La nueva carne es, en rasgos generales, la constitución de un nuevo plano corporal que acompaña a los eventos periféricos que han ido cristalizando en la sociedad durante el último medio siglo. Después de siglos definiéndonos por nuestras instituciones orgánicas ‑nuestra sexo, nuestra sexualidad, nuestro raza, nuestra religión o cualquier otro suceso contingente- la nueva carne destruye toda noción organicista del hombre; ahora debemos empezar a definirnos a través de los flujos divergentes. Y eso nos cuenta David Cronenberg en Promesas del Este pero no desde la perspectiva de un individuo, sino desde una entidad mesetaria compleja: la mafia del este.
La historia no es narrada por un cuerpo desaparecido, el de una niña de 14 años que murió en el momento de dar a luz su hija fruto de una violación, que nos llevará por el tránsito que acontece en la edificación de un nuevo orden dentro de la mafia rusa en Londres; y sólo trata sobre ellas dos: sobre la narradora y la mafia. Aunque su personaje protagonista, Viggo Mortensen en el soberbio papel de Nikolai Luzhin, no sea en sí el protagonista sí es el centro de gravedad de la historia, él es el avatar corpóreo que nos enseñará su devenir hasta ser constituido fuerza criminal. Esto se hiperboliza en el ataque que sufre Nikolai, desnudo y tatuado hasta el exceso, por parte de dos chechenos de un negro impoluto. La desaforada violencia que se da entre ellos no deja de ser un combate de constitución: los cuerpos definidos de los agresores ‑van vestidos de negro, llevan gafas de sol, son chechenos, heterosexuales, blancos, varones- contrasta con la sublimación del cuerpo sin órganos de Nikolai ‑está desnudo pero no vemos caracteres sexuales o sociales definidos, sólo sabemos su existencia por lo que nos narran sus tatuajes- codificando en éste combate salvaje el que es exactamente la nueva carne. Él, cuerpo en desaparición como la narradora, es devenido en existencia mesetaria por flujos divergentes que lo definen en su desaparición misma; carece de organos constituyentes que lo configuren como una realidad social constituida como positiva: como lo que debe ser un mafioso ruso. Y, con ello, crea un nuevo orden sostenido sobre los flujos deseantes que oblitera toda noción de la tradición de lo que debe ser.
La historia acaba abruptamente porque no hace falta narrar nada más desde el mismo instante que ya conocemos toda la historia, el como se configuro el orden de la nueva carne de la mafia rusa. El cuerpo de Nikolai, constituido en flujos divergentes de tatuajes y no en flujos moleculares de trajes, es la representación última de la nueva mafia que deberá asumir el control de su mundo; es el avatar del cambio de los tiempos en las actividades ilegales. Y por ello la narradora se torna desaparición, ella sólo ha sido el óbice que excusa la conversión hacia una nueva carne que cambie los trajes de Armani por los tatuajes existenciales.
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