Aunque generalmente tendamos a obviarlo todos los elementos presentes en nuestra existencia hablan de nosotros mismos. Cuando elegimos ponernos una ropa, usar una tipografía o dibujar de un modo particular estamos haciendo elecciones que nos configuran; me represento a través de mis elecciones estéticas. Esto es llevado al extremo por David Mazzucchelli en su obra magna Asterios Polyp, donde nos enseña la vida del arquitecto homónimo a través de su narración pero, también, a través de las elecciones estéticas que hace para representar cada escena. Haciendo evidente esta estetización del devenir, que ocurre (casi) siempre de un modo velado, Mazzucchelli nos insta a descifrar los diferentes códigos de colores, formas y estilos de dibujo en su significado profundo. Los requiebros en toda conformación del diseño del mismo se atiene en todo momento en la búsqueda de un sentir más profundo que no se puede explicar con palabras; el narrador nos narra, las imágenes nos develan.
La narración se fragmenta en, al menos, dos niveles y un supra-nivel: temporal, física y sentimental. Se encuentra fragmentada en el tiempo ya que vamos alternando entre el presente con un Asterios totalmente derrotado intentando rehacer su vida con el pasado donde conocemos como llego ante esta situación, haciendo especial hincapié en la relación con su mujer, Hana. Del mismo modo en lo físico encontramos las diferencias radicales de dibujo, generalmente entre el estilo racionalista de él en contraposición al estilo más vivo de ella; un choque entre el cálculo desaforado y la tímida pasión. Y todo eso confluye, finalmente, en como su relación se va definiendo a través del tiempo en los cambios que sufren a través de su diseño.
Si la obsesión de Asterios es la simetría, la pareja de pares que se complementan, la obsesión de Hana sería la búsqueda de aquello que se encuentra siempre entre la pareja de pares; todo par implica necesariamente siempre un tercero. Así entre los dos se sitúa un tercero, el amor que se profesan, que deviene más allá de la posible dualidad que procesen en su conjunto. Del mismo modo que Asterios no es sólo uno sino que es multiplicidad, ya que es también su hermano gemelo muerto Ignazio, definiéndose así también en el deseo que se produce en el tránsito entre el vivo y el muerto; en el espacio que se sitúa entre aquellos que definen su igualdad en su disparidad. En uno de los momentos más lúcidos de la obra, de los cuales está lleno, llegará a afirmar el soberbio Asterios que todo lo que se sitúa entre dos pares es un tránsito, un devenir, que conduce hacia esa disposición dicotómica. Y es por eso que, al final, el amor triunfa sobre todas las cosas pues no hay nada más allá de lo que hay entre los pares.
Al final esa distinción entre el yo y lo otro no es más que un trasunto de comprensión de quien se es, un intento de manifestarse como un yo en el mundo a través del reconocimiento del otro. Pero no es el otro el que me define sino que es lo que hay entre ambos, en el espacio metafísico que se sitúa entre los dos, lo que me conforma como un yo. El resto son los accidentes que atraviesan el mundo.
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