La belleza de lo útil es aquello que escapa al ojo de quien no es capaz de apreciar la profundidad de su sutileza. Si algo es útil a simple vista, sin necesidad de reflexión ni pensamiento, su belleza nunca llegará a los estratos que encontramos en aquello que se demuestra flexible, sutil y elegante — desconocido para aquellos que sólo son capaces de ver, o sólo les interesa apreciar, las capas superficiales de las cosas. Las cosas inmediatamente útiles solo son, a ojos de la mayoría, simplemente útiles. Una cuchara, por ejemplo, es excepcionalmente útil, pero esa utilidad tan evidente también lo hace un objeto artísticamente frágil; es fácil darla por hecha, no encontrar belleza en la misma, porque rara vez necesitamos dedicarle un segundo pensamiento: una cuchara sirve para comer, es evidente como se usa y no es necesario que ocupe un espacio en nuestra cabeza. Incluso si, desde una posición más flexible del pensamiento, podríamos descubrir el excepcional interés de esa sencillez.
Cuando la belleza, en su utilidad, trasciende el orden de lo común es cuando resulta evidente que estamos hablando de arte. Que requiere pensamiento e interpretación para entender porqué nos resulta bello, repulsivo, o en este caso, simple y llanamente útil. Porque cuando nos adentramos en ese campo de sutilezas, nunca somos del todo conscientes si algo es de verdad tan útil, o útil siquiera. Algo en lo que destaca una carta de Magic: The Gathering llamada Sincopar.
Aparecida originalmente en 2001 la vigésimo cuarta expansión de Magic, Odyssey, con arte de Pete Venters; se reimprimirá once años después en la quincuagésima expansión del juego, Return to Ravnica, con arte de Clint Cearley; y de nuevo en 2018 para la septuagésima octava expansión, Dominaria, con un nuevo arte de Tommy Arnold; teniendo varias reimpresiones en diferentes bloques, convirtiéndose en una carta que tiende a ser legal en todos los formatos del juego desde principios de los 10s. Para lo que corresponde a este artículo, el arte de Tommy Arnold es que el que referenciaremos en todo momento para hablar de su arte, su texto complementario y todo lo que le rodea.
Siendo una carta de un juego su utilidad radica en lo que hace, por eso es importante pararnos brevemente a explicar su funcionamiento. Sincopar nos permite evitar que un rival juegue una carta que no sea tierra pagando uno de maná azul y cualquier cantidad de maná de cualquier color, haciendo que nuestro rival tenga que pagar tanto maná de cualquier color como maná de cualquier color hayamos pagado nosotros para poder resolver el hechizo; si no lo hace, el hechizo va al exilio. Dicho de otra manera, si gasto uno de maná azul y tres de cualquier otro color, el rival tendrá que pagar otros tres de maná además de los de su hechizo para que se llegue a lanzar y que no acabe siendo descartado sin que pueda ser recuperado de ningún modo.
Sobre el papel, Sincopar es un contrahechizo tremendamente situacional y no demasiado útil. El decano Contrahechizo, con un coste de dos de maná azul, nos permite hacer lo mismo incondicionalmente, salvo que no exilia el hechizo rival y por tanto puede recuperarse con algunas combinaciones de cartas. Por otra parte, Disipar, que sólo cuesta uno de maná incoloro y dos de maná azul, tiene el mismo efecto de counterear y exiliar el hechizo sin permitir al rival pagar un impuesto en maná para salvar su hechizo, algo que hace que, en la mente de muchos jugadores, Sincopar no sea más que un Disipar mucho más condicional, cuando no simple y llanamente peor. Pero ahí radica su belleza. La utilidad de Sincopar no es evidente, porque su utilidad radica no sólo en el efecto inmediato que causa en el juego, sino todos los efectos inesperados que causa en la mente del rival.
En la imagen del arte realizado por Tommy Arnold vemos a Teferi disipando un hechizo, entendemos que alguna clase de bola de fuego, que se pierde entre las ondas de magia perfectamente concéntricas que ha generado sin siquiera mirar. En el texto que acompaña a la carta, leemos «Sus piezas alcanzaron a Teferi sin ritmo, sin significado». La carta obliga al rival a aceptar que nosotros estamos en control no sólo de ese hechizo en particular, sino de todo el ritmo de la partida.
Sincopar no sólo es un counter incondicional para cualquier tipo de hechizo, sino que, como ya hemos dicho, nos permite meternos en la cabeza del rival de un modo que muy pocas cartas pueden hacer. Si ponemos un coste menor de lo que puede pagar, le hacemos pensar que sabemos qué tiene en la mano y que otra Sincopar u otro contrahechizo puede estar preparado para responderle. Si ponemos un coste mayor de lo necesario puede ser una bravuconada, pero también una forma de responder ante lo imprevisto; especialmente en formatos antiguos, es una forma de sentenciar que sabemos que tiene fuentes de maná externas, que estamos respondiendo ante esa idea — o que estamos tan por delante que simplemente nos podemos permitir ser derrochadores, incluso un poco maleducados con sus esfuerzos. Incluso si ponemos el coste de maná exacto que no puede pagar, seguimos haciendo lo que dice su propio nombre: estamos sincopando sus capacidades con las nuestras. Estamos demostrando que, ante todas sus acciones, nosotros tenemos una reacción igual y equivalente que hace inútil todo lo que haga.
A eso ayuda la absoluta belleza de la ilustración de Tommy Arnold. La delicada arrogancia de un Teferi que no necesita siquiera mirar en dirección de quien está intentando matarlo para hacer fracasar sus planes. Por eso, en última instancia, Sincopar, en su versión de Dominaria, es una carta perfecta: acompasa dentro de sí, de todos sus elementos, el sabor exacto de lo que quiere transmitir, a la vez que se permite una flexibilidad que le confiere una belleza inextricable a sí misma.
A fin de cuentas, la belleza del arte se encuentra precisamente en sus capas. En cómo no sólo no se agota, sino que cada parte parece remitir a un todo que nos habla a nosotros, de nosotros, de un modo profundo, íntimo e incomprensible; que sólo puede percibirse en la interpretación que hacemos de lo que está ocurriendo dentro de nosotros cuando la percibimos en el contexto en que fue creado. Incluso en las cosas que no son de por sí arte, porque fueron creadas para ser útiles. Como una cuchara. Como una carta de Magic. O como ese gesto de Teferi, perfectamente teatral, como una segunda naturaleza inesperada.
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