Generalmente los actos más salvajes y repulsivos acaban teniendo las connotaciones más moralmente inofensivas o, incluso, un discurso dominante implícito que prácticamente roza el fascismo. Aunque en el segundo caso nos ocuparía hablar del último single de Lady Gaga, cosa que no haremos al menos en este momento, en el primer caso nos encontraríamos la última sensación catártica: A Serbian Film.
A nadie se le escapa ya a estas alturas cual es la problemática detrás de la dichosa película serbia, fue censurada e impedido su proyección de modo público debido al uso de escenas de violencia física y sexual contra menores. La cosa va a más cuando los medios de comunicación se hicieron eco de ello con una ignorancia inadmisible: llegando incluso a la admisión de no haber visto ‑ni tener intención alguna de hacerlo- la película. A los medios se les presupone, por desgracia, su capacidad desinformativa pero el último de los pasos, y el que instiga esta entrada, es la denuncia de la fiscalía de Barcelona contra Ángel Sala, director del festival de Sitges, por exhibir esta película. Antes de su prohibición y acusándole de proyectar pornografía infantil. Ante un tema tan delicado, será importante ir por partes para abordarlo en su absurda totalidad.
Primero cabe exponer que A Serbian Film nos cuenta la historia de un ex-actor porno retirado que, ante los problemas económicos, acepta participar en un último rodaje especialmente misterioso. Finalmente se encontrará con un infierno en el cual las violaciones y los crímenes serán una constante en la cual, en uno de sus momentos álgidos, violará a su propio hijo de cinco años además de asistir a la violación de un recién nacido. La reprobable amoralidad que ven todos los que claman por su censura se diluye totalmente cuando uno ve la película y ve la lamentable justificación final de todo: el protagonista estaba drogado y no podía controlarse; el empresario sin escrúpulos obligó al trabajador inocente a violar contra su voluntad. Esto, quizás más que al capitalismo, nos recuerda al eficiente aparato burocrático nazi en los cuales los funcionarios sólo obedecían ordenes sin cuestionarse en momento alguno cual era la situación a la cual conducían; obedecían órdenes. Muy lejos de la amoralidad brutal por la cual la acusan se escuda en una humanismo ramplón, en una moral de la víctima en la cual entra precisamente lo que están haciendo con la película: actuar como ejecutores ciegos, sordos y mudos de la voluntad burocrática.
Para empezar, ya vemos lo absurdo de las acusaciones de amoralidad cuando el mensaje final es el mismo que ellos aplican así que vayamos al siguiente asunto: el insulto directo de uno de los colaboradores de Las Mañanas de Cuatro, presentado por Concha García Campoy. Afirmar que «no hay una gran diferencia entre la exhibición de esa película y los intercambios entre pederastas de determinadas imágenes que también tienen como objeto sexual a niños, a recién nacidos» no sólo es un insulto sino que demuestra la ignorancia supina de este colaborador. La representación simula un objeto de realidad pero no es equivalente a este objeto mismo. Esto no deja de ser el planteamiento platónico de que la pintura de un caballo es falsa debido a que es una representación no real; que intenta pasar por real pero es falsa. Un caballo pintado es la realidad de un caballo pintado y es la representación de un caballo del mismo modo que una violación simulada es la realidad de una violación simulada y es la representación de una violación. O lo que es lo mismo, no cabe una acusación de realidad en la representación por su condición misma de representación.
Claro que aun nos quedaría una problemática tanto o más aquejada de cierta idiocia que la anterior, ¿la violencia representada genera actos de violencia futura real? En los videojuegos, según algunos estudios psicológicos, parece ser que no aun cuando tiene el agravante de ser una representación vivida; una representación que se manifiesta como simulacro de realidad. El aumento de la violencia física como por ejemplo el suicidio es en si misma, en palabras del sociólogo Wilhelm Durkheim, una patología social condicionante. Y nos da un ejemplo muy claro, donde todos creían que durante el mediado del XIX los índices de suicidio aumentaron espectacularmente por causa de novelas juveniles del romanticismo que glorificaban el suicidio las estadísticas arrojaban un mensaje muy diferente. La mayoría de suicidios no eran entre jóvenes, sino entre gente de edad madura de religión protestante ya que, a diferencia de la cristiana donde los suicidios eran mucho menores, su religión no castigaba el acto del suicidio. La violencia es, en último término, un acto condicionado por problemáticas sociales y no culturales o artísticas.
Después de desarmado toda la argumentación que nos podrían arrojar a la cara ante esta cuestión, ¿qué cabe decir sobre el hecho mismo de la exhibición de actos de sexualidad infantil? Lo primero es que el acto de representación, como ya hemos dicho, no implica una realidad fáctica desde el mismo momento que es ficción. Por otra parte que eso no puede engendrar violencia sexual hacia infantes debido a que los aumentos en las tasas de violencia se deben a condicionamientos sociales. Pero entonces, ¿se podría decir que en A Serbian Film hay pornografía infantil? No, no se puede. Por pornografía entendemos que son «imágenes o reproducciones que representan actos sexuales con el fin de provocar la excitación sexual del receptor» lo cual, sin lugar a dudas, no ocurre en la película de Srdjan Spasojevic. Y además, nos arroja una perturbadora cuestión, si ven una cuestión de pornografía infantil en la fiscalía de Barcelona, ¿no son entonces precisamente ellos los que sienten o ven una excitación sexual en las escenas de violación de la película? Es realmente perturbador plantearse como los que supone que defienden nuestra integridad moral pueden ser los más cínicos con esta.
Volviendo de nuevo a la «periodista» conocida como Concha García Campoy tenemos otra de las perlas maravillosas que termina de definir la absoluta ironía del asunto: la defensa de Saló como una película admisible frente A Serbian Film, que no lo es. El estatus de culto, de obra artística, justifica las aberraciones pero lo irónico es que, donde A Serbian Film justifica el pensamiento dominante, Saló destruye toda noción de posibilidad moral. En la película Pasolini se recrea, destruye y aniquila cualquier noción de moral y, además, jactándose en todo momento de la imposibilidad de sufrir castigo alguno por su obliteración de lo que es moral. La absoluta amoralidad, heredera del maravilloso texto original de Sade, crea una nuevo espacio político donde sólo cabe la búsqueda de una ética personal no mediada por los condicionamientos sociales. La película es pornográfica desde el momento que busca la excitación sexual en el público ‑algo explicitado por el propio Sade en el prólogo de su novela- lo cual no sólo quita cualquier verosimilitud a Campoy, de la cual ya carecía, sino que defiende un discurso totalmente contrario al suyo propio.
Así, en última instancia, podríamos afirmar que no existe razón alguna para censurar A Serbian Film desde un sentido político, legislativo, filosófico, estético o social y, aunque podría haber razones morales que no éticas, en ningún caso estas deberían caber dentro de cualquier acto legislativo. Lo que está ocurriendo con A Serbian Film no es de recibo y ni yo ni tú, lector, ni absolutamente nadie debería defenderlo, independientemente de que te guste o no la película. Personalmente me parece una película fallida y maniquea pero, como ya dijo Voltaire, «no estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo». La censura es siempre, bajo cualquier condición, un acto de puro fascismo.
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