Aunque nos saltamos una semana, eso no impide que Colores prohibidos. Se puede ser regular en la irregularidad. Se puede hacer de la regularidad una forma de volver, aunque no sea siempre exactamente a tiempo.
Siguiendo la estela de la anterior entrega, tenemos bastantes más libros que películas. Lo cual sigue chocando. Además de un buen puñado de películas japonesas elegidas para que las vean princesas de doce años, tenemos también un puñado de críticas de cine de películas que han dejado mucho de desear. En literatura tenemos de todo: desde un entusiasmo (espero) contagioso por libros alucinantes y sonoros bostezos por otros que, si bien prometían, han acabado siendo un absoluto fiasco. Porque al final será verdad lo que dicen algunos escritores. Que hoy en día, quienes mejor escriben, son los artistas, no los escritores. Pero sea eso cierto o no, aún nos queda bastante música, una selección de textos ajenos y como de costumbre, la lista de Spotify, Banzai! Banzai! Banzai!, que sigue creciendo temazo a temazo.
Y antes de acabar, un pequeño anuncio. La editorial Shangri-la acaba de publicar el libro teórico sobre cine pornográfico Porno. Ven y mira donde tengo el honor de participar con un texto llamado Ero-Monogatari. La evolución de la representación pornográfica en la sociedad japonesa. Para quien tenga interés, el libro se puede comprender en la web de la editorial o en su librería favorita. Dicho eso, concluimos Colores prohibidos. Hoy, tal vez, un poco más prohibidos que de costumbre.
Lo que hago
Películas japonesas que le gustarán a una niña de 12 años | Cinemanía
Algunos niños disfrutan con el cine de Akira Kurosawa. Y entre esos, algunos ni siquiera son de la realeza. Con todo, es comprensible que mucha gente no se crea las aficiones de la princesa Leonor. A fin de cuentas, el cine japonés se nos ha vendido siempre como algo lento, filosófico y extraño. Algo muy alejado del imaginario infantil de aventuras, fantasía y color. Pero eso es una tremenda mentira. En el cine de Kurosawa, como en el resto del cine japonés, cabe todo. Tanto adultos como niños, de lo más maduro a lo más infantil. Para demostrarlo, hemos elegido un puñado de películas japonesas que podrá disfrutar cualquier preadolescente, incluso si carece de título nobiliario. O si sus padres no le obligan a ver Dersu Uzala.
[Crítica] ‘Cuando los dioses bajaron a Varsovia y alrededores’ – Pynchon no habla polaco | Canino
En el ámbito literario se suele confundir el posmodernismo con haber leído a Thomas Pynchon. Con sentirse próximo hacia algunos de sus tropos. Y es natural. No sólo porque sea un gran escritor o porque su sombra sea alargada, sino porque sintetiza a la perfección cierto espíritu de la época. Pero ya que vivimos bajo el paternalista colonialismo anglosajón, eso es como decir que sintetiza el espíritu norteamericano. Aquello que le es propio a la cultura pop estadounidense, no necesariamente a él.
En otras palabras, de Thomas Pynchon lo que se suele tomar es la ironía. Esa misma que comparte con Los Simpson.
E3 2017 (o cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar el cinismo) | Canino
Malas noticias: el formato del E3 se agota. Ya no hace gracia. Tras el enésimo encorbatado vendiéndote su mierda como quien vende crecepelo de pueblo en pueblo y con el público aplaudiendo a la nada literal, uno se agota. Empieza a sentir como si le estuvieran tomando el pelo. Y tal vez por eso las compañías, lentamente, han ido cambiando el formato con el que trabajan. Pasar de la clásica conferencia con desarrolladores dando datos y, en el mejor de los casos, borrachos de masas ‑o en el caso de la Konami de 2010, tal vez sólo borrachos‑, hacia otras formas más dinámicas.
Mes Mini, de AnaitGames | Goodreads
De videojuegos se escribe mucho, pero pocas veces bien. Siendo un medio joven, con los clásicos siendo algo que bien se puede haber conocido en el momento de su recepción, saber a qué o cómo aferrarse es difícil. Si es que no directamente imposible. Por eso resulta tan estimulante y valiente cuando alguien encuentra el modo de escribir de videojuegos: porque es una anomalía dentro de la rama más mediocre del periodismo.
AnaitGames es uno de esos pocos sitios donde se escribe bien. Con estilo. Con sapiencia. Sin olvidar la necesidad de educar y entretener al lector. Algo excepcional no sólo en la prensa de los videojuegos. Y en Mes Mini, libro que recopila las treinta reseñas de los treinta juegos que compusieron la salida de la NES Mini, podemos ver hasta qué punto es cierto. Hasta qué punto su entendimiento y comprensión de los juegos clásicos de 8Bits les sirve para pensar los videojuegos, lo retro, la cultura e, incluso, para la escritura.
