Wrestling Isn’t Wrestling
Max Landis
2015
La narrativa es aquello que nos conecta con el mundo. Aprendemos a través de ficciones, crecemos junto con personas que nunca han existido, nos sentimos más próximos a las personas con las cuales compartimos gustos en tanto tenemos en común una serie de historias que sólo hemos podido vivir de forma indirecta; sin ficción, sin narrativa, la vida carecería de la posibilidad de tener sentido. Conectar con los otros resultaría mucho más difícil. En tanto la existencia es solipsista por definición, ya que no podemos conocer el pensamiento del otro sin mediación alguna que la contamine, compartir las experiencias vitales de un tercero es una forma útil de comunicarse con los otros. Esa es la función del arte. Ni entretenernos ni producir alguna clase de beneficio primario, sino conectarnos con los otros al desvelarnos realidades complejas que nos permitan comprender aquello que compartimos con todos los demás seres humanos.
Wrestling Isn’t Wrestling es un documental paródico que deconstruye la narrativa del wrestling —desnudándola de artificios, dejándonos entrever su función primaria: la construcción de arquetipos, de personajes complejos que van evolucionando con el tiempo; también lo atrozmente machista que puede llegar a ser el espectáculo, ya que al cambiar los géneros de todos los implicados se hace patente su recalcitrante sexismo— para mostrarnos por qué ni es real ni necesita serlo. No es real en el sentido de que es como una obra de teatro, salvo que con hostias. Sus personajes habitan un mundo ficticio con sus propias reglas internas, en la cual el cuadrilátero es, por definición, un microcosmos cerrado donde se aplican normas que en la realidad no tendría cabida. Exactamente igual que en el teatro. Es ficción encantada de serlo. Ahí radica su espectacularidad, su genio, su sentido de la maravilla: no es un espectáculo deportivo, aunque los involucrados tengan una envidiable complexión atlética, es ficción. Narrativa en acción.
Esa función se nos muestra no a través de una disquisición teórica regada de testimonios tan innecesarios como tediosos, sino a través de una reconstrucción paródica de los veinte años que lleva Triple H en la WWE. Deconstruye la narrativa a través de un proceso narrativo. De ese modo logra transmitir la lógica subyacente detrás de un mundo en el cual hombres de más de cien kilos se dan de hostias sin mayores motivos aparentes que lograr tener un cinturón de campeón que, en último término, no les aporta absolutamente nada salvo el hecho mismo de tenerlo, de ser el campeón, de ser el más fuerte entre los fuertes. Nada más. Nada más, porque tampoco necesita más: esa es su lógica subyacente, el disparadero para lo que realmente desea narrarnos: cómo evolucionan los personajes y sus motivaciones desde arquetipos más o menos planos hasta ser individuos complejos.
Triple H empezó siendo el oportunista definitivo, pero en el proceso ha sido otras muchas cosas. Ha sido líder, renegado, héroe, villano, director de operaciones y mero grano en el culo; con el tiempo se han pulido sus aristas, se ha ido desarrollando su personalidad y, actualmente, conocemos a Triple H: un individuo con potencial, pero no el suficiente potencial, que ha sabido aprovechar todas las oportunidades que ha tenido para escalar. Incluso si eso implicaba utilizar a gente con más talento que él. Y eso es lo que quería explicarnos Max Landis desde el principio: que el wrestling, en tanto ficción, nos puede permitir entender mejor el mundo que nos rodea. O lo que es lo mismo, que el wrestling es una forma (espectacular) de arte.
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