The Last Days of American Crime, de Greg Tocchini
Si seguimos la ética de Kant, algo muy querido para el Occidental medio aunque éste lo desconozca, deberemos considerar que el imperativo categórico es nuestro régimen de vida esencial: actúa como si tu máxima se convierta en ley universal. Esta premisa tiene el beneficio lógico de que su sencillez y concisión permite una comprensión fácil, casi como un eslogan, con un contenido que todo el mundo puede comprender de forma sencilla; el carácter esencial de marketing del imperativo categórico es aludir al carácter de responsabilidad social de las personas desde un principio de Bien Absoluto, pues esconde la normatividad presente del discurso tras una disposición ficticia. Bajo esta premisa, que casi podríamos definir como el primer caso de punch line de publicidad, es obvio que tanto vale ese carácter de bien moral religioso como cualquier otro componente que imponga una norma de actuación que se considera estable y absoluto, como por ejemplo la ley, y bajo esta circunstancia: ¿no sería ley universal que nadie pudiera actuar mal cuando sus acciones las saben como ilegales? Obviamente, pues en tanto la ley es una elección universal a la que se circunscriben los ciudadanos en tanto parte de la sociedad, la imposibilidad del crimen es el objetivo último del crimen. La activación de un inhibidor cerebral de todas las acciones sabidas como ilegales/malignas es la literalización del imperativo categórico.
¿Sería justo para con los ciudadanos, obliterada su libertad de forma radical, una medida de esta clase? Si tenemos en cuenta las hostilidades presentes de la sociedad, la constitución del crimen como formas más lucrativas de la sociedad ‑después del ejercicio bancario, por supuesto‑, y el caótico terror en el que viven las personas buenas, las que cumplen la ley, es obvio que esta medida repercutiría en favor de todos. Pero Greg Tocchini le da la vuelta a éste principio en su The Last Days of American Crime cuando nos plantea que no sólo se inhibirá toda posibilidad de acción malvada/ilegal consciente sino que, además, el dinero físico pasará a ser exclusivamente crediticio, intangible, moneda de plástico. Bajo esta nueva luz Kant comienza a tambalearse; actuar de tal modo que quisiéramos que nuestras acciones fueran ley universal tienen un problema: hay hombres que desearían que fuera ley universal acciones que son incompatibles con el bien común, aun cuando fueran legislativamente legales.
Supongamos que eres un hombre que ha estado en prisión, que no puede ganar el dinero suficiente para vivir dignamente y que tiene una madre con alzheimer, a la cual un tratamiento de células madre podría salvarla de su descenso hacia el abismo de la vegetalidad que además de ser ilegal en EEUU, tú país, no tienes el dinero para pagarlo, ¿no sería deseable como ley universal que te apropiaras del dinero suficiente de los demás en una cantidad tan inapreciable que no lo notarían? Por supuesto esto podría constituirse como ley universal. Si es ley universal, ¿por qué no debería nuestro protagonista, el decadente arquetipo de El Hombre Justo conocido como Graham, realizar un asalto al banco en que trabaja como guardia de seguridad en el cual nadie salga herido o muerto, y él se embolse un crédito sin interés de por vida para poder vivir dignamente con su madre el resto de sus vidas? No existe razón alguna, es algo que deberíamos desear para todos los demás, una sociedad tan justa y equitativa donde el dinero es un bien donde cada uno tiene cuanto necesita, y nada más.
El concepto de que es esa verdad universal es frágil si no existe una idea absoluta, un garante conocido como Dios, Historia o Estado, que garantice que todo el mundo tendrá la misma sobre El Bien le beneficie a él o no. Si cada persona tiene una idea de bien esta se oblitera de inmediato porque Kant no habla de un bien personal, sino de aceptar que ese bien impuesto universal es el auténtico bien.
Supongamos entonces que, como es evidente, nuestro buen amigo Graham tendrá que conseguir hacer ese robo antes de que se active la máquina que impone ese imperativo categórico quiera o no, lo cual produce que trabaje contrarreloj. ¿Pero qué ocurriría si cuando ya está activada alguien decide robarle aun cuando es, necesariamente, una acción imposible? A priori parece que nada, sus acciones serán irrealizables y no ocurrirá nada, pero cabe la posibilidad de que alguien se salte ese imperativo porque, aun cuando sabe que es lo mejor para todos ‑al menos, en un campo eminentemente teórico‑, no comprende la existencia de acciones buenas o malas. Estas entidades existen: los psicópatas. Si una vez impuesto el imperativo categórico alguien pretendiera cometer un crimen no podría, pues se vería moral (o tecnológicamente, en este caso) inhibido para no hacer esa acción, pero el psicópata no puede pensar más que en motivaciones personales, al más puro estilo randiano, por lo cual necesariamente su disposición universal sería la auto-satisfacción a cualquier precio. Y el imperativo categórico cae por su propio peso.
El problema de toda ética universalista basada en que la gente actúe por el bien de los demás es que acepta que todas las personas son universalmente estables, miméticas y repetibles. Si no hubiera nada de singular en el hombre, ningún deseo en flujo constante, entonces podríamos considerar que el imperativo categórico es funcional en la (in)necesidad constante de su cumplimiento; sólo en tanto el hombre no es capaz de cumplir un trato de cordialidad con el otro se constituye como necesaria la ética. ¿Entonces que sentido tiene una ética que no funciona para que mi vecino no decida apuñalarme si eso le beneficia? Para el control. Porque, al final, la ética de Kant no es más que la metódica ética del psicópata que desea con todas sus fuerzas monopolizar el control del poder de cuanto existe en el mundo: sólo el psicópata o el fundamentalista puede definir que es el bien o el mal en el mundo. Y los últimos días del crimen en América (antes de la imposición del imperativo categórico) es el grito desesperado de la lucha encarnizada contra una racionalización idealista del hombre que se presenta como su deseo de imponer ante la esclavitud al hombre mismo.
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