Toda cultura, en tanto va evolucionando en un continuo devenir histórico cada vez más acelerado en el tiempo, necesita ir reinterpretando sus mitos fundacionales de vez en cuando. Esta reinterpretación puede darse ya sea bien dando origen en creación un nuevo mito o adaptando la cosmogonía original de la cultura al pulso vital propio de la nueva época que se ha ido gestando. Pero el mito, en tanto creación paradigmática cultural, tiene un uso particular específico: la transmisión de conformaciones socio-culturales al pueblo llano; la educación en los valores básicos de la sociedad. Esta labor educativa no se hace a base de farragosos sermones que nadie es capaz de asumir como propios, precisamente, por su incapacidad para transmitir ideas complejas de un modo simple; se hace a través del entretenimiento. El cómic como nueva conformación de la mitología de la cultura occidental ‑y, en caso paralelo, el manga y sus derivados de la cultura extremo asiática- tiene la responsabilidad inherente, aunque no patente, de educar en los valores propios de nuestro tiempo. Por eso la nueva génesis de Superman en Action Comics #1 de Grant Morrison resulta fascinante: es una relectura del mito de lo que debe ser el hombre contemporáneo.
En esta historia, Morrison, nos frece un Clark Kent igual de pardillo pero con un compromiso social quizás un poco más marcado que antes, con una responsabilidad más abierta, para crear un Superman en consonancia: donde el clásico se enfrentaba contra monstruos concomitantes con nuestra realidad el nuevo se enfrenta contra los auténticos monstruos de nuestro mundo; Superman se ha convertido en un guardián de la justicia. Alejado de enfrentamientos contra El Mal, contra entidades que van más allá de cualquier connotación biselada de la moral humana, los enemigos a batir de éste Superman con una nueva génesis son los hombres de a pie ‑o todo lo a pie que pueden ser aquellos que acumulan obscenas cotas de poder para su provecho- que perturban la paz de la sociedad. De éste modo no hay épicos enfrentamientos contra entidades de más allá de la realidad porque, más acá de la realidad, la injusticia campa a sus anchas. Y aquí Morrison hace un giro sublime con Lex Luthor al reposicionarlo en consonancia con su nuevo contexto: quiere acabar con Superman en tanto entidad exógena del mundo y, por tanto, potencial desequilibrador de la raza humana en su conjunto.
En una época donde cualquier posible confianza en los gobernantes ha desaparecido y donde se tiene la certeza de que podrían matarnos por hacerse con una entidad alienígena, sin enemigos externos a los cuales resulte imperativamente real destruir, el antiguo Superman carece ya de sentido. El Mal moral ha desaparecido del mundo porque ya no hay super-potencias que amenacen la seguridad global del mundo; el mal, un mal de andar por casa, es ahora la fuerza exógena ‑el que viene de fuera de la sociedad (los pobres), la cultura (el extranjero) o el mundo (Superman)- a erradicar. Por eso, ahora, Superman no sólo no está entre “los buenos” sino que tiene que erigirse como la única fuerza capaz de defender a los que los que están más alto consideran parásitos. El paradigma cultural es un eterno devenir en lucha.
Deja una respuesta