Nextwave, de Warren Ellis
A pesar de que la parodia es tratada de una forma más o menos sistemática, resaltando siempre su importancia radical como método de comprensión profunda de cualquier tema, la sátira en ocasiones parecer ser la hermana fea de la parodia; la sátira tiene el feo honor de ser considerado un género menor cuando es, de facto, anterior en su propósito a su correlato mayor, la parodia. El carácter exagerado y brutal de esta, sumado a la tendencia de quienes la cultivan en condimentarla con unas buenas dosis de ataque hacia aquello que dedican sus esfuerzos en satirizar, produce que sea un género que tiende a producir unas insanas urticarias en aquellos individuos que podríamos definir con precisión como gente con un palo metido en el culo. Debido a que esta sub-especie de ser humano abunda de forma particularmente notable en el mundo académico, o en cualquiera que se pretenda con ínfulas, la sátira es vista como la hermana menor de la parodia que no es, porque de hecho la sátira llega hasta donde la parodia no puede ni soñar: a la completa indiferenciación con el objeto del cual se gesta la sátira.
La función de la sátira es de catalizador extremo de lo que ya es en sí las cosas, por tanto aun cuando puede tener una función humorística siempre lo es a partir del conocimiento de que sólo es llevar hasta el extremo los códigos propios de aquello que se satiriza. Es por ello que cuando Warren Ellis asume el mando de los Nextwave lo hace con la perspectiva de satirizar de forma brutal todos y cada uno de los super-héroes inimaginables que se le pongan por delante, aludiendo siempre al carácter extremo que caracteriza a su obra. Sólo que, en esta ocasión, se le acaba yendo de las manos. Un dinosaurio diablo, koalas asesinos, robots samuráis de cuatro brazos o comandos de asesinos en trajes de pterodáctilo; todo es un constante salto mortal hacia atrás hacia un sinsentido que, sin embargo, nos resulta completamente lógico: lo que nos muestra no es más que la extrapolación extrema de lo que es un cómic en sí.
Lo único que nos muestra de forma constante Ellis en éste cómic, además de un amor poco brillante hacia el super-héroe medio, es el hecho de que detrás de los vivos colores y las grandes responsabilidades sólo hay ridículos seres humanos en mallas que no se sorprenden de las más imbéciles adopciones que lo real asume a su alrededor. Jamás discuten por qué acontece que dinosaurios estén vivos debajo de grandes ciudades americanas o por qué los extraterrestres deciden conceder poderes de forma casi completamente aleatoria hacia cualquier persona que se crucen ante ellos, cosa que sí hacen los Nextwave conscientes de que ese punto de imbecilidad sólo puede venir de un lado: de un departamento de marketing. Vale, quizás no sea así, pero podría serlo. El trabajo de Ellis está tan bien pulido que siempre nos sorprende con la enésima burrada, por completamente obscena o animal que sea, por desproporcionada e imposible que parezca, en tanto en realidad sabemos que es la dinámica propia de los cómics de super-héroes llevadas hasta su punto final. ¿A quién sorprende ver al Capitán América, un hombre de los años 30’s, recordemos, mandar a casa a Ms. Marvel mientras los hombres hacemos el trabajo? Sólo al fan medio de los afectados héroes cinéfilos de su Distinguida Competencia, demasiado preocupados en ser adultos y no parecer salidos de un cómic.
El uso ‑o más bien abuso, en éste caso en particular- de la sátira sirve para crear un contexto en el cual nos quede claro qué acontece en sí dentro de aquello que se satiriza. Cuando se crea una sátira de los personajes de cómic y la magia, la risa más profunda bien acompañada de aseveraciones de cabezas para los fans del cómic, cuando las mayores barbaridades surgen de los ridículos conceptos de seriedad impostada o las extremas combinaciones constantes de monstruos cuyos culos han de ser pateados, nos queda claro cual es el paradigma propio del cómic: el monstruo imposible y la gravedad cósmica del problema. Cualquier pretensión de reducir a un super-villano a la categoría de terrorista o criminal pierde cualquier clase de sentido, precisamente por la imposibilidad de crear un contexto adecuado al cómic en el que sea creíble un maligno rival que no sea la personificación pura de los más megalomaniacos y sinsentido abstrusos sentimientos de poder. Si el gran villano que persiguiera a los Nextwave fuera un villano de opereta que se comporta como una estrella de Hollywood la sátira se perdería completamente, pero como es un dinosaurio satánico que desea devolver al mundo a la época jurásica a través de maquinaria post-industrial, la sátira funciona a la perfección. Y si es así, es porque reconocemos en esa megalomanía absurda aquello que hemos mamado de forma incesante en los cómics.
Más allá de la sátira no hay nada, porque de hecho la sátira nos muestra que es lo que hay de una forma más esencial hacia algunas de las cosas. Es por ello que un super-héroe es, al menos para nosotros, un señor muy serio que se tiene que enfrentar contra absurdas amenazas que van más allá de todo sentido práctico más allá de la dominación o la destrucción universal; el super-héroe es ya una parodia en sí mismo de los seres humanos, por tanto su sátira es una sátira de la parodia humana, el llevar al extremo las ideas de bien y mal creadas de forma exclusiva por la cultura y la moral humana. Es por eso que no tiene sentido humanizar a los super-héroes ya que, como nos enseñó su sátira, ellos ya son la parodia de todo aquello que infundimos en el mundo.