Etiqueta: espacio

  • Pascal (Brutal) II. Sobre «Artículo XVIII. Grandeza del hombre: X» de «Pensamientos»

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    No en el es­pa­cio de­bo yo bus­car mi dig­ni­dad, sino en el arre­glo de mi en­ten­di­mien­to. Ni en más ni en me­nos lo arre­gla­ré si po­seo tie­rras. Por el es­pa­cio el Universo me com­pren­de y se me con­tie­ne, co­mo un pun­to; por el en­ten­di­mien­to yo lo com­pren­do a él.

    Blaise Pascal

    Solemos afir­mar que el di­ne­ro no da la fe­li­ci­dad, pe­ro no sa­be­mos has­ta que pun­to eso es ver­dad. Con di­ne­ro po­de­mos com­prar los ob­je­tos de­sea­dos, no de­pen­der ja­más de los de­más, ser no­so­tros mis­mos sin ne­ce­si­tar coar­ta­das per­so­na­les más allá de pa­pe­les y me­ta­les; in­clu­so si el di­ne­ro no da la fe­li­ci­dad, co­sa que po­dría­mos du­dar, es im­po­si­ble en­con­trar di­fe­ren­cia en­tre su fa­ci­li­dad pa­ra cum­plir nues­tros de­seos y la au­tén­ti­ca fe­li­ci­dad. Con di­ne­ro cual­quier co­sa se pue­de com­prar. Por eso, vi­vien­do ba­jo un ré­gi­men ca­pi­ta­lis­ta, es ló­gi­co pen­sar que a gol­pe de cré­di­to o efec­ti­vo se pue­de sa­tis­fa­cer cual­quier ne­ce­si­dad, por ín­ti­ma o per­so­nal que sea: to­do pue­de ser con­ver­ti­do en ser­vi­cio, to­do pue­de re­du­cir­se has­ta la con­di­ción de «co­sa». Salvo por­que la co­sa pier­de el va­lor pa­ra con­ve­nir un pre­cio, pa­sa de ser una en­ti­dad a ser só­lo un punto.

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  • Asedio interior del espacio interior. Sobre «La casa de hojas» de Mark Danielewski

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    En al­gún mo­men­to pa­sa­do, Gaston Bachelard se per­ca­tó de una pe­cu­lia­ri­dad del es­pa­cio: el es­pa­cio in­te­rior siem­pre re­sul­ta de­ma­sia­do an­gos­to mien­tras el ex­te­rior siem­pre re­sul­ta des­me­di­do. O lo que es lo mis­mo, nos abu­rri­mos de lo co­no­ci­do pe­ro da­mos por he­cho lo in­com­pren­si­ble y pe­li­gro­so de lo por co­no­cer. Es ló­gi­co. Lo es no tan­to por­que nues­tro es­pa­cio in­te­rior sea an­gos­to, sino por lo con­tra­rio: el in­te­rior es siem­pre una ca­sa más gran­de que su ex­te­rior, por­que el úni­co hom­bre que es más plano en su men­te que lo que pue­de mos­trar sus ojos es­tá ya muer­to. Literal, o sim­bó­li­ca­men­te. Nuestro es­pa­cio in­te­rior siem­pre es el ex­te­rior pa­ra el otro, por eso lo que nun­ca pu­do vis­lum­brar Bachelard —o sí, só­lo dán­do­lo por en­ten­di­do— es que si afue­ra siem­pre es des­me­di­do, vi­vi­mos siem­pre afue­ra. Cuando ce­rra­mos las puer­tas de nues­tra ciu­da­de­las in­te­rior, es cuan­do co­mien­za el asedio.

    Ese ase­dio bien po­dría de­no­mi­nar­se La ca­sa de ho­jas, por lo que tie­ne de ex­plo­ra­ción es­pa­cial la obra de Mark Danielewski. Como una fuer­za ines­ta­ble de pu­ra os­cu­ri­dad, des­tri­pa ese es­ta­do don­de cual­quier in­je­ren­cia de lo des­me­di­do no pue­de na­cer nun­ca del ex­te­rior; el mal na­ce del in­te­rior, el mal es el es­pa­cio in­te­rior: co­mo en cual­quier ase­dio, lo te­rro­rí­fi­co de La ca­sa de ho­jas no na­ce de la ame­na­za ex­te­rior —en el ca­so del li­bro, el hy­pe o el for­ma­to con el cual se nos pre­sen­ta— sino de las ten­sio­nes in­ter­nas que sur­gen a raíz del mis­mo —en el ca­so del li­bro, el con­te­ni­do es­tric­ta­men­te literario — .

