el hijo bastardo de la nostalgia

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Hacerse ex­pec­ta­ti­vas, ge­ne­ral­men­te crea­das por el hy­pe, pue­de lle­var­nos a la de­cep­ción a la ho­ra de afron­tar las co­sas. Peor aun es cuan­do ese hy­pe es auto-inducido por una ma­sa de fans con más tiem­po li­bre que neu­ro­nas. En es­tas cir­cuns­tan­cias nos ha lle­ga­do ha­ce es­ca­sos días el pri­mer ca­pi­tu­lo de la se­rie Heroman, una co­la­bo­ra­ción en­tre Stan Lee y Bones.

Joey Jones es un jo­ven sin ape­nas ami­gos del cual abu­san en el ins­ti­tu­to un gru­po de ma­to­nes pi­jos. El, con un co­ra­zón de oro, a la vez que si­gue sus es­tu­dios tra­ba­ja a me­dia jor­na­da en un res­tau­ran­te pa­ra ayu­dar a su abue­la. Hasta que un día se en­cuen­tra re­pa­ra un ro­bot el cual, por un ac­ci­den­te, co­bra vi­da, cam­bian­do to­do sin pre­vio avi­so. Ahora, en con­jun­to con su ro­bot, Heroman, ayu­da­ran a quien los ne­ce­si­te. Esta his­to­ria re­dun­dan­te en cli­ches y tó­pi­cos de to­da cla­se es lo que se le ha cri­ti­ca­do abier­ta­men­te. Sin em­bar­go no de­ja de ser una his­to­ria de Stan Lee en su es­ta­do más pu­ro. Un ac­ci­den­te que da po­de­res, la di­fi­cul­tad de com­bi­nar la vi­da del día a día con la res­pon­sa­bi­li­dad de los nue­vos po­de­res y el jo­ven in­com­pren­di­do de buen fon­do. Todo es ino­cen­te y naïf, tan sen­ci­llo que es ca­si ri­dícu­lo y ahí ra­di­ca su en­can­to. Sin gran­des as­pa­vien­tos ni ne­ce­si­dad de gran­des re­trué­ca­nos nos ofre­cen un co­mien­zo sen­ci­llo pe­ro en­can­ta­dor que, de se­guir por ta­les de­rro­te­ros, qui­zás vol­va­mos a te­ner una his­to­ria al mas pu­ro es­ti­lo clá­si­co de Stan Lee. A es­to se le de­be su­mar una con­ti­nua re­fe­ren­cia­li­dad a gol­pe de gui­ños: la abue­la es­cu­chan­do un dis­co de Roswell o Stan Lee pi­dien­do más ca­fé a Joey son al­gu­nos de es­tos ejemplos.

En lo vi­sual es­ta­mos an­te un tra­ba­jo mi­ma­dí­si­mo por par­te de Bones los cua­les ha­cen un es­fuer­zo por au­nar la es­té­ti­ca man­ga clá­si­ca del es­tu­dio con ele­men­tos del có­mic ame­ri­cano más re­tro. El re­sul­ta­do, le­jos de ser un pas­ti­che mal he­cho nos da una com­bi­na­ción muy bien re­suel­ta. Vemos es­to muy cla­ra­men­te el di­se­ño del lo­go, del pro­pio Heroman o la ma­ne­ra de re­sol­ver la es­té­ti­ca ge­ne­ral tan­to de la ciu­dad co­mo de los per­so­na­jes. Y es­to se lle­va al ex­tre­mo tan­to en el ope­ning co­mo en el en­ding, don­de se com­bi­nan con un muy buen gus­to ele­men­tos de am­bos mun­dos. Especialmente el en­ding con una es­té­ti­ca de có­mic ani­ma­do en el cual se com­bi­nan es­ce­nas que son gui­ños de otros man­gas con esos to­ques tan ame­ri­ca­nos que van sal­pi­can­do to­do el capitulo.

Lo mu­si­cal tam­po­co se que­da atrás en cuan­to a ca­li­dad y buen ha­cer. El ope­ning, Roulette, cor­te­sía de Tetsuya, es una can­ción que cap­ta muy bien el tono de la se­rie. Con un j‑rock sen­ci­llo pe­ro efec­ti­vo la se­rie nos mues­tra su car­ta de pre­sen­ta­ción con una me­lo­día he­cha pa­ra lu­cir una una voz que si­gue pa­so por pa­so el so­ni­do de L’Arc~en~Ciel. Para aca­bar cie­rran en el en­ding con Calling de FLOW la cual si­gue la es­te­la de la can­ción de Tetsuya. Una can­ción sim­ple y pe­ga­di­za qui­zás con un so­ni­do más ape­ga­do ha­cia el lu­ci­mien­to de las gui­ta­rras y en me­nor me­di­da, las vo­ca­les y el ba­jo. Elecciones que si bien re­sul­ta­rían ge­ne­ral­men­te te­dio­sas e in­clu­so abu­rri­das en­ca­jan ex­tra­ña­men­te bien con el con­jun­to de la es­té­ti­ca y tono de la serie.

Sin du­da Stan Lee y Bones tie­nen en­tre ma­nos un ca­ra­me­lo muy ape­ti­to­so, con un sa­bor in­ne­ga­ble­men­te man­ga nos in­vi­tan a re­tro­traer­nos en una his­to­ria que nos re­cuer­dan a lo me­jor de los pri­me­ros pa­sos de la Marvel. En par­te jue­go de nos­tal­gia, en par­te in­ten­to de con­ten­tar al pú­bli­co ota­ku, se­ra di­fi­cil no que­dar­se en tie­rra de na­die. Solo el tiem­po di­rá si los ago­re­ros que gri­tan pi­dien­do la ca­be­za del bas­tar­do te­nían ra­zón, pe­ro de mo­men­to el ni­ño ha sa­li­do precioso.

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