Cuando uno se plantea condensar la esencia de una celebración como Halloween en un artículo, el primer acto reflejó será acudir al (cine de) Terror. ¿Por qué llegamos siempre al terror? La gran mayoría, cuando no todas, las referencias visuales que manejamos a la hora de tratar el terror se nos han dado a través del cine: personajes icónicos de salvaje comportamiento, escenarios inquietantes grabados en nuestra retina, demenciales juegos sádicos a cargo de un no menos sórdido maestro de ceremonias. El terror nos sirve en Halloween como escenario para las más variopintas experiencias, la mayoría de ellas regadas con cantidades más o menos peligrosas de sustancias y brebajes de demostrada insalubridad, música de oscuridad de centro comercial —a menos que hagan caso a las muchas recomendaciones de esta santa casa y sean capaces de asimilar las siempre brillantes selecciones musicales que aquí se proponen— y noches inciertas. Qué mejor forma que homenajear a esta celebración que haciéndolo con uno de los maestros del cine de terror: John Carpenter.
Como artesano del terror y de la ciencia ficción que es, John Carpenter comprende que para crear una experiencia terrorífica completa no basta solamente con construir escenas con una importante carga visual; sabe que el terror necesita del sonido y la música para terminar de verse completo, por eso mismo él es el responsable de la parte musical de sus película. La cosa visual unida a la cosa sonora con el único objetivo de construir la atmósfera perfecta, una atmósfera que haga saltar todos los resortes de seguridad de nuestras mentes. La particularidad de Carpenter a la hora de crear los sonidos que acompañan a sus películas —ya convertidas en films de culto, desde luego— es que esas mismas obras musicales trascienden del universo fílmico para convertirse en influencia y faro musical a seguir entre los desbarros synth de marcado carácter ochentero, cómo no, siempre con esa obsesión por crear escenarios inquietantes, peligrosos y mortales. Por esto mismo, el lanzamiento de esta colección de composiciones bajo el manto de Lost Themes debe considerarse como un acción de Carpenter para seguir enriqueciendo la escena synth clásica sin que sea necesario tener el apoyo de un artefacto visual para ello.
En este experimento, Carpenter abraza una libertad desconocida para él: este disco se convierte en un divertimento, un oasis, ya que no debe adecuar el sonido a los caprichos propios o de cualquier otra entidad alrededor de la concepción de una película, de manera que puede crear composiciones con más o menos complejidad y, sobre todo, con un carácter visual construido desde los cimientos sin tener que plegarse a las exigencias de la imagen. Es por esto mismo que los temas incluidos en esta recopilación se pueden entender como pequeñas bandas sonoras únicas para películas que jamás se rodarán aunque, inevitablemente, seremos capaces de situar las nueve canciones en un contexto visual propio del inmenso universo que ha dejado —y sigue creando— John Carpenter. Encontramos enredos electrónicos sintéticos propios de esas maravillosas distopias futuristas que tan bien ha sabido describir, prueba de esto es el in crescendo vibrante e intenso de Vortex, que abre el álbum, o la frenética Domain, que son capaces de llevarnos sin esfuerzo a mundos deshumanizados con brillantes luces de neón y en el que nos enfrentaremos con a saber qué peligros biotecnológicos. Imágenes de fuerte imaginario futurista que rápidamente se vuelven contra nosotros en forma de terroríficos desvarúos, muy cerca del ambiente opresivo y sobrenatural, como sucede en canciones como Mystery o Wraith, en las que Carpenter se aferra a los orígenes de la electrónica sintética á la Jean Michel Jarre o Tangerine Dream. Melodías futuristas que se pasean por el lado tenebroso del sonido y siempre con ese espíritu orgánico y brumoso que tan bien sabe gestionar el director/compositor/maestro del terror.
No se me ocurre mejor forma que comenzar a celebrar Halloween que adentrándose en los sonidos que aquí presenta John Carpenter mientras decidimos si nos dejamos llevar por el frenesí synth en una vorágine de luces estroboscópicas y baile desenfrenado o, por el contrario, si debemos cubrir nuestros miedos con un edredón mientras repetimos maneras —inservibles, por otra parte— que hagan huir despavoridos a todos los monstruos —vivos o no; humanos o no— que es capaz de invocar John Carpenter no sólo en este Lost Themes sino en toda su obra. Se aceptan apuestas.
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