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  • Luces lejanas que iluminan nuestra cercanía. Sobre «Estrella distante» de Roberto Bolaño

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    «¿Qué es­tre­lla cae sin que na­die la vea?»
    William Faulkner

    La es­tre­lla es un acon­te­ci­mien­to ale­ja­do del tiem­po por de­fi­ni­ción, al me­nos en tan­to ale­ja­da del es­pa­cio. Aunque las más bri­llan­tes pa­re­cen vi­vir una eter­ni­dad, del mis­mo mo­do que se­gún su in­ten­si­dad las cree­mos más pró­xi­ma: las es­tre­llas que más bri­llan son las que pa­re­cen nos acom­pa­ña­rán siem­pre, son és­tas las que an­tes se con­su­men. Del mis­mo mo­do, la pro­xi­mi­dad de las es­tre­llas es siem­pre una fic­ción, ya que ape­nas sí ve­mos des­te­llos muer­tos; la ma­yor par­te de nues­tro cie­lo noc­turno es un ce­men­te­rio de otro tiem­po y es­pa­cio, de otro lu­gar ol­vi­da­do, que nie­ga por sí mis­mo cual­quier con­cep­ción que po­da­mos te­ner so­bre la fí­si­ca de la exis­ten­cia. Las es­tre­llas que hoy na­cen o vi­ven tar­da­rán dé­ca­das o si­glos en lle­gar, lo que nos lle­ga es la luz de las es­tre­llas más pró­xi­mas o más muer­tas. Quizás por eso el ar­te, co­mo la his­to­ria, sea el mo­men­to de las es­tre­llas. No exis­te tiem­po. Aquello que ve­mos ya ha­ce tiem­po que es­tá muer­to. Por eso en el tiem­po lo úni­co que nos que­da es la luz de una es­tre­lla dis­tan­te que se re­pi­te una y otra vez en el universo.

    Entender Estrella dis­tan­te pa­sa por ha­cer­lo con sus es­tre­llas. Cualquier in­ten­to de apro­xi­mar­se a la no­ve­la re­nun­cian­do a pen­sar de for­ma me­tó­di­ca la fi­gu­ra de Carlos Wieder —aquí la eti­mo­lo­gía es im­por­tan­te: Carlos de Nuevo o, en in­ter­pre­ta­ción me­jor ajus­ta­da al tex­to, Carlos Una y Otra Vez—, en­ten­di­mien­to que pa­sa por co­no­cer La li­te­ra­tu­ra na­zi en América: no es só­lo que la his­to­ria sea una re­pe­ti­ción de la allí con­te­ni­da, sino que tam­bién ex­pan­de los acon­te­ci­mien­tos que que­da­ron des­di­bu­ja­dos en fa­vor de una sín­te­sis ma­yor. Wieder es tan­to una cons­tan­te en la vi­da del na­rra­dor, Arturo Belanoal­ter ego de Roberto Bolaño—, co­mo una cons­tan­te en la vi­da de Chile, al ser la de­mos­tra­ción de co­mo la his­to­ria del país es un eterno re­torno de lo mis­mo: la vio­len­cia, el caos, el sin­sen­ti­do; tam­bién la poe­sía y la bús­que­da de jus­ti­cia, na­ci­das de lo más oscuro.

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  • «Qué», no «cómo» ni «por qué». Viajando con «Un cuento de las Montañas Escabrosas» de Edgar Allan Poe

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    Sin ser un he­cho co­mún, no es ex­tra­ño en­con­trar­se la si­tua­ción en que nues­tra me­mo­ria le cues­te con­cre­tar si un de­ter­mi­na­do even­to acon­te­ció en reali­dad o fue só­lo par­te de nues­tros más pro­fun­dos sue­ños. Si es di­fí­cil ha­cer tal dis­tin­ción en oca­sio­nes es por­que, aun­que exis­ta un mun­do ex­terno, és­te siem­pre se nos mues­tra de un mo­do mu­cho me­nos cla­ro del que po­dría­mos pre­ten­der que es; la di­fe­ren­cia en­tre lo que per­ci­bi­mos y lo que es, en­tre lo que no­so­tros com­pren­de­mos que ocu­rre y lo que ocu­rre de he­cho, se si­túa en las es­ca­las de­sig­na­das al cálcu­lo de me­di­das abi­sa­les. No exis­te una per­cep­ción uní­vo­ca al res­pec­to de lo real. Pretender po­der de­sig­nar un co­no­ci­mien­to de lo real ab­so­lu­to, sin per­mi­tir la en­tra­da de la os­cu­ri­dad mos­tra­da a tra­vés de la in­ter­pre­ta­ción, es caer en el error de aquel que cree que en el mun­do hay me­nos de lo que su fi­lo­so­fía po­dría lle­gar a so­ñar nun­ca: nos ocu­rren co­sas ra­ras, por­que la reali­dad es rara.

