TraklxDix. Una mirada (metodológica) al abismo

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Siempre ha si­do pa­ra mi de ma­yor re­le­van­cia la cues­tión de
si me acer­co lo más po­si­ble a la co­sa que veo, pues pa­ra mi
el qué es más im­por­tan­te que el có­mo. El có­mo se desarrolla
a par­tir del qué.

El ob­je­to es lo pri­ma­rio, de Otto Dix

El có­mo de to­da obra de ar­te de­be en­ten­der­se siem­pre co­mo esa cier­ta ver­dad re­ve­la­da que só­lo se da en el qué, en la for­ma, de to­da pro­po­si­ción for­mal del ar­te; no es que la for­ma pro­si­ga a la fun­ción, sino que la fun­ción exi­ge una pro­pia for­ma que le es le­gí­ti­ma. Es por ello que la for­ma, el có­mo, no de­ja de ser el pro­ce­so que des­ve­la de una for­ma or­gá­ni­ca el ser, el qué, de to­da obra de ar­te. Cada elec­ción es­té­ti­ca va en­ton­ces acom­pa­ña­da de una cons­cien­cia, aun­que no ne­ce­sa­ria­men­te cons­cien­te: quien lo pien­sa es la idea en sí, de la ne­ce­si­dad de acer­car­se de un mo­do par­ti­cu­lar a aque­llo que in­ten­ta ser plas­ma­do: la elec­ción del dis­cur­so des­or­de­na­do en ex­tre­mo de Joyce pa­ra plas­mar el flu­jo ac­ti­vo del pen­sa­mien­to, su per­mu­ta­ción en Faulkner que le lle­va a una es­cri­tu­ra en­ri­que­ci­da al es­tar mal es­cri­ta, el len­to abu­rrir que se trans­lu­ce tras los ca­nó­ni­cos fra­seos de eterno de­ve­nir de Proust. La forma/cómo acom­pa­ña a la función/qué.

En el ca­so de Georg Trakl, co­mo en el de Otto Dix, la fun­ción es de­nun­ciar los ho­rro­res de una épo­ca que ha­bía ani­qui­la­do to­do aque­llo que fue jus­to en el hom­bre; co­mo lo que hoy lla­ma­mos te­rror, gé­ne­ro por su pro­pio va­lor, ellos pre­ten­dían plas­mar aque­llo que ha­bía de ho­rro­ro­so tras el mun­do me­dian­te una nue­va ob­je­ti­vi­dad: el mons­truo, la at­mós­fe­ra, la co­ti­dia­ni­dad vio­la­da. La forma/cómo no hi­zo más que bus­car co­mo mos­trar la función/qué, co­mo mos­trar que hay de os­cu­ro en el mun­do — és­te se sig­ni­fi­ca des­de lo na­tu­ra­lis­ta has­ta lo có­mi­co, por­que in­clu­so en lo ho­rro­ro­so na­ce la di­fe­ren­cia del te­rror. Aun te­me­mos, ama­mos y reí­mos en esos ho­rro­res: he ahí el có­mo de su qué.

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Silenciosa va a dar al lin­de­ro del bosque
una bes­tia oscura;
en el ce­rro aca­ba que­do el vien­to de la tarde,

en­mu­de­ce en su que­ja el mirlo,
y blan­das flau­tas del otoño
ca­llan en­tre los juncos.

En una ne­gra nube
na­ve­gas ebrio de amapolas
la al­ber­ca de la noche,

el cie­lo de los astros.
Aún re­sue­na la voz de lu­na de la hermana
en la no­che del alma.

Crepúsculo en el al­ma, de Georg Trakl

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