Toda adaptación es traducción. Cuando estamos trayendo una obra del pasado al presente, cuando pretendemos hacerla nuestra, necesitamos lograr que su voz se oiga como si procediera de un futuro por descubrir; cuando estamos trayendo una obra desde otro medio al nuestro, cuando pretendemos hacerla nuestra, necesitamos lograr que su forma se vea como si procediera desde una concepción nueva. Trascender todo límite impuesto, transgredir las normas con las cuales nos sentimos cómodos, es la esencia básica de cualquier obra que se pretenda hablarnos; el arte habla siempre desde el futuro, desde una mirada que aún no hemos sido capaces de naturalizar como nuestra. Toda adaptación es traducción porque toda obra de arte auténtica es una vuelta de tuerca, un giro insospechado que lleva la forma y el fondo más allá de lo que hasta su llegada considerábamos posible en nuestro tiempo y en su medio. No necesitamos que nos repitan aquello que ya conocemos, aquello que tenemos presente en cada instante de nuestra existencia, sino aquello que nos negamos a ver como posible, como única semilla fértil del presente.
Hablar de Richard Corben es hablar de un clásico del terror en el cómic y hablar de Edgar Allan Poe es hablar de un clásico del terror en la literatura, ¿qué nos cabe esperar entonces cuando los mundos de ambos maestros colisionan en uno sólo? Esperamos la explotación de la riqueza narrativa de Poe desde una perspectiva propia de Corben, sin nunca terminar de mezclarse. Aunque es cierto que tratándose de Corben no se puede esperar menos que una estética sugerente, haciendo uso de un tono lúgubre en blanco y negro que hace de la línea sencilla y la profusión de sombras su mejor baza, incluso tratándose de un maestro adaptando a otro es más fácil caer en el homenaje febril, en la adoración que no se atreve a ejercer de expolio iconoclasta que lleve al original hacia nuevos terrenos, antes que en la adaptación pura del material original.
El maestro lo es por ser inimitable, por ser imposible estar nunca a su altura jugando con sus reglas. ¿Qué sentido tiene entonces adaptar la obra de un gran maestro de la literatura de terror, de Edgar Allan Poe, el hombre que llevó la literatura (de terror) hasta un terreno donde aún hoy es imposible batirle? Todo el del mundo, siempre y cuando consideremos que está siendo traducido al cómic por otro maestro consciente de serlo. Corben hace su particular versión de una serie de poemas y relatos de Poe, guionizados por Rich Margopoulos, llevándolos hasta el terreno donde es fuerte; cada poema es adaptado dentro de un contexto particular, dándole una nueva significación al conducir su narrativa abstracta dentro de una historia concreta —por ejemplo, convirtiendo El espíritu de los muertos en una historia de venganza sobrenatural contra el Ku Kux Klan por parte de los negros muertos a manos de los confederados — , cada relato es reinterpretado desde una perspectiva formal nueva, dándole una nueva significación al conducir su historia concreta hacia una narrativa abstracta —por ejemplo, convirtiendo El corazón acusador en un cómic sin viñetas ni diálogos compuesto por seis ilustraciones — ; su logro es no dejarse intimidar por el potencial del ejercicio base, sino tomar impulso desde él para llevarlo más lejos en otro contexto.
El material original es brillante, deslumbrante, en cierta medida inadaptable, por eso la adaptación no intenta sustituirlo ni eclipsarlo: da una perspectiva nueva, una interpretación novedosa, que nos permite leer su lógica subyacente desde otro campo diferente. Al convertir El día más feliz en la historia de venganza de un hombre que ha sido sistemáticamente maltratado y humillado nos descubre una lectura diferente, una aproximación hacia Poe impensable si no es desde los lápices de Corben; no es Corben adaptando a Poe, es Edgar Allan Corben (o Edgar Margopoulos Corben) escribiendo un cómic desde sí mismo. No existen puntos ciegos, momentos donde se pueda ver a uno imponiéndose sobre el otro, porque armonizan como un todo.
Hablar de poética del cómic de terror no sería exagerado para hacer referencia a Edgar Allan Poe. La guarida del horror. Encontrar un modo de disociar ambos nombres, de intentar afirmar que es demasiado poético para el cómic o que lo sugerido del terror se pierde por lo expositivo, es algo que ya no será posible nunca más.
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