El superhéroe, en su condición de occidental anglosajón pero particularmente en la de americano, se define con la actitud mesiánica que le es propia a tal cultura: los héroes son mártires que deben sufrir innumerables lamentos para salvar a una humanidad que no les comprende. Estos trasuntos de Jesucristo se enfrentan a la salvación de los hombres comunes sin plantearse jamás si realmente merece la pena hacerlo, o si lo hacen dura una cantidad ínfima de tiempo tales dudas; el superhéroe tiene derecho a la duda, a la tentación, pero poder obliga y por ello elegirá el actuar como pastor de su rebaño. Por eso un Superman comunista, como nos propone el irregular Mark Millar en Superman: El Hijo Rojo, no es una rara avis impensable sino una adaptación lógica y extrapolable en términos sencillos: el capitalismo comparte con el marxismo un mesianismo necesario; desesperado.
Superman, nacido aquí en una granja colectivista ucraniana, defiende los intereses de los camaradas comunistas tal y como ha sido adecuado en un meteórico ascenso desde Héroe del comunismo hasta ser auténtico y único Líder del mismo. A la contra se establecerá Lex Luthor como la pieza contraria, perfectamente imbricada como desarrolladora del conflicto, obcecado en la destrucción del hombre de acero. Esta confrontación recorre todo el cómic como auténtica apoteosis, pero todo sigue igual aunque todo haya cambiado; pero aquí la guerra política, la guerra fría, se mimetiza en una guerra religiosa entre los dos mesías del mundo. Pero todo ese mesianismo acaba llevándonos, necesariamente, al radical desenlace final: el eterno retorno de lo mismo; del mesías. No importa si caemos en el totalitarismo puro o si acabamos en una democracia tecnocrática pues ambas son dos caras de la misma moneda; el alfa y el omega de un mesianismo totalizador que viene a salvar a la humanidad, pero sin la humanidad.
Realmente Millar no podía decir más con menos, ni seguramente haya conseguido en otra ocasión decirlo mejor, pero donde Frank Miller glorificaría el mesianismo contra El Terror ‑véase Batman: Dark Knight- Millar subvierte esta condición mesiánica en una edificación igualmente absurda; los ataques terroristas de Batman ‑el tercer mesías, éste en condición de los oprimidos- exigen una libertad que les devolvería a un estado de desgracia. Donde cualquier otro autor nos daría golpes en la cabeza animándonos a comer la cebada de la ideología Millar nos mira a los ojos y nos escupe la verdad, con rencor pero también con la esperanza de aquel que ansía enseñarnos algo. No hay mesías ni ideología positiva, todo son constructos de dominación.
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