Gótico carpintero, de William Gaddis
Aunque la literatura se pretenda como una representación común de lo real en algunas ocasiones, la realidad siempre se impone como algo que tiende de forma infinita hacia la confusión que el ordenado discurso del que hace gala la novela común. Es por ello que, por brillantes que nos puedan parecer los diálogos de Don DeLillo o Miguel de Cervantes, por acudir a dos ejemplos tan cercanos y tan lejanos al tiempo, la realidad siempre hace acto de presencia como algo infinitamente más anodino y espeso de lo que la literatura requiere para sí; la literatura es arte y el lenguaje común es una común grosería anti-poética. Pero esto está muy lejos de significar que los diálogos más callejeros o que las formas más obtusas del lenguaje de libros menos agraciado por la pluma virtuosa de un gran escritor estén más cerca de la realidad, más bien todo lo contrario: el lenguaje común de las personas nunca se ve caracterizado en la novela en tanto abstruso, huidizo y siempre esquivo con respecto del entendimiento del otro. Porque el problema es que aunque yo diga algo, el otro no tiene porque entenderlo.
Siguiendo las categorías de John Searle podríamos afirmar que el problema de la novela es que necesariamente el acto locutivo siempre coincide con el acto perlocutivo en las conversaciones, haciendo del acto ilocutivo alguien que pasaba por ahí interesado por subrayar los errores del tema; el principal problema de los diálogos de la novela es que lo que se dice es lo que se piensa y, cuando no es así, el narrador tiende a señalarnos cuan equivocados estábamos: salvo excepciones, la forma normalizada del diálogo nos llega siempre como un chance en el que somos espectadores privilegiados de al menos una de las partes. En la realidad los diálogos nunca son claros y brillantes, mucho menos coincide el acto locutivo (lo que se dice) con el acto perlocutivo (lo que se entiende) en tanto toda comunicación verbal es la traducción de una traducción: un pensamiento de tercera mano recién barnizado para parecer nuevo. Es por ello que la comunicación entre personas generalmente está muy lejos de ser el ideal ante el cual nos enfrenta la novela, uno en el que todo se entiende de una forma sincrónica ya no tanto entre ellos mismos, sino nosotros con respecto de ellos. Si de verdad se pretende hacer un diálogo que sea real tendría que ser… inconexo y algo, sí, arbitrario. Debería estar lleno de tics, que se repiten, bueno, ya sabes, constantemente. Tendría que tener una estructura particular, bueno, sí, bastante peculiar; debería contradecirse, sí, es muy común el contradecirnos, pero no mucho. Debería ser como un cacareo mental que no se pretende exclusivo, que no estamos escribiendo el Ulises, sino como si dialogáramos con un William Gaddis azorado que parece estar más pendiente de narrarnos todo aquello que le ocurrió, sí, hace muchos años, ya sabes, sin especificar su contexto, sin conocer lo que ocurre. Quizás eso sería un diálogo realista, bueno, sí, ya sabes. Un diálogo que tendrían dos personas en la realidad: algo en lo que, por sí mismo, no creeríamos posible en la novela. |
El gótico carpintero es un estilo arquitectónico propio de Estados Unidos en el que, partiendo de las cabriolas estilísticas propias del gótico arquitectónico europeo, se crean casas ornamentadas que imitan al estilo arquitectónico de la Baja Edad Media. El por qué de su existencia se debe precisamente al sentimiento de inferioridad del país ante la completa inexistencia de historia que sufre en su seno, produciendo que necesiten recalar una parcela de lo histórico heredado desde aquello que les es ajeno; ante la imposibilidad de crear una historia, pues para ello deberían haber tenido una historia anterior, mimetizan la historia ajena a su medida. Es por ello que podríamos entender que el gótico carpintero es una demostración del pragmatismo del pueblo americano, capaz de adaptar lo inadaptable haciendo propio algo que se le suponía completamente ajeno en sí mismo: se apropian de algo que les es ajeno para construirse a partir de él como un algo que es válido por sí mismo como construcción pseudo-histórica.
Ahora bien, habremos de tener en cuenta que el carpintero de gótico carpintero no es caprichoso y es así porque es un ejercicio de carpintería: donde Europa se vanaglorió de la piedra, América se conforma con la menos noble madera. Esto es así porque lo que en Europa era una construcción pomposa y lumínica, pretendidamente construcción que ensalce la grandiosidad de lo divino, en EEUU tiene la más humilde pretensión de que sea habitado por humanos. Pero las diferencias no van más allá, igual de bellos que son ambos estilos son vacíos por dentro: es arquitectura para admirar desde fuera, para que todos admiren la maravillosa casa de quien vive allí (de Dios y del barato heredero de éste, el hombre) sin importar que dentro la habitabilidad esté entre lo incómodo y lo deleznable. El gótico carpintero, como de hecho era el gótico, es un estilo para producir una fuerte impresión en las personas ajenas de los demás, que se extasíen con la visión maravillosa de la belleza exterior del mundo sin increpar nunca la realidad presente dentro de sí. ¿Qué importa que en el interior sólo exista dolor y desesperación si todos parecen creer que sólo habita en él la felicidad? El gótico carpintero que edifica William Gaddis es exactamente esto en su carácter argumental: es una casa que parece sólida, que nunca se va a caer, pero sólo si la vemos desde fuera. Desde dentro es un caos inhabitable del que queremos salir lo más rápido posible porque nos sentimos ahogados ante un vacíamento constante de todo valor que nos aplasta una y otra vez contra todos lados, como si la casa se nos viniera abajo. Pero la casa es sólida, la casa aguantará en pie más tiempo que aquellos que la habitan. La funcionalidad de la casa llega hasta el punto de que sólo es eso, recipiente que desea ser constantemente vaciado de aquellos que pretenden habitarla pues, necesariamente, sólo puede ser fachada de lo que es: es gloriosa y fantástica, perfecta y alucinante, pero dentro de sí sólo oculta un dolor confuso que sólo podemos otear en su más profundo horror. |
Arquitectura diabólica, presencia de muerte en su interior, ¿qué nos es lícito esperar de una lectura que se define a sí misma como un estilo arquitectónico que es la mímesis contextualizada de la arquitectura de la luz? Aprehender lo que somos conscientes que no es posible ser pero de hecho es.
Deja una respuesta