La inocencia casi infantil nutre el descabellado y salvaje dietario de acción del pulp más vertiginoso, alocado y sugerente que podamos encontrar. El no necesitar aferrarse a convenciones o expectativas anteriores el género se puede permitir siempre ser una agradable, aunque la mayor parte de las ocasiones más bien chusca, sorpresa. Así Atomic Robo de Brian Clevinger es un cómic tan sugerente como simple.
Nuestro protagonista, Robo, es un robot de IA autónoma creado por Nikola Tesla que debido a sus insuperables capacidades suprahumanas consigue acabar por dirigir una agencia secreta de los EEUU para la lucha contra amenazas sobrenaturales. Las alocadas historias que nos cuentan en este primer arco breve de seis capítulos están siempre cargadas de tanto humor como mala leche. Los combates con mobiliario urbano contra insectos gigantes o el viaje a Marte donde acaba prácticamente loco por no tener lectura para matar el tiempo son sólo algunos ejemplos del absurdo heroico de nuestro cuerpo sin órganos. Para concluir las historias se añaden pequeños one shots realizados por otros autores, redundando en las infinitas posibilidades del mundo, siendo especialmente candorosas las batallas contra entes lovecraftnianos o los intentos de Edison por acabar con Tesla. Pero donde el cómic alcanza un candor especial, quizás lo único que lo haga brillar con cierta independencia del revival pulp, es el carácter de humanidad de Robo. A pesar de su condición desarrolla reiteradamente un claro despliegue de sentimientos con los cuales reacciona ante el mundo como si se tratara de un ser humano cualquiera; como si fuera un ente natural y no artificial. Y es que, aun siendo de metal y carente de órganos, no deja de ser un ser como humano.
El sentido de la maravilla en el pulp siempre ha parecido quedarse en lo ingenuo, en lo que es puramente natural y jamás fue arrojado fuera del paraíso. Pero no deberíamos olvidar que también existe lo sentimental, esa búsqueda del paraíso perdido en la cual podremos, ya sino encontrarlo, edificar nuestro jardín particular. El mérito divino o ingenuo, es crear al hombre, el mérito humano o sentimental, es hacer de lo artificial humano.
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