar que todos encuentren su lugar ideal en la caótica Nueva York. Sin ningún recato ni contemplaciones se van sucediendo las escenas de pura escatología entre chistes sobre sexo, mierda y descuartizamientos que no pocas veces acaban siendo representados gráficamente. La consecución de consecuencias absurdas a cualquiera de las acciones de los protagonistas, que acaban por salvar el día siempre casi de milagro, siempre nos responde con un chascarrillo más y una vuelta de tuerca nueva que se ríe a partes iguales de las concepciones clásicas como de las modernas del cine de monstruos.
Tras siete capítulos de pura impostura catódica solo cabe aplaudir la magistral diferenciación entre los zombies de nueva york y los de nueva jersey y aceptar que, quizás, el protagonista de Crepusculo efectivamente sea el hijo de Nosferatu. De los monstruos y la escatología nace el hijo bastardo de la crítica afiladamente humorística.
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