La infancia ‑lo cual en realidad incluiría, hasta cierto punto, la mayor parte de la adolescencia- es un momento determinante de las personas porque es entonces cuando se construyen las mitologías personales: la cultura con la que hemos sido educados, consciente o inconscientemente, nos acompañará el resto de nuestra vida. Por ello la ficción, la cultura, que consumen los más pequeños es un hecho determinante para su propia educación, ya que, según cuales sean sus referentes vitales, tendrán unas consideraciones particulares inscritas de forma inmanente en su mente; la ficción nos enseña a través de ejemplificaciones virtuosas formas de comportamiento adecuado. Es por ello que no podemos, ni debemos, ignorar los referentes culturales de nuestra infancia aun cuando, vistos en perspectiva, quizás no eran los más adecuados o los que dispusieran de una mayor calidad con respecto de sus coetáneos. Y es una obligación, sino moral al menos sí ética, el reflexionar sobre estas problemáticas que, ya en nuestra edad adulta, podremos rastrear hasta ciertas enseñanzas particulares de la infancia a través de la ficción. Y por eso es brillante el pequeño cuento de Aldo Nove al cual llamaría “Woobinda”.
“Woobinda” es el nombre de una serie que se emitió en los 70’s en Italia, procedente de Australia, donde un médico de izquierdas viajaba a la sábana australiana para, así, ayudar a los indígenas los cuales le llamaron, por su inmensa empatía con respecto de los animales, Woobinda. El relato, tanto el de Nove como la serie en sí, construye un imaginario de izquierdas influido de una forma particular por un ecologismo comprometido; crea una imaginario político (ideales, que no necesariamente ideología, de izquierda) y social (ideales ecologistas) a través del cual educar en una visión particular del mundo. Y esta transmisión se literaliza ya en el principio del relato cuando Giusseppe, el protagonista, afirma “Soy de izquierda como Woobinda.”; la ficción produce una mímesis en la realidad donde Giusseppe es, metafóricamente, Woobinda. El personaje se construye como una identidad metafórica capaz de unir a todos los chiquillos, en tanto figura popular, pero también como transmisor de unos valores sociales y políticos que estos mismos adoptarán como suyos. Es por eso que, como el relato afirma, en los tiempos de Berlusconi la serie desapareció del mismo modo que desapareció el tono triunfalista de lucha “de izquierdas” en Italia.
No hay futuro porque ciertos sectores que, irónicamente, tienden a denominarse como conservadores aniquilan toda posibilidad de ideal en el mundo. Los jóvenes que se educaron junto con Woobinda, enseñándoles el valor de tratar bien a los demás y cuidar la naturaleza, se ven desamparados en un mundo que, actualmente y ya desde hace al menos dos décadas, ha caído en el decadentismo propio de una sociedad regida por el vaciado del pensamiento. Ahora, en los reinos de Berlusconi, no existe posibilidad alguna para un héroe que eduque en vez de lobotomizar. Porque, ahora más que nunca, el mundo se ha tornado en un eterno d
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