tras el diablo sólo hay un juego de sombras chinas

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A lo lar­go de la his­to­ria ha si­do co­mún la crea­ción de cons­truc­tos dis­cur­si­vos a tra­vés de los cua­les do­ble­gar la vo­lun­tad de la ma­yo­ría. Estos cons­truc­tos del po­der, sien­do más o me­nos efec­ti­vos, siem­pre son do­mi­na­dos por unos po­cos con la in­ten­ción de con­tro­lar que na­die pue­da ro­bar­les el po­der que os­ten­tan con vi­le­za. Así no de­be­ría ex­tra­ñar­nos afir­mar que la fi­gu­ra de Satán es, sin du­da al­gu­na, uno de los más co­rrup­tos ele­men­tos dis­cur­si­vos que el hom­bre ha crea­do ja­más. O eso nos ex­pli­ca Joseph McCabe en Breve his­to­ria del sa­ta­nis­mo.

Es in­tere­san­te sa­ber co­mo McCabe en el co­mien­zo de su vi­da era pro­fun­da­men­te re­li­gio­so has­ta el pun­to de or­de­nar­se sa­cer­do­te has­ta que, unos cua­tro años des­pués de su or­de­na­mien­to, su­fri­ría una gran cri­sis de fe que le lle­va­ría a ser el pri­mer azo­te de la igle­sia ca­tó­li­ca du­ran­te el si­glo XX. En es­te li­bro que só­lo abor­da has­ta fi­na­les del si­glo XIX nos da­rá dos par­tes bien di­fe­ren­cia­das en la bús­que­da del au­tén­ti­co po­der de­trás de Satán: una pers­pec­ti­va pa­ra­le­la de cons­truc­tos del dis­cur­so si­mi­la­res y una vi­sión del cul­to al dia­blo a lo lar­go de la his­to­ria. Si bien en el pri­me­ro se ex­pla­ya en la can­ti­dad ab­sur­da de pa­ra­le­lis­mos en­tre dio­ses os­cu­ros de mi­to­lo­gías an­te­rio­res, re­le­ga­dos a ese pa­pel al ser con­quis­ta­das sus tie­rras por sa­cer­do­tes de otras re­li­gio­nes, lo que real­men­te sus­ci­ta­rá un par­ti­cu­lar in­te­rés es su se­gun­da par­te. El cul­to ha­cia Lucifer es, a lo lar­go de to­da la his­to­ria, ape­nas si una ex­cu­sa pa­ra dar ca­za a los que lu­chan con­tra los in­tere­ses de la igle­sia. Un ejem­plo que co­no­ce­mos to­dos bien, y McCabe lo uti­li­za ex­ten­sa­men­te, es el de los tem­pla­rios al ser acu­sa­dos de ado­rar al Baphomet, un en­te de­mo­ni­za­do por la igle­sia, co­mo mé­to­do pa­ra po­der des­ar­ti­cu­lar su cre­cien­te po­der y ri­que­zas que co­men­za­ban a su­pe­rar las pro­pias de la igle­sia. Pero don­de se ve a la per­fec­ción el con­trol so­cial que su­po­ne su fi­gu­ra cuan­do nos na­rra las di­fe­ren­cias en la ado­ra­ción sa­tá­ni­ca se­gún las cla­ses sociales.

