Deus Ex: Human Revolution, de Eidos Montreal
Si una particularidad exclusiva tiene la revolución con respecto de la humanidad, es que lo primero está circunscrito dentro de la segunda: sólo es posible que haya revolución en el ámbito de lo humano, de la consciencia de los eventos. Esto no significa en absoluto que sólo lo que atañe al ser humano pueda ser percibido como revolucionario —lo cual es un absurdo desde el instante que existen las revoluciones astronómicas, las cuales son ajenas al hombre en cierto grado — , sino que sólo en tanto es percibido podemos afirmar que existe. Aunque aquí ya rocemos la famosa concepción ontológica de Berkeley, la cosa es bastante más sustancial; la problemática no sería el hecho de que las cosas sólo existen o cambian si son percibidas, es que sólo a través de la percepción se puede constatar que, de hecho, ha acontecido un cambio. La revolución es el proceso en el cual hay un cambio de un estado (cero) a un estado (uno) que es diferente del anterior, por lo cual ser no es ser percibido, sino que darse en revolución es ser percibido. ¿Cómo suena un árbol cayendo en un bosque si no hay nadie para escucharlo? El descreimiento occidental nos dirá que no importa, porque de hecho el árbol ha caído estemos allí o no; entonces, ¿cómo sabemos que ese árbol no ha estado siempre caído —si prescindimos de los trucos mentales de la inferencia?
Siguiendo esta forma lógica, no sería inútil pensar que la coletilla de Deus Ex: Human Revolution es, de hecho, redundante: toda revolución, en tanto cambio entre estados, es esencialmente humana. Salvo porque no lo es. Human Revolution, ya desde su nombre, nos permite hacer dos posibles interpretaciones al respecto del mismo: la primera, sería el caso de que esa revolución sea la que acontece en los humanos: es la revolución de lo humano; la segunda, sería el caso de que esa revolución sea la que acontece hacia los humanos: es la revolución (percibida) por los humanos. Por supuesto, ninguna de estas lecturas estaría exenta de su cierta verdad.
Desde que asumimos la identidad de Adam Jensen, nos vemos arrojados en un mundo sobre el cual no sufrimos una mayor contextualización que nuestro propio conocimiento previo: comenzamos in media res, en una conversación con una mujer desconocida, haciendo un trabajo que sólo intuimos. Como con el árbol, inferimos. Por eso funciona bien como tutorial un comienzo que, además, sirve como disparadero para poder edificar nuestra identidad como Jensen, bien sea por las conversaciones o por nuestros actos — aquello que nos cuentan clarifica quién ha sido Jensen hasta el momento, que esa joven científica es su ex-novia y que él es el jefe de seguridad del laboratorio; aquello que hacemos nos hace comprender quien será Jensen a partir de ahora, si será un hombre conversador que soluciona las cosas hablando, si lo hará con extrema violencia o preferirá el sigilo para conseguir lo que desea a través de subterfugios. El pilar esencial de Deus Ex es que la decisión sobre la identidad de Jensen nos es dada sólo hasta cierto punto, ya que nosotros decidimos desde él: aunque está arrojado en el mundo con una serie de condiciones a priori, lo que hagamos de él a partir de su (re-)nacimiento (como cyborg) es cuestión exclusivamente nuestra.
Lo interesante de este renacimiento, de este principio de un transhumanismo que aun no llegaría hasta la singularidad, es que destruye cualquier concepto de humanismo que pueda sostenerse a partir de él. El cuestionamiento que hace Jensen de aquello que le ha ocurrido, el hecho de que no ha podido elegir, varía sólo asumiendo nuestras propias posiciones al respecto; el juego no cuestiona per sé la singularidad de la cibernética, sino que la naturaliza como un medio humano más: si Jensen está contento, disgustado o indiferente con sus prótesis, es sólo cuestión nuestra. He ahí la disolución de todo (trans)humanismo. No hay una voluntad de creer que Jensen está transcendiendo cualquier carácter humano porque, aunque de hecho hace cosas que el humano medio no puede hacer, todo lo que tiene en su cuerpo no son más que formas protésicas a través de las cuales ha sobrevivido a una acción mortal contra su persona y, sólo en segundo término, le han hecho sobrepasar sus propias habilidades.
¿Qué es entonces lo cyborg sino una forma protésica, una herramienta más, algo indiferente de todo aquello cuanto hemos conocido hasta ahora para superar nuestras habilidades? El bastón, la rueda o el reloj, ya no digamos la pierna con xerbomotores, el coche o el ordenador, no son más que diferentes formas protésicas que, aunque han fundado diferentes formas revolucionarias por sí mismas, no se han pretendido erigir como una superación del carácter humano: son prótesis, extensiones de nuestra carne que nos permiten interactuar de forma más efectiva con la carne del mundo, con la tierra, con el entorno.
Una ruptura epistemológica es una revolución, pero una ruptura de la carne es una desgracia. Lo humano es la posibilidad de ver aquello que hay de revolucionario en el mundo, percibir y crear el mundo a través de nuestra carne haciéndola extensible hacia aquello que antes era sólo entorno, por lo cual trascender ese carácter no es un mero trascender los límites de la materia. Aunque Jensen es un cyborg, es primeramente humano; no hay nada en él que pueda hacernos ver que de hecho está más allá de lo humano, porque sigue teniendo el carácter esencial de lo humano: es capaz de percibir y cambiar el mundo a través de sus manos. Toda su tecnología, no son más que prótesis que le permiten transformar la tierra en carne de una forma más efectiva. Por eso, en último término, aun cuando controlamos a un super-hombre a través de una prótesis asombrosa (el mando conectado al ordenador) nuestras decisiones al respecto de qué hacer a través de ésta se da en el carácter puramente humano, en el entendimiento.
Si existiera el transhumanismo como algo factible, debería ser algo que nos llevará más allá de la capacidad de modelar algo nuevo a partir de lo que nos es dado. Como eso es imposible, nos resulta inconcebible por ser una condición que va más allá de lo humano —y en último término, nos resulta imposible pensar lo exógeno a lo humano — , lo único que consigna la singularidad del transhumanismo es el momento en que el humano ha alcanzado tal grado de perfeccionamiento sobre sí mismo, en sus prótesis y en su humanidad misma, que es capaz de modelar todo aquello tal y como le ha sido dado; el hombre es arrojado al mundo de un modo determinado, con una serie de caracteres no dados a le elección, que pueden ser variados a través de la voluntad pura (el esfuerzo) o la voluntad técnica (la prótesis o herramienta). Creer que el transhumanismo es ir más allá de lo que ya es el humano desde que es tal, es una ingenuidad cientificista.
¿Qué significa entonces la revolución humana? Esa capacidad originaria, que nace de dentro del entendimiento humano mismo, que nos permite convertir aquello que era invariable hasta que nosotros llegamos en algo que, a través de nuestra voluntad, puede ser transformado. Por eso la revolución que nos plantea Deus Ex es una y la misma desde su principio hasta su final, cambiando sólo la dimensión en la cual pernocta: si durante toda la aventura descubrimos quien es Jensen, y a través de él quienes somos nosotros, al final sólo se nos exige que actuemos en consonancia con lo que creemos que será la mejor revolución posible para la humanidad. Incluso la posibilidad de que sea la humanidad, y no nosotros, quien decida cual es su revolución más justa.
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