En tanto animales los seres humanos nos movemos por pasiones que caen con asiduidad en una connotación cultural de violencia. Aun cuando hemos ritualizado estos aspectos para convertirlos en hechos más admisibles ‑véase por ejemplo la mayoría de deportes con especial hincapié en el futbol como ritualización del combate- están siempre presentes en nuestra vida cotidiana en la esfera de lo simbólico; aun cuando somos animales esencialmente culturales no podemos escapar de nuestra realidad instintiva siempre presente. De este modo no debería extrañarnos la proliferación de los AV, o Adult Videos, en los cuales se mezcla el sexo con la violencia pandillera con una absoluta normalidad. Algo que añadirían AV Okubo en sus música complementar esta, violenta y con un punto descerebrado, con unas letras recién salidas de cualquier producción casposa hongkonesa para mayores de edad. Entre lo pornográfico, lo salvaje y lo naïf se sitúan en la posición que parece que parecía que sólo puede asumir un japonés a la hora de hacer arte: la absoluta paradoja de términos coherente con respecto de sí.
En su disco debut, Wall of Sounds, los chinos AV Okubo consiguen esa sutil mezcla entre los sonidos más violentos y un pop quizás no tan digerible como de costumbre pero aun accesible para las masas. Su combinación, totalmente única, da lugar a un acelerado pastiche que, lejos de derrumbarse por incoherente, funciona como un conjunto particularmente subversivo; punk. Cayendo en el post-punk a menudo pero sin abandonar jamás su violencia son como un tiro directamente a la entrepierna: son directos y sencillos en su brutalidad.
Ver la ritualización de la violencia en su síntesis más accesible es algo que lentamente se ha ido recuperando para la cultura contemporánea. Todo lo que tiene el punk de explícitamente violento, de desvelador de la violencia tras nosotros, es lo que aleja a la masa de un género que les incomoda por lo evidente de su carácter subversivo. Sin embargo con AV Okubo ocurre precisamente lo contrario, en su carácter más pop crea una posible vía de accesibilidad que permite mandar un mensaje contundente, brutal incluso, sin que el oyente se sienta incómodo. Y he ahí la magia de los oriundos de Wuhan, nos restriegan la violencia que no es connatural por la cara a través de su semi-explicitación; el futuro del punk es ser tan punk que (casi) no parezca que lo es.
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