Aceleración
Lo que más llama la atención de Black Mirror, al menos en primera instancia, es como pone en su origen una aceleración súbita de los actos: todo cuanto ocurre en la serie es inmediato, sin posibilidad de reflexión; toda acción exige su respuesta inmediata, provocando así que el mundo esté en un movimiento perpetuo que contraviene todos los intereses personales. Esa aceleración no significa necesariamente que toda elección deba acontecer en la inmediatez absoluta, sino que esa inmediatez es mediada como parte de la elección. Cuando Michael Callow, el primer ministro de Inglaterra, tiene que mantener relaciones sexuales con un cerdo para salvar la vida de una encantadora princesa concienciada con los problemas mundanos —lo cual no deja de ser una muestra de lo inmediato: ser princesa no excluye estar concienciado con los problemas mundanos (porque no hay distancia icónica con lo cual juzgar lo propio de la realeza), como no excluye su condición inmediata de princesa: lo que preocupa es que es La Princesa—. Cuando el caballero andante se convierte en un folla gorrinos en favor de la dama, nos sabemos en un proceso suicida hacia el impacto mortal.
Cuando un hombre elige entregar el trabajo de una vida de su hermano muerto y el suyo propio para dar una oportunidad a una mujer que apenas sí conoce porque le ha revelado algo real, nos situamos exactamente en el mismo nivel simbólico: la apreciación es inmediata, se exige una recompensa o un castigo al instante. No hay posibilidad de retrasar la elección, de pensarlo, de disfrutar siquiera de aquello que nos ha provocado. El fenómeno se diluye en el consumo directo, en el trabajo encarnado como demostración de amor; si todo ocurre al instante, toda demostración debe darse en aquello que puede darse en el instante: follarse un cerdo, un discurso ante la amenaza de suicidio, un asalto con agravantes a la memoria de un ex-novio.
sin distancia
El problema de que esta aceleración nos lleve necesariamente a que toda acción ocurra siempre como una reacción inmediata es que esto nos sitúa carentes de toda distancia icónica a través de la cual poder juzgar los fenómenos en tanto tal. La diferencia entre mi deseo y el deseo que se me inocula es tan tenue que desaparece cuando mi reacción debe ser al instante. Si ante la tele me emociono con la canción de una chica y por ello creo que ella debe ganar la feria de ganado mercantil que nos ha placido tener como base existencial, puedo exigir que ella gane; en el hipotético caso de que un jurado que actúa como crítico, como los únicos que conocen la distancia icónica —porque, en última instancia, les es revelada en tanto agentes superiores — , decida que no vale porque sus cuartos traseros valen más que sus cuerdas vocales, entonces el público debe asumir que eso es así de forma objetiva: al darse toda reacción en lo inmediato, la distancia icónica debe darse necesariamente o en el impulso sentimental (Bing) o a la elección relegada en el sabio (el jurado de Hot Shots).
Del mismo modo, esta distancia icónica no sólo ocurre cuando no hay pasado ni posibilidad de futuro, sino también cuando no existe posibilidad de no haber pasado. Si, como en el caso de Liam Foxwell, podemos acceder a toda nuestra memoria en cada instante, el problema radicará en nuestra imposibilidad de cortar la posibilidad de interpretar; cuando el pasado es absolutamente presente no hay distancia icónica porque no hay distancia, porque todo está ocurriendo ahora. Como en el caso de Bing, el problema de Liam es que no dejan de recordarle a cada instante que él no puede saber si su interpretación era correcta. La regresión obsesiva, repetir de forma constante los mismos actos para encontrar en ellos una verdad que se nos revele de forma radical, es el único modo que encuentran ellos para confrontar el mundo — todo se les da de forma inmediata, como un cuchillo cortando próximo al cuello, y por ello cualquier acción que elijan emprender siempre acabará con su propio fracaso radical. Al no existir una distancia con la cual juzgar, un fuera del sistema para Bing o un fuera de la memoria objetiva para Liam, todo cuanto ocurre en sus vidas sólo se puede dilucidar a partir del caso en el que lo icónico es lo real de forma radical: están forzados a ver el mundo desde la perspectiva que les es impuesta en la absoluta inmediatez de su reacción. Salvo que elijan volver a un estado anterior.
crítica
En último término podríamos afirmar que esa inmediatez provoca la imposibilidad absoluta del pensamiento crítico, de pasar del entendimiento (del fenómeno) a la comprensión (del conocimiento). Es por ello que aunque se pueda elegir volver a un estado anterior, esto debe hacerse siempre desde la premisa de que, a priori, estamos en medio de un sistema panóptico que nos impide retraernos hasta el momento específico donde sucede la monitorización total de nuestros actos; o bien es imposible porque se nos observa y juzga por aquellos actos que realizamos (Michael, Bing), o bien es imposible porque nos observamos (y juzgamos) en esos actos a nosotros mismos (Liam). ¿Cómo podemos liberarnos entonces de un sistema opresivo que vela por nuestra esclavitud silente? No aceptando aquellos pasos evolutivos que nos llevan de forma evidente hacia una cada vez mayor exposición de un yo que preferimos quede privado; negar de plano todo aquello que, en nombre de la eficiencia o de la mejora humana, sólo sirva como una evolución refinada de las cadenas o las paredes conventuales: algunas de nuestras limitaciones, de nuestras sombras, no son tales, porque son aquello que nos permite ser humanos. Incluso en los casos que esa privacidad sea hacia nosotros mismos.
No elegir aquello que nos sitúe en el plano de lo inmediato, que imposibilite la posibilidad de la reflexión, es la responsabilidad de todo hombre que desee tener una vida auténtica y, por extensión, libre. Pero incluso si ya estamos en medio de esa situación, Black Mirror nos da una esperanza: nunca es tarde para arrancarse el grano panóptico, para edificar las condiciones fácticas a partir de las cuales podemos pensar nuestra propia vida con aquellas sombras que confieren la posibilidad de apreciar nuestras luces. Lo bello es la sombra, porque nos hace poder apreciar la luz. Porque el pájaro cree que sin aire alguno volará mejor ante la ausencia de resistencias, cuando lo único que conseguirá es perder su posibilidad de volar.
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