aquí estamos en la carretera

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La exis­ten­cia es una ca­rre­ra, nues­tro ca­mino por la ca­rre­te­ra es lo im­por­tan­te, no el cuan­do o co­mo lle­ga­re­mos a nues­tro des­tino. Esto es lo de­be pen­sar el gran Monte Hellman, pues es ni más ni me­nos lo que ve­mos en el zeit­geist del prin­ci­pio de los 70’s que es Two-Lane Blacktop.

El con­duc­tor y el me­cá­ni­co con­du­cen por to­do el país re­tan­do a ca­rre­ras a cuan­tos pi­lo­tos creen que pue­den de­rro­tar. Un día la chi­ca apa­re­ce y se que­da con ellos via­jan­do en bus­ca de nue­vas ca­rre­ras. Un día co­no­cen a un hom­bre al cual re­tan a una ca­rre­ra, le de­jan de­ci­dir a es­te el des­tino y de­ci­den ir a Washington, D.C.., quien ga­ne se lle­va el co­che del otro. El Chevy 150 con­tra el Pontiac GTO. Una ca­rre­ra de ho­nor don­de to­dos se pa­ran a char­lar y ce­nar jun­tos, no son enemi­gos, son alia­dos en una ca­rre­ra don­de so­lo uno pue­de ven­cer. Todo se vuel­ve cir­cu­lar. La chi­ca va del Chevy al Pontiac una y otra vez, pa­ra aca­bar yén­do­se sin nin­guno. El con­duc­tor so­lo ama a su co­che, o lo acep­tas o te vas. El Pontiac va re­co­gien­do au­to­es­to­pis­tas en una cí­cli­ca con­se­cu­ción de men­ti­ras, his­to­rias y per­so­nas que bus­can lle­gar a su destino.

Al fi­nal no ga­na el que pri­me­ro lle­gue a Washington, sino el úl­ti­mo que lle­gue al des­tino úl­ti­mo, en el cual apar­quen el co­che y de­jen de re­vi­sar sus bu­jías. Por el ca­mino, an­tes de lle­gar, ca­da uno se va por su la­do si­guien­do bus­can­do re­tos con quien apos­tar o si­guien­do dis­fru­tan­do de un via­je sin fin ayu­dan­do a lle­gar a sus des­ti­nos a quien lo ne­ce­si­tan. Siendo co­mo el que exis­te pa­ra vi­vir o co­mo el que exis­te pa­ra lle­var has­ta el mo­rir. No hay pun­to me­dio, tar­de o tem­prano los co­ches se pa­ra­ran, ya en Washington, mien­tras hay que ele­gir co­mo vi­vir la exis­ten­cia. El Chevy 150 via­ja­ra ru­gien­do por to­do Estados Unidos bus­can­do el con­sa­grar el exis­tir. El Pontiac GTO vo­la­ra rui­do­so por el país bus­can­do lle­var al fi­nal, un pun­to de pa­so pa­ra el, a quie­nes lo necesiten.

La ca­rre­te­ra es lo úni­co que nos que­da por de­lan­te y te­ne­mos que ele­gir el co­mo con­du­ci­re­mos por ella. Hay tan­tos ca­mi­nos y tan­tos mo­dos de tran­si­tar­los co­mo per­so­nas pe­ro una co­sa siem­pre es­ta cla­ra, el con­duc­tor, el ver­da­de­ro, nun­ca aban­do­na­ra a su co­che. Acéptalo o via­ja has­ta tu des­tino, al­gu­nos so­lo va­ga­rán por las ca­rre­te­ras del mundo.

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