De qué hablo cuando hablo de escribir, de Haruki Murakami | Goodreads
Haruki Murakami es como un anciano. Si algo disfruta es tener una vida plácida, bien ordenada, donde todo transcurra con la monotonía propia de los días, sin sobresaltos que no puede gestionar bien. Y de vez en cuando, encontrarse con sus nietos. O, en general, con gente más joven. ¿Para qué? Para poder conversar. No para decirles cómo deben vivir la vida, sino para contarles él la suya. Ya que él vive ya más en el pasado que en el presente, y ellos aún viven más cara al futuro que en el ahora, encuentran ambos un lugar donde encontrarse: en ese espacio que parece, de algún modo, desconectado de lo que ambos lados carecen.
Por qué nos gustan las mujeres, de Mircea Cărtărescu | Goodreads
En determinado momento de Por qué nos gustan las mujeres su autor, Mircea Cărtărescu, retrata con pequeñas estampas lo que dice el propio título. Por qué nos gustan las mujeres (a las hombres). Pero tras mucha idolatría y recuerdos, llega un momento que cita, extasiado, al bueno de Salinger. La cita dice así:
«Aquí, sobre la marcha, sólo recuerdo a tres muchachas que me hayan impresionado, la primera vez que las vi, por su belleza indescriptible. Una de ellas era una chica esbelta, con un traje de baño negro, que hacía grandes esfuerzos por abrir una sombrilla de color naranja en la playa de Jones, hacia 1936. A la segunda la encontré allá por el año 1939, en un crucero por el Caribe, en el momento de tirarle un encendedor a una marsopa. La tercera era la amiga del jefe, Mary Hudson.»
Al acabar su propio relato, Cărtărescu reconoce que no ha podido hacer en siete páginas —aunque, según él, haya sido sólo una— lo que hace Salinger en tres palabras —aunque, para ser justos, en el mejor de los casos el mínimo son diez. Y no lo consigue no por la extensión, sino por su forma de mirar.
Manga in Theory and Practice: The Craft of Creating Manga, de Hirohiko Araki | Letterboxd
Hirohiko Araki es un gran maestro del manga. Con su extravagante JoJo’s Bizarre Adventure no sólo ha conseguido fusionar el canon clásico griego con la estética manga, el hiper-dinamismo y las historias cuasi-mitológicas rayano la parodia histérica, sino también algo mucho más difícil: un estilo propio capaz de encandilar al público.
Manga in Theory and Practice es Araki abriéndonos su cabeza y enseñándonos todos sus secretos. Como él mismo señala, una idea tan mala como la del mago explicando sus trucos.
The Belko Experiment, de Greg McLean | Letterboxd
Violencia al once. Crítica sociopolítica de los chinos. Victoria de los buenos. Amarga, pero victoria. Con un final suficientemente abierto como para insinuar una segunda parte, si es que la primera funciona como para continuar la saga. Esas son las claves de cualquier película de terror de estudio. Hacer algo directo, sencillo y digerible que se pueda vender tanto al adolescente que sólo quiere un revulsivo potente como al crítico que quiere hacer lecturas más profundas de sus objetos de consumo. Y eso es lo que nos ofrece Greg McLean.
Shimmer Lake, de Oren Uziel | Letterboxd
Sólo hay dos razones para seguir una estructura narrativa no-lineal: o que no se entienda de forma lineal o que el tema o el subtexto de la historia requiere que no sea lineal. Cualquier otra razón es espuria. Hacer una historia no-lineal porque mola más o, dios nos libre, para ocultar lo absolutamente endeble del guión, es un delito contra la narrativa. Y esos delitos no se pagan ni con cárcel ni con la muerte, pero sí se cobran con el peor castigo posible para un artista. Con el ostracismo.
Power Rangers, de Dean Israelite | Letterboxd
A los Power Rangers sólo les pido una cosa: el poder de la amistad, monstruos gigantes y hostias como panes. Si en el proceso incluyen personajes memorables, algunos buenos puntos de comedia y un drama de baja intensidad que no moleste demasiado, entonces ya me doy con un canto en los dientes. Literalmente. Podría reventarme los dientes con un canto rodado si los americanos, además de sablear descaradamente el contenido de Super Sentai, se molestaran, de una puñetera vez, en estudiar porqué funciona de un modo tan perfecto la poética del tokusatsu.
Leon – Bird World (2017) | Studio Suicide
La música de videojuego nunca pasa de moda. Aunque surgió como una moda en apariencia efímera, el chiptune parece ser tan eterno como las tonadillas que imitan: aquello que era una limitación por pura necesidad coyuntural, se ha convertido en una forma estética. Y al igual que el pixel art va cobrando cada vez más fuerza, el chiptune va acompañándolo en paralelo.
Pero hay ahí un problema. Que lo interesante de los videojuegos de los 80’s y 90’s no eran sus limitaciones. Era cómo las aprovechaban. A fin de cuentas, ¿qué músico, de haber tenido la posibilidad, no hubiera utilizado mayores recursos que de los que disponía?
