dios sí juega a los dados

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Existir es to­mar elec­cio­nes vi­ta­les a cie­gas. Así, si el hom­bre eli­ge siem­pre an­te una de­ter­mi­na­ción im­po­si­ble, ¿por qué Dios, de exis­tir, es di­fe­ren­te si so­mos una fi­gu­ra a su ima­gen y se­me­jan­za? Esto se lo cues­tio­na muy acer­ta­da­men­te Hitoshi Matsumoto en su gran pe­lí­cu­la, Symbol.

El en­mas­ca­ra­do de lu­cha li­bre Escargot Man se en­fren­ta a un du­ro com­ba­te den­tro de muy po­co en el cual se en­fren­ta­rá a una nue­va ge­ne­ra­ción de lu­cha­do­res, mu­cho más jó­ve­nes y vi­ta­les. A su vez, un hom­bre des­pier­ta en una ha­bi­ta­ción en blan­co, sin puer­tas ni ven­ta­nas, don­de es­tá el so­lo y, pa­ra aña­di­du­ra, un mon­tón de pe­nes de que­ru­bi­nes que al ser to­ca­dos arro­jan co­sas o cau­san even­tos en la ha­bi­ta­ción. El en­fren­tar­se a lo des­co­no­ci­do, lo que nun­ca sa­be­mos que nos de­pa­ra es lo que ocu­rre a am­bos per­so­na­jes. Uno te­me por si se­rá ca­paz de se­guir man­te­nien­do su ni­vel, si po­drá man­te­ner su iden­ti­dad. El otro te­me el co­mo sa­lir de allí, el co­mo so­bre­vi­vir el tiem­po su­fi­cien­te; el co­mo po­der ser al­go más allá de la prác­ti­ca pa­ra ser téc­ni­ca. El res­to, es slaps­tick y pedos.

Y mien­tras uno es un hom­bre cu­yo des­tino se ve fi­nal­men­te eje­cu­ta­do de un mo­do ab­sur­do por un dios de­men­ta­do, el otro es el cau­san­te de los nue­vos efec­tos en el mun­do. Mientras uno es un hom­bre en prác­ti­cas, el otro es un dios en prác­ti­cas. El eterno pro­yec­to, la as­cen­sión, el lle­gar a ser a tra­vés del apren­der es la ba­se y fin de to­dos. Ya sean hom­bres, ya sean dioses.

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