1.
Si seguimos lo que dice David Foster Wallace en su excelente artículo Tenis, Trigonometría, Tornados, podríamos afirmar que el tenis tiene una cierta particularidad latente que le hace diferente a cualquier otro deporte: es necesario tener un conocimiento, más o menos intuitivo, de las posibilidades geométricas del juego. Incluso si aceptamos que ésto es propio también de otros juegos —ya que, en cualquier caso, cualquier deporte que implique una pelota implica movimientos geométricos— en el tenis se nos da como algo particularmente suyo; hay implicados más ángulos y condiciones físicas sobre el resultado final que en cualquier otro deporte; es imperativa la consciencia sobre la inclinación de la muñeca, el agarre de la raqueta, la posición de espalda y hombros, la forma de (no) dar pasos, la posición de los pies. El cuerpo se convierte en un movimiento geométrico.
He ahí que el tenis posea un carácter de espectacularidad basada en la pura técnica, en la consciencia absoluta sobre los límites geométricos del propio cuerpo, que sólo puede comprenderse asimilando la dificultad práctica de no cometer mínimos errores de cálculo en situaciones de estrés extremo. Jugar un partido de tenis profesional sería equivalente a tener que resolver un examen de matemáticas escribiendo sobre el aire mientras sufrimos el ataque de un oso rabioso encerrado con nosotros en el aula. Y hay gente que lo consigue. Por eso no exagera Wallace al denominar lo que siente viendo a Roger Federer, un jugador de una técnica implacable, como una experiencia religiosa; del mismo modo, su desprecio hacia Rafa Nadal está plenamente justificado: nada en él hay de majestuoso, de inteligencia —aunque, cuidado, sí de psicología— sobre la cancha: es puro físico, disposición natural para los ángulos. Por eso la admiración de Wallace cae sobre el underdog, sobre el empollón de la pista, en vez de sobre aquel que nació con una predisposición natural, que no necesariamente talento, para moverse por la pista. El auténtico juego del tenis ocurre siempre en la técnica.
2.
En The Prince of Tennis nos encontramos un shōnen de corte clásico ambientado en el mundo del deporte, sólo que con una particularidad especial: su hiper-kinetismo. Todo en el manga se sostiene bajo una lógica cinética constante, de movimientos sobre movimientos superponiéndose más allá de la geometría euclídea; las viñetas delimitan planos que subyacen sobre actos mayores, haciendo que lo que son fragmentos consecutivos de un movimiento sean retratados en su totalidad en una figura del personaje superpuestos sobre ellos. Si le sumamos la tendencia a seguir el detalle sobre la escena, la obsesión por describir el movimiento del ángulo desde la muñeca o el tobillo hasta el efecto sobre el último rebote en el campo rival, entenderemos con facilidad por qué el manga de Konomi Takeshi alcanza unos niveles sugestivos en lo que estética se refiere: se sitúa rayano con lo experimental; sobrepasa los límites de la geometría física conocida, para adentrarse en un campo nuevo que admitimos como posible pero creíamos fácticamente imposible. Exactamente igual que ocurre en el tenis.
3.
Según Edmund Husserl, la geometría no deja de ser una proyección ideal humana de condiciones reales que han sido creadas de forma histórica. Dicho en palabras más llanas, la geometría no es más que el lenguaje creado históricamente para expresar algo que existe de forma pretérita a nosotros mismos; dominar la geometría de los cuerpos es dominar los principios ideales de lo real.
¿Qué es entonces el tenis si no la competición cuasi-mística por demostrar el más absoluto dominio sobre lo real? Después de años de entrenamiento, de renuncia hacia casi cualquier otra cosa, incluso de lo más propiamente humano —o lo que es lo mismo, la cultura — , lo único que les queda a los tenistas profesionales es un encomiable dominio absoluto en la manipulación de los límites de lo real; para convertirse en demiurgos, antes han de renunciar a lo humano. Por eso el tenis es algo más que un deporte, es una experiencia religiosa en un sentido primitivo: admirar el juego del tenis es presenciar un acto en potencia de perfección geométrica, de perfección real. He ahí que la confrontación entre Federer y Nadal sea una proyección del conflicto entre lo apolíneo y lo dionisíaco, una muestra de la posibilidad de ir más allá de los límites fenoménicos de lo real. Hay algo mítico en el tenis; hay algo de verdad en él.
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