Altered States, de Ken Russell
No es dificil rastrear que toda nuestra cultura, pese a quien pese, se define a través del viaje de héroe definido por el mitógrafo Joseph Campbell en El héroe de las mil caras. Incluso en la más peregrina de las narraciones, en la que parece que está más alejado de este concepto de viaje de superación personal, acabamos por encontrarnos los puntos más básicos de esta clase de narración; el viaje del héroe es un mito interiorizado por los hombres en sí mismo. No se escapa de esta noción Ken Russell y, no sólo es que no escape, es que seguramente se zambulle en ella con la auto-consciencia de alguien que sabe tener entre las manos potenciales mitos de la cultura contemporánea. Es por ello que a la hora de abordar Altered States, por su propia condición de mito fundacional de formas de pensar más allá de su tiempo, seguiré una versión reducida de este mítico viaje del héroe.
Principio del viaje
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El Dr. Edward Jessup, conocido popularmente como Eddie, tiene una vida ordinaria: sus estudios de los estados alterados de la conciencia le dan cierto pábulo y la encantadora Emily parece no resistirse ante sus encantos (1. Mundo ordinario). Sus investigaciones, las cuales le acercan cada vez más hacia esos estados alterados de conciencia, le abren la posibilidad de conocer nuevas formas del pensamiento (2. La llamada de la aventura) pero, ante la prerrogativa de Emily, deciden casarse dejando en un segundo lugar sus investigaciones (3. Reticencia del héroe o rechazo de la llamada). Esta situación idílica no tardará en quebrarse: Eddie es una persona obsesionada con la necesidad de encontrar La Verdad y, como tal, irá en búsqueda de ella; a través de un colega doctor que le acompañará a México será conducido hasta una tribu indígena que realiza rituales a través de la ingesta de un potente psicótico (4. Encuentro con el mentor o ayuda sobrenatural).
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Después de tomar la droga que le ofrecen los indígenas tiene unas alucinaciones salvajes (5. Cruce del primer umbral) por el cual ya no hay vuelta atrás; en éste momento Eddie tiene una iluminación, ve el mundo tal y como es, en el que todas las cosas tienen un pensamiento autónomo. Con una suerte de panpsiquismo evolucionista planteará que, como descendientes todos de la primera creación, somos una acumulación de pensamiento de cuantos agregados hemos ido deviniendo en nuestra conformación natural. Con esto siente como su objetivo de La Verdad no era una utopía imposible sino que, efectivamente, a través de la mente se pueden abrir canales hacia ese primer pensamiento primitivo del universo que iluminaría el pensamiento para dilucidar La Pregunta: ¿cual es el sentido de la existencia?
De la mano de su compañero Arthur Rosenberg y del siempre opuesto ante sus locuras Mason Parrish iniciará una serie de pruebas para intensificar el viaje de la droga para alcanzar una cada vez mayor comunión con el pensamiento primero (6. Pruebas, aliados y enemigos). El éxito rotundo, acercándose cada vez más peligrosamente hacia una posible incidencia de un pensamiento primitivo primero del hombre (7. Acercamiento), hará que se confronte con su entorno en busca de la prueba definitiva de su teoría. No fracasará; se convertirá en un primitivo estadio entre el hombre y el mono de donde, casi por casualidad saldrá indemne (8. Prueba difícil o traumática).
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Después de un trauma radical, pero con la certeza de su panpsiquismo evolucionista, él volverá a repetir la prueba con sus compañeros y su mujer consiguiendo demostrar su teoría, a la par que es capaz de ver El Momento Primero del pensamiento (9. Recompensa), pero a costa de ser gravemente herido. Cuando consigue despertar y acepta la equivocación de abandonar a Emily (10. El camino de vuelta) confiesa que todo ha sido un grave error; la Realidad Última no existe, la vida no tiene un sentido Racional y, por tanto, sólo cabe sumergirse un profundo nihilismo. En éste momento su cuerpo comenzará a cambiar de nuevo, hiriendo a Emily en el proceso (11. Resurrección del héroe) para, finalmente, conseguir curarse a sí mismo transmitiendo el conocimiento que ha aprendido del viaje: el amor que siente por Emily (12. Regreso con el elíxir).
Fin del viaje.
Si Ken Russell construye un viaje del héroe de manual, aunque quizás algo oscuro, es precisamente por su capacidad de ejemplificación: cualquiera es capaz de vivir el viaje con el héroe y, por tanto, acompañarle en su deducción (siempre lógica; siempre contingente) de la verdad del mundo. Pero de forma muy inteligente subvierte toda noción que podríamos esperar de un viaje del héroe ya que no es una ida con un vacío que se solventa en la vuelta con algo fantástico, sino que es una ida con un concepto maravilloso que se derrumba en una vuelta sin respuestas. Aquí el viaje no aporta nada al héroe, no lo construye, sólo lo destruye hasta sus cimientos para que, con su nueva sensibilidad adquirida, pueda valorar el tesoro que siempre se encontró en una dimensión más próxima que una verdad absoluta.
La idea de Eddie, ese pansiquismo evolucionista que presupone que todo estadio de la materia compositivo que fuimos tiene su propio pensamiento, es el valedor de la posibilidad de resultar cognoscible una Verdad absoluta; si fuéramos capaces de comprender el pensamiento de la primera partícula del universo conoceríamos el sentido de la existencia. ¿Pero qué ocurriría si su pensamiento fuera una nada tan absoluta como el vacío del que procede? La respuesta que da el propio Eddie a priori, y que darían la inmensa mayoría de filósofos a lo largo de la historia, es que entonces sólo cabe caer en el más puro de los nihilismos; si la existencia no parte (o acontece) en una Verdad, ¿por qué deberíamos creer en algo en este mundo?
Responder esta segunda pregunta sería el punto determinante para concebir una realidad más allá del nihilismo si queremos creer que no hay una verdad primera y absoluta. La respuesta no es fácil, pues si lo fuera no sería uno de los problemas ontológicos más graves que existen, pero si hay una posible salida satisfactoria: aun cuando el universo no tenga sentido el papel en el mundo del hombre puede ser darle sentido. A la inexistencia de Dios, de una Razón Pura, el hombre podría suplir el dar una razón al mundo, pero no suplir su identidad pues si el hombre se convirtiera en Dios, en razón absoluta de la creación, plantearía la paradoja de ser justificación a posteriori de toda creación cognoscible. Por lo que, finalmente, sólo nos cabría aceptar que la razón de la existencia es exclusivamente aquella que cada uno decida adoptar como la más importante de los razonamientos contingentes que cada uno de los objetos ‑desde los humanos hasta los átomos pasando por todo el cosmos perfectamente desordenado y sin sentido a priori- dados en el universo nos concedemos como nuestro destino; si existe una razón es contingente y a posteriori en el análisis del comportamiento de los objetos.
Basándonos en este argumento entonces podemos entender que toda razón existencial es algo inherente y propio de cada objeto siendo la labor de la razón, que no La Razón, descifrar cual es esa razón última de la existencia, una razón interna, para cada uno de los objetos-agente del mundo. De este modo podremos discernir que la razón existencial, aunque sea como condición metafórica, de los átomos es ser la propiedad mínima de identidad de un elemento químico, de las casas el ser habitáculos que resguarden una zona interior de la naturaleza exterior a sus habitantes y, como ya hemos visto, la de Eddie es amar a Emily cada segundo de su vida. Porque no existe razón que no esté mediada por una elección condicional pero no necesaria de su deseo.
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