Taxidermias concretas vol. VI | Studio Suicide
Llegó la hora. Tras un buen puñado de EP’s Cigarettes After Sex levantan la liebre. Y su disco homónimo es como sus adelantos: suave, narcótico, elegante. Ese post-punk revival tan apegado a la época como al sabor de la nicotina en la garganta. A la saliva en la boca. Al sexo donde sea que lo haya habido. A nostalgia. A algo conocido. Y como tal entra bien. Como telón de fondo; como decorado de otras acciones. Porque eso son Cigarettes After Sex un telón de fondo. Algo que empieza y se agota en cada escucha.
Ryan Adams — 1989 (2015) | Studio Suicide
El pop industrial americano es una perfecta pieza de diseño. Literalmente. Hacen falta dos docenas de letristas, compositores y técnicos de sonidos para conseguir que cada canción suene exactamente como debe sonar. Y si bien eso deja poco o ningún sitio para la personalidad, el alma o cualquier forma de arte, no es eso para lo que sirve el pop. El pop (industrial) atiende a condiciones comerciales. Al algoritmo del gusto medio. Y o se cumple o no tiene propósito.
Taxidermias concretas vol. VII | Studio Suicide
No hace falta ser un genio para ser un buen artista. Sólo hace falta hacer algo diferente. Cumplir unos mínimos generales, encontrar un aspecto particular en lo cual podemos marcar la diferencia y explotarlo. Even the songs in the department store, can make me happy these days. es un single bastante directo: ni la instrumentación destaca ni sus coros son nada nuevo ni la fusión de hardcore con indie rock de principios del siglo es nada nuevo. ¿Por qué habría que escucharlo entonces? Porque hace todo eso bien. Y además de hacerlo bien, añade un plus: su cantante, cantando a toda velocidad, haciendo que suene como algo totalmente nuevo. Como si el hardcore siempre hubiera necesitado eso: acelerar todavía un poco más.
Y lo que se está haciendo
Estudiar hasta la muerte en Corea del Sur | El Mundo
«Los Hagwons y cafés librería son una de las imágenes recurrentes en torno a la emblemática estación de metro de Gangnam, que da nombre al barrio de Seúl que popularizó el cantante Psy. Los segundos podrían ser la versión muy edulcorada de los Hagwons y, por tanto, aptos tan sólo para los menos proclives a las singulares normativas de esos centros de estudio privados. Además, sus propios promotores ‑muchos de ellos, compañías editoras que hasta ahora tenían escasa relación con el mundo de la hostelería- reconocen que no suelen ser negocios que reporten grandes ingresos y que simplemente lo hacen para aprovechar la presencia de estudiantes y publicitar sus libros. Los más sofisticados, además de ofrecer el mejor café, permiten también alquilar ordenadores portátiles y hasta proyectores.
Los Hagwons son una institución aparte. Las propias autoridades capitalinas tuvieron que establecer hace años una suerte de toque de queda para poner freno a su desempeño, que les podía llevar a permanecer abiertos hasta la 1 de la mañana».
Antoine d’Agata: el infierno soy yo | El País
«Cuando alguien se autorretrata con la terrible frase “Mi único infierno soy yo, mi única salida es el otro”, el tono de la conversación está claro desde el inicio. No hay trampas posibles con Antoine d’Agata (Marsella, 1961), que para corroborar con gestos lo dicho en palabras se retira la manga de la camisa y enseña las venas. D’Agata no solo es una gran estrella de la agencia Magnum y un artista y un ser humano sensible y frágil hasta más allá de lo razonable. También es un yonqui de la fotografía. No solo de la fotografía. También de lo que para él, según su profesión de fe, conlleva ir por el mundo haciendo fotos: “Compromiso, involucración, inconsciencia, deseo”».
The Thin Line Between Reality and Fantasy in Ugetsu | The Criterion Collection
«Kenji Mizoguchi was three decades into his career when he had his international breakthrough with 1952’s The Life of Oharu, a devastating drama about the plight of women in feudal Japan that heralded an extraordinary run of masterpieces for the filmmaker lasting until his untimely death in 1956. None of these was more momentous than 1953’s Ugetsu, a sixteenth-century ghost story rendered in Mizoguchi’s signature style of long takes and flowing camera work. Drawing on disparate literary sources — two short stories by eighteenth-century Japanese writer Akinari Ueda and one by French master Guy de Maupassant — the director fashioned an exquisite exploration of female sacrifice and male vanity out of the tale of two couples sundered during wartime, the men’s foolish pursuits of worldly glory inducing them to abandon their wives, and ultimately leaving them stranded in strange and supernatural realms. In this excerpt from a supplement on our edition of the film, which we released in a Blu-ray upgrade this week, Japanese New Wave filmmaker Masahiro Shinoda (Double Suicide) discusses how Mizoguchi seamlessly weaves together narrative modes, interlacing harsh realism and spellbinding fantasy to heighten the tale’s tragedy and mystery».