Aunque se tienda a su idealización la infancia no deja de ser una etapa de descubrimiento donde los seres humanos somos particularmente vulnerables y dependientes con respecto a los factores externos del mundo. La infancia es un momento que se tiende a banalizar en favor del hipotético valor intelectivo desarrollado a partir de la mal llamada madurez. Pero si hay un autor que ha sabido retratar mejor lo más tenebroso de esta primera etapa existencial es sin duda Kazuo Umezu con un especial hincapié en su Cat Eyed Boy.
Nuestro protagonista Cat Eyed Boy, demasiado humano para el mundo de los monstruos pero demasiado monstruo para el mundo de los humanos, es un vagabundo que intentará arreglar aquellos problemas que se den en la convivencia entre lo (sobre)natural y lo humano. Así el punto mediador entre dos mundos absolutamente irreconciliables es el bastardo, el diferente, que es incapaz de conjugar en si mismo el orden natural de ninguno de los mundos. En todo su primer tomo el particular desarrollo de Umezu hará hincapié en como sólo desde la divergencia se puede combatir el caos que produce la confrontación de la guerra eterna. Si con respecto a los humanos los monstruos son Lo Otro eso deja a Cat Eyed Boy en la más extraña y peligrosa de las situaciones, es el otro con respecto de todo sí y otro; es lo absolutamente otro a través de nuestra similitud. En el choque de dos realidades que combaten por constituirse como hegemónicas el orden natural de las cosas es Cat Eyed Boy al intentar mantener siempre en un equilibrio perfecto las fuerzas. Él, en último término, es el narrador que impide que ninguna de las fuerzas presentes acabe por alzarse como absolutas.
Pero de poco serviría unas historias soberbias, casi milimétricas en sus intenciones, sino fueran acompañadas de un dibujo que fueran capaces de sostener el discurso gráfico que debe representar. Así el dibujo de Umezu se hace añejo, aunque no antiguo, y nos da siempre una sensación de estar en un shojo tontorrón con la capacidad de transmutar celéricamente en una orgía de evisceramientos. Sus formas siempre nos abstraen hacia un mundo infantil tremendamente naïf en el cual siempre esperamos encandilados el momento en que todo se convertirá en las pesadillas inocentes de una infancia presente; el momento en que todo se transformará en un terror sublimado. De este modo consigue lanzarnos directos a la cara un terror que no se sostiene tras la sangre o el dolor, sino a través de la certeza de los pánicos universales que anidan siempre tras nosotros. El miedo de ser diferente, la soledad o la muerte son los temas comunes que va abordando con parsimonia de forma reiterada durante toda la obra; que todos guardamos abotargados presentes en nuestro interior.
Pero si la temática común de toda la obra son los rincones secretos del terror infantil no deberíamos obviar entonces que, en su segunda parte, el otro gran tema que sobrevuela todo es el fin de la imaginación. En su último centenar de páginas los niños van cayendo presa de sus propias imaginaciones siendo destruidos de formas poéticas ante los atónitos ojos de Cat Eyed Boy que no puede hacer nada salvo confiar en que los niños sabrán que hacer. Cuando la imaginación de estos infantes se torna realidad arrastrándolos hacia el infierno sólo en la renuncia de aquello que es fantasía valdrá para rescatar los pedazos de un presente evaporado; arrasado. ¿O no? En la más clarividente de las historias, El amigo, él nos hace replantearnos esta cuestión de la mano de un Cat Eyed Boy que, por primera vez, lo vemos explicitando la tristeza que siente ante la aventura vivida. El final, su final, contándonos como jamás podrá olvidar la aventura donde vio morir la imaginación de un niño explicita claramente la intención de Umezu: la muerte de la imaginación no sólo es la muerte de la infancia sino de todo carácter humano; de toda historia humana.
La última gran lección que aprenderemos aquí será que nunca debemos abandonar nuestra imaginación, sólo tenemos que aprender como esta puede ser usada en favor de nuestro ser en el mundo. Sin imaginación jamás podremos construirnos como seres humanos ya que todo ser humano es, necesariamente, aquellos relatos que la fantasía le ha concedido. Yo soy yo y mi imaginación y sino la salvo a ella no me salvo yo.
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