Dentro los movimientos ciudadanos actuales que exigen al gobierno una más eficiente gestión hay, en todos los casos, una demanda común a su respecto: la necesidad de una mayor transparencia. Esto nos llevará a la necesidad de preguntarnos algo tan sencillo, a la par que problemático, como ¿qué es la transparencia? Siguiendo a Jean Staborinski ser invisible, y con ello transparente, es el punto o la extrema nulidad de el otro para convertirse en un poder sin límites1, lo cual nos lleva a que gracias, o por culpa de, la escritura de Staborinski se nos plantean a su vez otras muchas preguntas con respecto a que sería exactamente ser transparente. En primera instancia parece evidente que la transparencia implica la imposibilidad de los hombres para adquirir un poder sin límites, un poder absoluto con el cual regir sobre el prójimo, y, por otra parte, en tanto yo me defino en mi otredad para los demás parece evidente que esta misma condición me atañe a mi mismo en tanto ser humano pero, ¿cómo puedo devenir en transparente? Para eso deberíamos seguir los pasos de Jean-Jacques Rousseau y tender hacia una introspección del yo: hacia la confesión.
En el libro de Las confesiones nos habla Rousseau, en un estilo biográfico que crearía escuela, de todos aquellos actos de su vida que podrían considerarse en una última instancia no tanto un acto moralmente reprobable —lo cual quedaría, o debería quedar fuera, de un juicio introspectivo— como de hecho un análisis de los actos que él tiene consciencia de su malevolencia; se confiesa ante nosotros no por pecador tanto como por culpable. partiendo que la confesión es de facto un sacramento cristiano —aunque nuestro interés no radique en tal carácter— hemos de extraer de éste que no es sólo de limpieza del alma, sino también de la confianza hacia los demás pues, si hacemos caso a la Epístola de Santiago, la confesión tiene una gran importancia como forma de exhoneración y de conformación del poder cara a la otredad — confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros, para que seáis curados. La oración ferviente del justo tiene mucho poder.2. A partir de aquí es donde empezamos a ver donde aparece ese poder sin límites que nos prometía la transparencia: en la confesión me hago transparente cara al otro, no me muestro sólo en las virtudes que poseo sino también en mis defectos —o lo que yo veo como defectos. Cuando una persona, como el mismo Rousseau hace, nos narra con total explicitud y sin ningún pudor todas sus faltas tanto de carácter ético-moral como social no tenemos razón alguna para sospechar de esa persona; el otro se constituye como un espejo a través del cual observarme: no hay razón para desconfiar de los buenos sentimientos de Rousseau, del otro, cuando se nos confiesa en sus debilidades humanas.
En este momento sería muy fácil caer en los malos pensamientos y acusar a esta transparencia de tener un carácter exculpatorio entendiendo entonces que toda confesión busca un pretendido perdón diría aquel que no confía en sus congéneres. Pero esto lo rebatiría el mismo Rousseau cuando nos dice que he prometido mi confesión, más no mi justificación, por lo tanto me detengo aquí. A mi me toca ser exacto, al lector ser justo. Nunca le pediré más3 planteando así la necesidad no sólo de que la transparencia sea absoluta para ser justa, sino que el otro sea magnánimo en el juicio y no desconfíe de la transparencia misma al restituír una segunda inocencia como conatural a su ser: se torna en espejo como transparencia del ser. Además el propio Rousseu, citado por Starobinski, sacaría esta misma comparación cuando dijera su corazón, transparente como el cristal, no puede esconderse de lo que está pasando; cada movimiento que sostiene se transmite en su rostro y en sus ojos4 la cual además no sólo nos sitúa la transparencia como el cristal, lo que compone el espejo, sino que además nos dice explicitamente como esa transparencia se materializa en el cuerpo. Por ello si el hombre confesado desde su inocencia es transparente y, por tanto, espejo del otro, el juzgar como esculpatorio ese hecho sólo juzga a aquel que le increpa tal desprecio. La transparencia desnuda tanto en su transparencia misma como en su reflejo.
Ahora bien, el problema de esto es que cada hombre busca su propio beneficio dentro de la sociedad y, por lo tanto, el ser transparente no sería ninguna ventaja a priori en tanto esta transparencia anularía toda nuestra posibilidad de hacernos con el poder que el otro tiene —y he aquí el otro lado de la transparencia como nulidad de todo poder, pues cuando los demás se tornan opacos cuando nosotros somos transparentes (que no reflectantes, espejos) perdemos todo nuestro poder— e imposibilitando nuestra vida en sociedad. Es por ello que la exigencia de transparencia no sólo debe de darse en una dirección o componerse como algo particular que hacer como una expiación personal hacia un individuo o institución particular, sino que debe ser un acto universal que todo individuo haga de forma libre al respecto de toda su comunidad — la transparencia debe ser un acto universal, de amistad profunda, donde todo hombre se desnude completamente a cualquier otro hombre con quien pretenda regir su vida en comunidad.
¿Cómo se consigue esto? A través de una voluntad que sería la aplicación de la transparencia a todo individuo que conforma nexo de lo social en su conjunto: no se da la suma de las aspiraciones uniformes de la voluntad o de la mayoría de las voluntades, como hipotéticamente sucede en la democracia de raíz, sino que es la aspiración de la razón particular misma al conformarse como singularidades de un segundo contrato social entre hombres que se reflejan en su ecceidad. Así cuando uno mira dentro de sí, hasta su propio fondo, podrá encontrar una razón irresoluta, cierta inocencia, que le ponga en comunicación profunda con los otros: sabe que cuando él se desnude, el otro también lo hará. Al hacer esto consiguen hacerse todos iguales, tendrán una posibilidad de nexo común, y por ello se convierten en transparentes los unos para los otros en tanto no habrá nada que esconder para un otro que puede transitar mi yo mismo de forma libre. La transparencia se da sólo en la voluntad general debido a que será en esta exclusivamente donde todos los hombres podrán confiar en los otros. He ahí la importancia capital de la confesión, único método de hacernos transparentes y, por lo tanto, la única manera de poder confiar los unos en los otros en busca de un poder común que se da en la unión de nuestras fuerzas en favor de un bien común. No hay necesidad de un poder superior que subyugue y dirija el poder particular en un proyecto común, pues sólo es necesaria la transparencia, un ritornello de la inocencia donde nos hacemos legibles —pero aun necesitados de interpretación— como un libro abierto, en el devenir ciudadanos, amantes, amigos.
- STAROBINSKI, J., Jean-Jacques Rousseu. La transparence et l’obstrable, Gallimard, Francia, 1971 p. 302 [↩]
- VV.AA., La Biblia, Santiago 5, 16 [↩]
- ROUSSEAU, J‑J., Las confesiones, Alianza, Madrid, 1997, p. 153 [↩]
- STAROBINSKI, J., Jean-Jacques Rousseu. La transparence et l’obstrable, Gallimard, Francia, 1971 p. 301 [↩]