La ado­ra­ción del án­gel caí­do en­tre las cla­ses ba­jas se ba­sa en un he­do­nis­mo de dis­fru­tar los pla­ce­res te­rre­na­les de la car­ne, elu­dien­do el va­lle de lá­gri­mas en el que les to­có vi­vir. De es­te mo­do el ma­ligno se re­pre­sen­ta co­mo el má­xi­mo sal­va­dor de la hu­ma­ni­dad, el úni­co en­te que se preo­cu­pa real­men­te por el bien­es­tar de unas cla­ses so­cia­les arra­sa­das. Sin em­bar­go la ado­ra­ción sa­tá­ni­ca por par­te de los al­tos es­ta­men­tos se da por una me­ra co­rrup­ción ba­sa­da en un in­ten­to de con­se­guir ir es­ca­lan­do po­si­cio­nes so­cia­les. Las ma­yo­res per­ver­si­da­des, la mi­sa ne­gra en su con­cep­ción más atroz, se co­no­ce­rá aquí co­mo una he­rra­mien­ta más pa­ra al­can­zar nue­vos pel­da­ños de po­der y ri­que­za, nor­mal­men­te, com­pa­gi­na­da con la con­se­cu­ción de nue­vos aman­tes de ma­yor po­der en ca­da oca­sión. Tras es­te bre­ve bai­le de más­ca­ras Joseph McCabe el co­mo el sa­ta­nis­mo ja­más fue al­go ne­ga­ti­vo sino una res­pues­ta a la cruel­dad inhe­ren­te a los pre­fec­tos cris­tia­nos. Si en pri­me­ra ins­tan­cia el dis­cur­so cas­ti­ga­ba en el otro mun­do al in­fiel cuan­do la igle­sia ad­qui­rió el po­der ca­si ab­so­lu­to el dis­cur­so pa­só a cas­ti­gar al in­fiel en es­te mun­do co­mo mé­to­do de con­trol. Y es que Satán se adap­ta a las ne­ce­si­da­des de ca­da es­ta­men­to, es la es­pe­ran­za de los dé­bi­les y la ad­qui­si­ción de po­der de los po­de­ro­sos. De es­te mo­do te­ne­mos un via­je de ida y vuel­ta don­de, iró­ni­ca­men­te, la fi­gu­ra del Mal Primordial es só­lo la pro­pia re­la­ción dia­léc­ti­ca; ese Mal Esencial es, en úl­ti­ma ins­tan­cia, la sal­va­ción del hom­bre co­mo es­cla­vo de Dios y del amo.

De un mo­do ameno y di­ver­ti­do Joseph McCabe nos des­tri­pa con su plu­ma qui­rúr­gi­ca los por­me­no­res de una re­li­gión que ha ba­sa­do su exis­ten­cia en la do­mi­na­ción ab­so­lu­ta del hom­bre. Pero ca­bría re­cor­dar que, en su di­la­ta­da caí­da, aun pue­de des­truir a cuan­tos enemi­gos se le opon­gan y, lo que es más im­por­tan­te, só­lo es un ejem­plo más de co­mo ac­túa el po­der sin con­trol con­tra la po­bla­ción. La se­mi­lla atroz del cris­tia­nis­mo no era la sal­va­ción esen­cial, sino la con­de­na­ción existencial.

2 thoughts on “tras el diablo sólo hay un juego de sombras chinas”

  1. A mí me hi­zo mu­cha gra­cia en es­te li­bro lo del ca­so «Leo Táxil», y por lo de­más me pa­re­ció una obra la mar de sim­pá­ti­ca. Coincidió, ade­más, ca­si ca­si con la lec­tu­ra de «Las bru­jas» del di­vino Michelet, así que tu­ve mi bue­na ra­ción de aque­la­rres y brujaspirujas. 🙂

    Saludines.

  2. Todo lo de Leo Táxil era un ca­chon­deo ma­yúscu­lo, me reí bas­tan­te a gus­to con to­do ese te­ma, a ver si un día pue­do leer al­go más. Pero a mi me hi­zo es­bo­zar una son­ri­sa tam­bién el ca­so de las en­de­mo­nia­das de Loudun a tra­vés del cual un pro­fe­sor nos ex­pli­có co­mo fue uno de los orí­ge­nes de la du­da es­cép­ti­ca, muy cu­rio­so. Por otra par­te no he leí­do «Las bru­jas» de Michelet así que me lo apun­to, a ver cuan­do ten­go un ra­to y si­go con el te­ma de las bru­jas que me re­sul­ta bas­tan­te interesante.

    Un sa­lu­do, siem­pre es un pla­cer te­ner­te por aquí.

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