    Edgar Allan Poe con­ce­bi­ría la im­po­si­bi­li­dad de com­pren­der las sin­cro­nías ex­tra­ñas, aque­llos he­chos que acha­ca­mos a lo ca­sual cuan­do se­gu­ra­men­te ten­gan una ex­pli­ca­ción que rehu­ye nues­tro en­ten­di­mien­to —en el ca­so del re­la­to que nos ocu­pa, que el mis­te­rio que en­vuel­ve el con­jun­to pre­ten­da ser sol­ven­ta­do por un ra­cio­na­lis­ta edi­tor co­mo un error ti­po­grá­fi­co; be­lla me­tá­fo­ra: lo que no en­ca­ja con los es­que­mas men­ta­les es­ta­ble­ci­dos, es y só­lo pue­de ser erró­neo — , co­mo los hue­cos de una ex­pe­rien­cia que se nos apa­re­cen co­mo acon­te­ci­mien­to na­ci­do de la ex­pe­rien­cia in­te­rior. Sólo po­de­mos creer en el mis­te­rio que nos im­pli­ca de for­ma unívoca.

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  • La existencia sin tiempo nace en el sino del vampiro

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    Cronos, de Guillermo del Toro

    El tiem­po es una de las ob­se­sio­nes más cons­tan­tes pa­ra la hu­ma­ni­dad. Quizás por eso ya, des­de la an­ti­gua Grecia, la re­la­ción que he­mos dis­pues­to con res­pec­to del tiem­po ha si­do de fi­gu­ra do­mi­nan­te so­bre nues­tras exis­ten­cias: Cronos, pa­dre de dio­ses, se per­mi­tía de­vo­rar a aque­llos que en al­gún día ha­brían de apo­de­rar­se de aque­llos po­de­res que has­ta el mo­men­to le eran pro­pios. El tiem­po no co­no­ce ni de hom­bres ni de dio­ses ya que a di­fe­ren­cia del es­pa­cio, el cual nos re­sul­ta igual­men­te pró­xi­mo, es im­po­si­ble es­ca­par de él; uno pue­de huir de las na­cio­nes y los cli­mas, de los ac­ci­den­tes y las car­to­gra­fías, pe­ro na­die es­tá en dis­po­si­ción de dar­se en la hui­da de aquel tiem­po que le ha to­ca­do vi­vir. El tiem­po es soberano.

    Quizás en esos tér­mi­nos se ex­pli­ca que la ma­yor par­te de los mons­truos que he­mos ido crean­do a lo lar­go de la his­to­ria, aque­llos que han ido per­du­ran­do y tor­nán­do­se ca­nó­ni­cos, han te­ni­do una es­pe­cie fi­lia­ción al res­pec­to del tiem­po: o bien son no-muertos, o bien de­sa­fían la muer­te mis­ma —por su­pues­to ha­bría mons­truos que no en­ca­ja­rían ba­jo es­ta as­pec­tua­li­za­ción, los mons­truos cu­ya fi­lia­ción va con el es­pa­cio en­ten­di­do co­mo en­torno (por ejem­plo, el ye­ti o el le­viathan, que nos ha­blan de una re­la­ción pro­fun­da con la na­tu­ra­le­za místico-geográfica), pe­ro a ellos les de­ja­re­mos pa­ra otra oca­sión; el mons­truo cu­ya fi­lia­ción va con el mun­do (el slasher) o su au­sen­cia (el psi­có­pa­ta) se­ría la otra. Desde el zom­bie más im­per­so­nal has­ta el mons­truo de Frankenstein más ale­gó­ri­co, los mons­truos se nos mues­tran siem­pre de­sa­fian­do un tiem­po que pa­ra no­so­tros es ne­ce­sa­rio en­cap­su­lar en la ob­je­ti­vi­dad plau­si­ble de nues­tros re­lo­jes; en úl­ti­mo tér­mino, el mons­truo es aquel que vio­la nues­tras con­di­cio­nes exis­ten­cia­les más bá­si­cas. Quizás por eso el vam­pi­ro sea uno de los más se­duc­to­res y ex­tra­ños, por­que aú­na la vio­la­ción de la tem­po­ra­li­dad en su de­ve­nir más allá de lo muer­to, y la vio­la­ción de la es­pa­cia­li­dad en su de­ve­nir cria­tu­ra de la noche.

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