Transgresión, drogas y techno son las claves que cambiaron definitivamente el escenario del club underground que es la posmodernidad. Lo que empezó bajando de un autobús acabó con un surreal baño de sangre que salpicaría la cara de la contemporaneidad más chic. Así el drama de los Club Kids queda reflejado en la peculiar Party Monster.
Michael Alig es un joven chico de pueblo que se va a Nueva York para triunfar, pero si hay algo más grande que su ego es solo su narcisismo. Así consigue eclipsar al chico de moda James St. James para que le ayude y en comandita rodeándose de los más esperpénticos pero carismáticos hombres de paja acaba haciéndose el rey del underground neoyorkino. Al menos, hasta que un asesinato por un asunto de drogas lo jode todo. El rey de los Club Kids se rige por el exceso, estético, conceptual y de droga. No hay un solo momento en que él descanse, siempre está planeando el siguiente gran bombazo aprovechando su irresistible carisma. No importa si algo sale mal, la próxima vez saldrá bien, pues el diablo nunca tropieza dos veces con la misma piedra: la primera fue un paso en falso para dar una zancada más fuerte.
Y el gran fallo de Alig es sus propios excesos, sus excesos en la droga, su exceso de vanidad y su exceso de fe en que su encanto le salvará de cualquier problema por inmenso que este sea. El diablo sabe más por viejo que por diablo, cosa que él desconoce, acabando por dejar paso a un James St. James que acabará por dar el golpe de gracia al remontar su carrera como escritor contando la historia. No es la película de Alig, es la película de James St. James. Y es una película de excesos, de subidas y bajadas: de calidad, de humor, de drama, de barbarie y comprensión. Es un biopic no de un o unos personajes, sino de un momento y un lugar específico que conoció el caos más absoluto, la fiesta de Sade en la cual se establece el verdadero y más puro acto de política. La manipulación y torsión del simulacro mediático, de la pseudo-realidad.
Solo en el caos se puede alcanzar la verdadera iluminación que guía nuestros pasos de un modo firme hacia un futuro. Quizás el fervor farmocológico de los Club Kids no cambio el tejido de la política y la sociedad y quizás no convulsiono los conceptos de la moralidad establecido. Pero algo si consiguió, demostrarnos que siempre existe una tercera vía.
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