Oceanic, de Vortex Rikers
Aunque le espectrología ha sido fruto de debate más o menos continuo desde hará ya hace algunos años en el contexto de la crítica y el pensamiento musical siempre se ha circunscrito hacia ciertos puntos temporales específicos. Siempre que hablamos de esa nostalgia que contamina el discurso contemporáneo en favor de conformaciones propias de otro tiempo se hace echando la vista atrás 30 o 40 años vista; la espectrología, hasta el momento, es una nostalgia del pasado inmediato. Esto, que crea una interesante perspectiva de la velocidad propia de cuanto acontece en la contemporaneidad, se da de este modo exclusivamente porque el análisis de los valores espectrológicos se quedan en la superficie radical: en si suena similar ‑como un género popular, o incluso si tiene rasgos comunes- a lo que se produjera en algún tiempo pasado singular. Sin embargo, en este ejercicio, se obvia, como mínimo, dos aspectos propios de la teoría: se habla de espectros del pasado indeterminado la época y el análisis es eminentemente teórico, no estrictamente compositivo.
Es por ello que cuando uno se acerca a Oceanic, último EP hasta el momento del grupo de witch house Vortex Rikers, no tiene mayor sospecha de objeto espectrológico que su condición de género. Al sumergirnos en él encontramos un desarrollo de idílicas visiones, quizás romantizadas, de un sonido que mezcla los sutiles lamentos oscuros del pasado con un naïf sentimiento de dulzura. La combinación no parece tener nada de particular ni extraño y he ahí lo que nos suscita interés, pues su condición de artefacto espectrológico no es por reminiscencia de una época pasada-presente, sino que su devenir acontece en una época pasada-trascendente. Quizás Oceanic no suene como ningún otro disco de época cercana conocida, pero sí esconde tras de sí el código propio del romanticismo.
¿Por qué hay conatos del romanticismo en este trabajo? Aunque en lo musical está muy lejos de la música de la época, aunque si cabría encontrar algunas reminiscencias menores en él, es precisamente el mensaje lo que se encuentra en él. Su sonido lánguido, romántico ‑de amor romántico- y ligeramente melancólico remite a la estética propia del romanticismo; alude al concepto capital de la época: lo sublime.
Lo sublime como la naturaleza desatada que sobrepasa al hombre, como lo que hay de terrorífico y monumental que es capaz de devorar toda noción de humanidad, es la noción estética capital para definir el romanticismo. Ahora bien, cabría criticar que aunque se puede realizar una serie de paralelismos entre Vortex Rikers y el pensamiento romántico esta situación es incidental, cuando no directamente subjetiva. Aunque esto fuera así, aunque quien escuchara atentamente el EP no sería capaz de negar que el aire de fantasmagoría naïf que destila cada segundo del mismo es puro romanticismo, aun queda un elemento que nos remite obvia y necesariamente hacia ese concepto de lo sublime. Y ese elemento es lo oceánico, a lo que remite el nombre del disco.
El océano es lo sublime absoluto: es capaz de destruir al hombre, el cual es incapaz de vivir en él, y su extensión cuasi infinita origina que en él se puede engendrar toda clase de mitos sobre lo siniestro; el océano es una fuente de éxtasis primordial para el hombre. Por ello cuando hablamos lo oceánico hacemos referencia tanto a un carácter ctónico de las cosas ‑lo cual además lo ensambla con algo igualmente sublime: el sexo- como de su carácter eminentemente infinito, oscuro y absolutamente vacío; el océano es la posibilidad total de estar conformado por cualquier cosa. Esto último es muy bien caracterizado en las canciones ya que su capacidad de evocación, desde sirenas (Sirens) hasta la infinidad impracticable del agua (Open Water), es absoluta.
No es de extrañar entonces que un gran maestro de lo sublime en la contemporaneidad, como es H.P. Lovecraft, haya basado todo su discurso teórico sobre el terror en entidades ctónicas. Desde Cthulhu, que vive en R’yleh bajo el océano, hasta Nyarlathotep, el caos reptante, todas las entidades primigenias tienen dos aspectos en común que, a su vez, se relacionan mutuamente: el agua y la vaciedad; lo ctónico.
Todo lo anterior cristalizará además en la representación del amor romántico, surgido como tal en las cada vez menos comunes ausencias de imposiciones matrimoniales, como fruto de una unión de los dispares; el amor como unión con lo otro. Esto no queda fuera del propio discurso de Vortex Rikers, como demuestra You are the Morning (I am the Night) en el que articulan ese dualismo impositivo en el que la conformación de una entidad única, el amor como tal, se da a través de la suma de dos objetos particulares que se profesan ese amor. Pero el amor, en tanto otra figuración de lo sublime, no se da por la relación dicotómica que se desarrolla entre dos agentes objetuales, el amor se desarrolla como conformación estructural de la suma de dos (o más, si hablamos de un amor post-romántico) identidades que se conforman una a través de ese devenir uno en el amor.
¿Es entonces Oceanic de Vortex Rikers una pieza espectrológica? Sí y no. Lo es en tanto (re)define los cánones propios de una visión del mundo sublime propia de una época pasada, del romanticismo; no lo es en tanto esas relaciones a las cuales nos remite son construcciones tan válidas y presentes hoy como las fueron en su tiempo. He ahí la magia de los espectros, pues no está muerto lo que yace eternamente.
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